Se necesita una madre. Jeanne Allan

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Se necesita una madre - Jeanne Allan страница 2

Автор:
Серия:
Издательство:
Se necesita una madre - Jeanne Allan Jazmín

Скачать книгу

gustan las bodas?

      La niña se encogió de hombros y tocó el vestido de Allie.

      –Bonito.

      –Gracias. El tuyo también es muy bonito –era horrible, rosa fosforito y con demasiados volantes.

      –Me lo ha comprado mi papá –dijo la niña.

      –¿Quién es tu papá? –preguntó Allie.

      –Este es mi papá –dijo la niña con expresión alegre y señalando hacia arriba.

      –Hola, Allie.

      Allie sintió que se le paraba el corazón. ¿Qué hacía allí Zane Peters? Era imposible. En una boda. Y menos cuando una vez creyó que se iba a casar con él. ¿Cómo se atrevía a aparecer en la boda de Cheyenne sin que lo hubieran invitado? ¿Cómo se atrevía a hablar con ella? No pensaría que lo había perdonado.

      Nunca lo perdonaría. La había herido más de lo que nadie tiene derecho a herir a otra persona. Ya no tenía capacidad para herirla.

      –¿Allie? ¿Estás bien? Tienes un aspecto curioso. ¿No puedes ponerte de pie? ¿Quieres que vaya a buscar a la abuela Mary, o a Cheyenne, digo, a mamá?

      La voz de Davy hizo que Allie reaccionara.

      –No –dijo sonriendo–. Estoy bien. Se me ha dormido el pie.

      –Deja que te ayude –dijo Zane.

      Ella lo ignoró y se puso en pie. Se dirigió hacia su hermana mayor que estaba al otro lado de la habitación con cara de preocupación. Y de culpabilidad.

      «Maldita seas, Cheyenne». Allie había conseguido evitar a Zane Peters durate cinco años. Trabajaba como profesora en Denver, y cuando estaba en Aspen se le activaba una especie de radar que prevenía los encuentros fortuitos.

      –Puedo explicártelo –dijo Cheyenne cuando llegó su hermana–. Zane era el mejor amigo de Worth.

      –Y yo soy la hermana de Worth. Quieres decir que ¿Worth lo invitó?

      Cheyenne se ruborizó.

      –Ayer vi a Zane en el pueblo. Me saludó de manera tan tímida que me habría reído si la situación no hubiese sido tan triste. Me has dicho un millón de veces que ya no te importa. Que no significa nada para ti. Él era uno de nuestros amigos, y Worth lo echa de menos.

      –Él nunca me lo ha dicho.

      –Worth no lo haría. Está bien, tampoco me lo ha dicho a mí, pero era su mejor amigo.

      –¿Y por eso lo has invitado? ¿Por Worth? –miró a su hermana. Cheyenne nunca había sido capaz de mentir.

      –¿Por qué más lo iba a invitar? Sé que a ti ya no te importa.

      Allie la habría estrangulado.

      –Sabes que no me gusta que metas tu nariz respingona en mis asuntos.

      –La tengo igual de respingona que tú. Además –dijo Cheyenne–, su mujer ha muerto. Zane y tú podríais…

      –Nada. Escúchame, Cheyenne Lassiter, si quieres convertirte en el felpudo de un hombre, adelante. Yo no pienso hacerlo, así que métete en tus asuntos.

      –Personalmente, no me imagino a mi mujer siendo el felpudo de nadie –alguien rodeó a Allie por la cintura.

      –Si no te lo habían advertido, Thomas Steele, lo siento. Los demás tenemos que aguantarla, pero tú podías haberte librado.

      –Puede que sea estúpido, pero creo que sé lo que pasa.

      –Siento haberte llamado estúpido, pero es que a veces mi hermana…

      –¿Qué ha hecho ahora la señora Metomentodo? –Thomas sonrió a su novia–. Te quiero, señora Steele, pero eso no significa que no me entere de que interfieres en muchas cosas.

      Cheyenne parecía tan apenada, que Allie dijo:

      –No importa. Estoy impresionada y he exagerado. Mi hermana no se casa todos los días. Creo que estoy un poco sensible.

      Cheyenne le dio un fuerte abrazo.

      –Mentirosa –le susurró a Allie al oído. Le agarró las manos y continuó en voz alta–. Prometo que no ocurrirá otra vez.

      Allie resopló y ambas se rieron.

      Thomas las miró.

      –Nunca entenderé a las mujeres.

      –Eso es lo divertido del matrimonio –bromeó la madre de Allie uniéndose al grupo–. Mi nuevo nieto se va a poner furioso si no cortáis la tarta. A Davy le gusta mucho más montar a caballo que ir a bodas –añadió Mary Lassiter entre risas.

      El pelo corto le sentaba bien.

      Allie le sonrió al novio. Hubo un día en que las sonrisas más cálidas eran para Zane. Hacía diez años se había enamorado de Allie Lassiter. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, pero eso no. Eso nunca cambiaría.

      Él no tenía derecho a amarla, y menos después de lo que le había hecho. No pretendía que lo recibiera con los brazos abiertos otra vez. Pero eso no significaba que él no tuviera fantasías.

      –Ni los perros hambrientos miran así a la comida.

      Zane no necesitó darse la vuelta para reconocer la voz.

      –Cuando ayer me encontré con Cheyenne y me invitó a la boda, pensé que quizá… –soltó una carcajada llena de amargura–. Allie no sabía que yo venía. Cheyenne no se lo dijo.

      –Cheyenne no podía casarse sin que asistieran sus dos hermanas a la boda –dijo Worth Lassiter.

      –Quieres decir que Allie habría dejado de asistir por no verme. ¿Y tú? Si hubieras sabido que venía, ¿habrías dejado que Cheyenne caminase sola hasta el altar?

      –Yo lo sabía. Cheyenne se lo pensó dos veces y me preguntó si debía llamarte y decirte que no vinieras. Después pensó que no vendrías. Yo sabía que sí lo harías.

      Zane no fue capaz de interpretar el tono de voz de Worth. Tampoco fue capaz de mirar al hombre que fue su mejor amigo.

      –Pasamos muy buenos ratos juntos.

      –Sí –dijo Worth–. Te he echado de menos, pero Allie es mi hermana. Lo que hiciste la destrozó.

      –Haría lo que fuera, pagaría el precio que fuese necesario, para poder deshacer lo que hice.

      –Lo sé.

      Zane miró a Worth.

      –¿Y ella lo sabe?

      –No te ha mencionado desde la noche que entró en casa diciendo

Скачать книгу