Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras

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hubo más. Dante seguía moviéndose adelante y atrás y cuando por fin se dejó ir, la explosión de su orgasmo provocó el suyo. Mia estaba tan tensa que ni siquiera podía gritar y, por un momento, creyó haber perdido el conocimiento.

      El beso de Dante la devolvió al presente. Sin decir una palabra, la llevó al dormitorio y la dejó sobre la cama antes de tumbarse a su lado para recuperar el aliento y ordenar sus pensamientos.

      Pronto la desnudaría del todo, pensó. Pronto empezarían de nuevo, pero despacio en esa ocasión. Sin embargo, no era sexo lo que tenía en mente mientras miraba el techo de la habitación.

      –¿Qué vamos a hacer? –le preguntó, girando la cabeza para mirarla–. ¿Vernos una vez al año en este decadente hotel o…?

      Al ver que ella cerraba los ojos, pensó que no estaba preparada para enfrentarse al mundo sin preocuparse del escándalo que eso provocaría. Pero estaba empezando a confiar en Mia y sabía que aquello era diferente porque en esos tres meses de separación no había sido capaz de olvidarse de ella.

      –¿Qué crees que deberíamos hacer?

      –No lo sé –admitió ella. Pero cuando miró los preciosos ojos negros supo que no podía esperar más–. Dante, estoy embarazada.

      Esperó un gesto de sorpresa, incluso uno de furia. Lo que no esperaba era una mirada helada y un suspiro de cansancio, como si en el fondo hubiese esperado la noticia.

      –Claro que sí –murmuró Dante mientras se levantaba de la cama.

      –¿Qué quieres decir con eso?

      –Quiero decir que en realidad no me sorprende –respondió él. Había querido confiar en ella, de verdad había pensado que había una posibilidad para ellos–. ¿Te has quedado sin dinero? ¿Cuánto quieres?

      –Dante, por favor…

      –No tienes que suplicar –la interrumpió él–. Habla con tu abogado, pero cuando lo hagas dile que quiero una prueba de ADN.

      –¿De verdad crees que yo he buscado esta situación?

      –Sí, lo creo. Creo que esto es precisamente lo que querías. De hecho, estás donde siempre habías planeado estar –respondió Dante–. Te dije que había una pastilla…

      –Y la tomé.

      Dante soltó una amarga carcajada.

      –Confié en ti, confié en que te encargarías de ello, pero evidentemente no lo hiciste.

      –Que tú seas un experto en contracepción no significa que los demás lo seamos. Se me olvidó tomar las pastillas para el mareo y vomité en el avión –replicó Mia, airada–. Si eres tan experto, tal vez deberías haberme advertido que si vomitaba la pastilla no haría efecto…

      –No soy ningún experto –la interrumpió él–. El farmacéutico debería habértelo dicho.

      –No me lo dijo.

      Sacudiendo la cabeza, Dante se dirigió al salón para buscar su ropa y ella lo siguió, temblando.

      –Yo no quería esto. En realidad, lo que quería era alejarme de los Romano para siempre.

      –Sin embargo, aquí estas –señaló Dante–. Porque no querías apartarte de nosotros, ¿verdad?

      –¿Crees que me gusta que me llamen buscavidas o fulana en la prensa?

      –Me has mentido desde el día que nos conocimos, Mia. Te presentaste como la ayudante de mi padre cuando estabas a punto de destruir a mi familia, así que dime por qué debo creerte ahora. No has dicho una sola verdad desde el principio. No ha habido más que problemas desde el día que apareciste en nuestras vidas.

      Dante iba a salir de la habitación, pero antes de hacerlo tomó la botella de champán.

      –Al parecer, no vas a necesitar esto –dijo con brusquedad antes de cerrar la puerta.

      MIA NO estaba enfadada por su reacción. ¿Cómo iba a estarlo cuando ella misma se había hecho todas esas preguntas?

      Incluso podía perdonar que quisiera una prueba de ADN porque Rafael le había hablado sobre las falsas demandas de paternidad contra las que había tenido que luchar en los tribunales. Tristemente, había gente dispuesta a hacer lo que fuera para poner sus manos en la fortuna de los Romano.

      No, no había esperado que Dante la creyese y confiase en ella ciegamente, pero le dolía.

      Mia se quitó el vestido y lo colgó en una percha. Luego, con manos temblorosas, guardó los pendientes y los metió en la caja fuerte, pero estaba tan angustiada que marcó los primeros números que se le ocurrieron.

      Intentando poner orden en aquel caos, se quitó el maquillaje y se cepilló el pelo como haría cualquier día normal, pero le resultó imposible conciliar el sueño porque contarle la verdad a Dante le había estallado en la cara.

      Dante tampoco logró conciliar el sueño. De hecho, paseó por su habitación hasta la madrugada, luchando contra la tentación de volver a la suite y sacarla de la cama para solucionar aquello.

      La rabia lo cegaba, pero debía admitir que no había tomado las precauciones debidas esa noche y todo aquello era culpa suya.

      Se había llevado la botella de champán, pero no la había tocado porque necesitaba pensar con claridad. No podía olvidar sus mentiras, pero se debatía entre las dudas y el pánico.

      Sí, auténtico pánico.

      Iba a tener un hijo.

      Había sido un problema cuando lo cargaron con Alfonzo, pero ahora no se trataba de un perro sino de un hijo, con brazos, piernas y dientes. Bueno, o los tendría algún día.

      Un ser humano.

      Una persona de la que él sería responsable, como si su maldita familia no fuera suficiente.

      Tendría que compartir la tutela con Mia, que vivía en Londres, porque ni se le ocurría que pudiesen vivir juntos. Lo único que había evitado toda su vida era una relación seria.

      Pero eso había sido antes de la bomba, claro. Y había sido exactamente eso, como si una bomba hubiese estallado en su cerebro.

      A las seis de la mañana sonó su teléfono. Era Sarah, su ayudante. Dante miraba la puerta que comunicaba con la habitación de Mia mientras Sarah le contaba que unas fotografías de ellos en el jardín del hotel habían salido al mercado.

      –¿Sabes quién las ha hecho? –le preguntó.

      –No, no lo sé. Tal vez Mia te tendió una trampa…

      Sarah era suspicaz por naturaleza, como él, y por supuesto pensaría que Mia le había tendido una trampa, pero Dante no lo creía.

      –No ha sido una trampa. Fui yo quien la llevó al jardín.

      –Ya,

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