Kara y Yara en la tormenta de la historia. Alek Popov

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Kara y Yara en la tormenta de la historia - Alek Popov Sensibles a las Letras

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el cubito de color marrón oscuro en la boca. Dejó que se reblandeciera, lo aplastó y lo puso debajo de la lengua. Cuanto más lentamente lo chupaba, mejor se asimilaban las calorías.

      —¿Y tú por qué no comes? —se dirigió Medved a un partisano llamado Svilen, que observaba el paquetito de RIA con cara de tonto.

      —Pues yo… ya he comido.

      —¿Cuándo has comido? —preguntó el comandante invadido por un mal presentimiento.

      Svilen bajó la mirada. Medved le quitó el paquete de las manos y lo abrió.

      —¿Y eso? —murmulló sin dar crédito a sus ojos.

      En su interior había dos trozos de corteza de pino y una bellota.

      El comandante levantó la vista y vio que casi nadie comía. Los partisanos, culpables, evitaban su mirada. Algunos incluso fingían estar dormidos. Extra Nina seguía hurgando con la baqueta en el cañón de su carabina. Medved se sintió trágicamente solo, con el terrón de SAAE derritiéndose bajo su lengua.

      —¡Camarada kombrig!

      Una mano se alzó insegura.

      —Permítame que haga autocrítica.

      —¡Adelante!

      «Si no hay pan, os alimentaré con autocrítica», pensó Medved con malicia.

      —Yo —empezó Bótev con voz gangosa— he formado parte de una irresponsabilidad colectiva. En lugar de informar a la dirección de los peligrosos procesos que se desarrollaban delante de mis ojos, he preferido participar en ellos influido por factores naturales inconscientes como el hambre y la glotonería. No busqué apoyo en la teoría y la práctica de las grandes enseñanzas de Marx, Lenin y Stalin, no impulsé una discusión sobre los problemas…

      Las chicas volvieron a arrimarse a Extra Nina y se sentaron a su lado.

      —Tenemos bombones —susurró Mónica.

      —No tengo hambre —respondió Extra Nina sacudiendo la cabeza.

      Pero las hermanas no se movían.

      —Queremos ser como tú —dijo Gabriela.

      —Ten cuidado con lo que pides —contestó Extra Nina.

      —¿De verdad que no quieres un bombón? —le ofreció Mónica.

      —¡Largaos!

      —¡Atento todo el mundo! —alzó la voz Medved.

      —… culpable de malgastar mi reserva intocable personal y de engañar a la dirección del destacamento respecto a su existencia. En un arrebato de solidaridad malinterpretada, permití que mis compañeros cometieran el mismo error, de lo que me arrepiento profunda y sinceramente. Entiendo que esta reserva me es necesaria ahora para sobrevivir sin ser una carga para los demás. Subestimé la complicada situación táctica y creo que merezco un castigo severo.

      En ese momento desde el bosque llegó un sonido profundo y sombrío:

      «¡Tuu-tuu! ¡Tuu-tuu! ¡Tuu-tuu!».

      ***

      El Capitán Noche llegó a Byala Vapa a las cinco en punto de la tarde. Apareció como de la nada, junto con las sombras que ya se estaban alargando. Valyo había oído que por allí habían dejado una base de provisiones en caso de retirada repentina. Compartió esta información de buena gana, antes de que le tocaran ni un pelo. Pero el cabrerillo conocía solo el monte que rodeaba su pueblo natal. Tuvieron que buscarse a otro guía. Encontraron a un guardabosques de la empresa forestal Romanovo, donde dejaron a los muertos y a los heridos. Todo esto les hizo perder tiempo.

      En Byala Vapa ya no había nadie. Les recibió tan solo la llamada sorda de un pájaro invisible: «¡Tuu-tuu! ¡Tuu-tuu! ¡Tuu-tuu!». El capitán miró a su alrededor inquieto y llamó a un soldado que supuestamente conocía las aves.

      —¿Qué es esto, Andréev?

      —Un autillo, mi capitán —respondió el soldado sin pensárselo.

      —Sí, es un autillo —confirmó el guardabosques.

      —¡Un autillo! —El Capitán Noche se dirigió al partisano capturado, que iba maniatado—. ¿Adónde nos has traído?

      Valyo parpadeó asustado:

      —Le dije todo lo que sabía, señor capitán…

      —Es porque no le hemos pegado una paliza —dijo Zánev.

      —Bueno, pues ahora lo ahorcaremos —decretó el capitán, que miró a su alrededor—. En aquel árbol de ahí. ¡Marchando!

      —¡No! ¡No! —palideció Valyo.

      Tres soldados lo agarraron y lo arrastraron hacia el árbol señalado.

      —Te escapas del Ejército, ¿eh? ¡Maldito desertor!

      —¡No me he escapado! ¡Los partisanos me reclutaron a la fuerza! —se justificaba Valyo retorciéndose entre sus manos.

      Uno de los soldados trepó ágilmente por el gigantesco abeto y colgó de una rama una soga con un lazo. Los otros dos se lo pusieron a la víctima, aclamados por sus compañeros. De pronto, desde el árbol llegó una voz.

      —¡Arriba hay algo, mi capitán!

      —¡Cuidado! —avisó Zánev—. ¡Quizá sean explosivos!

      —¡Al suelo! —ordenó Noche y se dirigió a Valyo—: ¡Tú, súbete al árbol!

      Los soldados lo liberaron. El prisionero no esperó a que se lo repitieran y rápidamente trepó por las ramas, contento de haber sorteado el terrible desenlace, al menos por el momento. Al rato cayeron al suelo unos sacos de harina que levantaron nubes de polvo blanco. Después bajó la lata de aceite, bamboleándose en la soga. Valyo saltó al suelo y se frotó nervioso las palmas manchadas de resina.

      —¡Os lo dije! ¡Os lo dije! ¡Aquí es! ¿Verdad?…

      El capitán hizo un gesto para que lo apartasen.

      —Parece que los hemos adelantado —observó contento Zánev.

      —Eso parece… —convino con precaución Noche.

      Édrev llegó corriendo.

      —¡Mire lo que he encontrado, mi capitán!

      Le dio un envoltorio transparente de celofán. Noche lo tomó con dos dedos, lo levantó hacia la luz y se quedó mirando el elegante rótulo: Serge. Lo olió incrédulo. Era de un bombón de caramelo caro. ¿Qué demonios hacía en ese lugar remoto?

      —¿Dónde lo encontraste?

      —Por allí, a unos cien metros, mientras registrábamos la zona.

      El sargento-cadete tomó el envoltorio

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