El sustituto. Janet Ferguson

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El sustituto - Janet Ferguson Bianca

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Me encantaría. Eres muy amable, Guy –dijo Kate, recuperando los modales.

      –Soy un hombre amable –dijo Guy, haciendo un amago de reverencia que sirvió para hacer reír a Kate y hacerle perder la ligera vergüenza que sentía por haberse comportado como una adolescente en su primera cita.

      El Rover de Guy estaba aparcado delante del Volvo, de manera que Kate lo siguió hasta el hotel en que habían decidido comer.

      Hacía un bonito día de octubre, y, por primera vez desde que se había levantado, Kate se sintió algo animada. También tenía hambre, y Mike parecía haberse esfumado de su cabeza.

      Pero regresó unos veinte minutos después, mientras comían un delicioso solomillo con patatas y guisantes. En tono despreocupado, Guy preguntó:

      –¿Y qué pasó con Mike Merrow?

      Kate sintió una inmediata punzada acompañada de una oleada de ansiedad. Era una pregunta que no esperaba que Guy le hiciera, pero ahora que la había hecho debía mentir o, al menos, no contarle la peor parte, como había hecho con todo el mundo. Nadie, excepto su madre, conocía la dolorosa verdad.

      –Le salió un trabajo interesante en Boston y se fue –dijo, sin exagerar la animación de su tono de voz para no despertar sospechas.

      –¿Y tú no quisiste ir con él?

      –No –Kate logró sonreír a pesar de la mentira que estaba diciendo–. No quería trabajar allí.

      –Creo recordar que os conocíais desde hacía bastante tiempo –Guy alzó su vaso y dio un trago a su vino.

      –Vivimos juntos dos años y medio, pero nos conocíamos desde hacía un año antes. Supongo que eso es bastante tiempo.

      –Tanto como lo que duran algunos matrimonios en estos días.

      –¡Qué comentario tan cínico, doctor Shearer! –bromeó desesperadamente Kate. Sintió un inmenso alivio cuando Guy cambió de tema y le habló de su padre.

      –Se va a casar de nuevo, ¿puedes creerlo? El otro día me sorprendió con la noticia. Se va a casar con una de sus escritoras. La boda es el mes próximo –dijo Guy, sonriente.

      –Veo que te satisface.

      –Estoy encantado. Se conocen ya hace un tiempo. Jean es una escritora de novelas policíacas que publica bajo el nombre de C.P.Shaw. Tiene la misma edad que mi padre. Sus libros no se convierten en best seller, pero no le va mal, y es una mujer interesante. Ya hace ocho años que mis padres se divorciaron, así que nadie va a poder decir que se ha precipitado casándose de nuevo. Es como yo… un viejo pájaro cauteloso.

      Kate pasó por alto aquel comentario.

      –¿Tu madre… Sylvia lo sabe?

      –Sí, y aunque se quedó asombrada al enterarse, se alegra de que sea con Jean. Se conocieron en una fiesta literaria antes del divorcio. Es curioso las vueltas que da la vida, ¿no? Vista de lejos, parece que tiene un patrón determinado, o algo así.

      Aunque Kate no estaba precisamente convencida de aquello, asintió. Luego hablaron un rato de literatura y después de cine y televisión, y de los papeles que solía interpretar la madre de Guy en ésta.

      –Estaba magnífica en aquel drama médico que solían poner los sábados por la noche. Si le dieran un papel adecuado, ¿crees que lo aceptaría ahora? –preguntó Kate. A veces pensaba que Sylvia no tenía suficientes cosas que hacer y eso le hacía preocuparse más de lo debido de los asuntos de los demás.

      –No. Está decidida a no volver a actuar. Esta vez quiere dedicarse por completo a su matrimonio. Creo que hace bien. Tiene casi sesenta años y no es fácil encontrar primeros papeles para actrices de esa edad. Además, ya actúa suficiente en la vida real –Guy dijo aquello en tono despreocupado, pero con un matiz de enfado–. ¡Está contando a la mitad de Melbridge las hazañas de su heroico hijo!

      –¿Te refieres a lo del aeropuerto? La verdad es que te comportaste como un héroe, Guy. Actuaste sin pensar en ti mismo –dijo Kate, bajando la mirada hacia el muslo de Guy. El doctor Grainger se había ocupado de quitarle los puntos. John le había sugerido que se pusiera en manos de un médico que no fuera su pariente. Era lo mejor. La enfermera Sue se sintió muy decepcionada cuando lo supo. Según dijo, bromeando, claro está, le habría gustado tener al guapo médico bajo su protección.

      –¿Qué vas a hacer para celebrar tu cumpleaños? –preguntó Guy.

      –Voy a salir esta tarde con unos amigos –Kate no quiso aclarar que los «amigos» eran todo chicas. No quería que Guy pensara que no podía conseguir compañía masculina cuando la ocasión lo pedía.

      Ya fuera, bajo los árboles junto a los que se hallaban aparcados los coches, Kate agradeció a Guy la invitación a comer.

      –Lo he pasado muy bien –dijo, mientras Guy se inclinaba para abrirle la puerta del coche.

      –Yo también –dijo él, devolviéndole las llaves–. Y que se repita muchas veces –añadió, sonriendo.

      –Es lo que se dice normalmente en un cumpleaños –dijo Kate, riendo, eligiendo ignorar el significado. Guy le tomó una mano, y ella sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. La apartó rápidamente–.Y ahora, será mejor que nos pongamos en marcha.

      –Así habla una doctora realmente dedicada a su profesión –bromeó Guy–. Que lo pases bien esta noche. Todos necesitamos divertirnos de vez en cuando. Sienta mejor que cualquiera de las pastillas que recetamos. Hasta mañana, prima Kate –Guy fue a su coche y se despidió con un gesto de la mano antes de entrar.

      Kate vio cómo se alejaba antes de entrar en el suyo. «Prima Kate», pensó, molesta. «Hace que parezca un personaje de las novelas de Jane Austen, con chal, gorrito y todo lo demás»

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