Se necesita una madre. Jeanne Allan

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Se necesita una madre - Jeanne Allan Jazmín

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aceptó. Entre Beau y tú, la opinión que se ha formado Allie de los hombres no es muy buena.

      Zane apretó los puños dentro de los bolsillos. Pocos hombres eran peores que Beau Lasitter, el padre de Allie que falleció sin que ella lo lamentara. Zane no podía negar que lo que Worth dijo era verdad, aunque le doliera.

      –Hannah está esperando la tarta, pero será mejor que nos vayamos.

      –No sabía que fueras tan cobarde –dijo Worth y se alejó.

      Worth lo había llamado cobarde, y no sabía por qué.

      Se oyeron unas risas. Eran Allie y sus dos hermanas con el novio. Zane solía soñar que ella se reía con él en su cama.

      Hannah se había alejado. Estaba cerca del grupo que rodeaba a la novia. Se fijaba en Allie. Se supone que a las niñas les encantan las bodas, y parecía que Hannah estaba más fascinada con la dama de honor que con la novia.

      Mucha gente pensaba que las dos hermanas mayores se parecían. Se equivocaban. Cheyenne era como un libro abierto. Allie como libro cerrado, que sólo permitía que unos pocos lo abrieran. Zane tuvo el privilegio de compartir los pensamientos mas íntimos de Allie. Un privilegio que desperdició de manera estúpida. Desde el otro extremo del salón, notaba que ella escondía sus sentimientos. Si fuese un hombre llorón, habría llorado en ese momento. Habría llorado millones de veces en los últimos cinco años. Llorar no cambiaba las cosas.

      Tampoco salir corriendo. Se quedaría hasta que Hannah se comiera la tarta. Después se irían de allí. Lejos de Allie Lassiter.

      Jake Norton se unió al grupo y rodeó con el brazo a Allie y a su hermana Greeley. Zane había leído que Norton y su esposa se quedaron en el rancho de los Lassiter mientras la estrella actuaba en una película del Oeste que se rodaba por la zona. Sabía que habían llegado a ser buenos amigos de los Lassiter. Pero aún sabiéndolo sintió celos al ver que Allie se reía con Norton.

      Era idiota por haber ido. Si la novia cortase el maldito pastel… Hannah se comería su porción y después se marcharían.

      Allie estaba tan guapa. Mucho mas guapa que cinco años antes. Casi podía sentir su boca. «Corta el maldito pastel».

      Allie quería gritar. Cortaron la tarta y todo el mundo brindó por los recién casados. Si Cheyenne lanzase el maldito ramo, Allie podría escapar. Tenía que salir de allí. Si él dejara de mirarla… No podía soportar estar más tiempo en la misma habitación que él.

      –Supongo que sabes que Zane está aquí. Lo acabo de ver. ¿Estás bien? –preguntó Greeley.

      –Claro que estoy bien –contestó Allie a su hermana pequeña–. ¿Por qué no iba a estarlo?

      –¿Cómo voy a saberlo? Sólo soy medio hermana tuya.

      –Greeley Lassiter, eres tan hermana mía como Cheyenne. Me pones furiosa cuando dices esas cosas.

      –Es mejor eso que verte ahí, como si fueras la única superviviente de una catástrofe.

      –No tengo ese aspecto. Me ha sorprendido, eso es todo. No sabía que Cheyenne lo había invitado.

      –¿Quieres que le diga que se vaya?

      –Worth ha hablado con él.

      –¿Y le ha dicho que se vaya?

      –Evidentemente no. Sólo estaban hablando. No se han dado la mano, ni nada.

      –Eso espero.

      Allie abrazó a su hermana en reconocimiento a su fidelidad.

      –No, Cheyenne tiene razón. Si a mí ya no me importa, Worth y él pueden recuperar su amistad. Si es que Worth quiere un amigo tan superficial.

      –¿Si? –enfatizó Greeley– ¿ya no te importa?

      –No me importa –dijo Allie. No podía importarle. El amor entre ellos había muerto. Muerto no, estaba enterrado en la basura. No quedaba nada. Forzó una sonrisa– Cheyenne va a lanzar el ramo. Sabes que lo tirará hacia aquí. Agárralo tú, porque yo no pienso hacerlo.

      La novia lanzó el ramo. Directo hacia Allie y Greeley. Allie se echó hacia la derecha en el mismo instante en que Greeley se echó hacia la izquierda. El ramo cayó entre ambas.

      –¡Mira papá! La mujer me ha lanzado las flores.

      Allie vio la cara de consternación que tenía Cheyenne y confirmó las intenciones de su hermana mayor.

      –Yo no me meto en esto –Greeley se marchó antes de que Allie pudiera preguntarle qué quería decir.

      –Son mías –Allie escuchó una voz decidida detrás suyo.

      Zane estaba agachado hablando con su hija. La pequeña tenía agarrado el ramo contra el pecho y decía:

      –Mías.

      –No, no son tuyas. Las flores son para una niña grande.

      –Yo soy una niña grande.

      –Son para una señorita. Devuélveselas a la novia, iremos a una floristería y te compraré unas flores.

      –Yo las agarré.

      –Se supone que no tenías que hacerlo.

      –Yo las quiero.

      Allie quería sonreír con indulgencia, como todos los que observaban la escena. La cara sonrojada de Zane demostraba que sabía que eran el centro de atención. Eso no significaba que él dejara de hacer lo que creía que estaba bien. Zane Peters estaba orgulloso de hacer lo que él creía correcto.

      Le quitó las flores y le secó una lágrima de la mejilla.

      –Podemos comprar flores amarillas. ¿Te gustan las flores amarillas?

      –No quiero flores amarillas. Quiero éstas.

      Sin pararse a pensar, Allie se agachó y le quitó el ramo a Zane. Se dio la vuelta y le ofreció las flores a la pequeña.

      –Toma. Tú las agarraste.

      La niña colocó las manos detrás de la espalda.

      –Papá dice que no puedo quedármelas.

      Allie no quería saber nada de la hija de Zane, pero la niña había agarrado el ramo y debía poder quedárselo. Se arrodilló y dijo:

      –Tu padre es un hombre, y los hombres no saben nada sobre las bodas. Quien toma el ramo, se lo queda. Es una regla, y sé que a tu padre no le gusta desobedecerlas –dijo con mofa.

      La pequeña miró al suelo. Seguía con las manos detrás de la espalda.

      –Papá dice que las flores son para una señorita.

      –Yo soy una señorita. ¿Puedo quedármelas?

      La niña dudó y después asintió.

      –Está

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