Noche prohibida - Delicioso engaño. Sophia James
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Читать онлайн книгу Noche prohibida - Delicioso engaño - Sophia James страница 22
—Si hubiera efectos secundarios, a estas alturas ya habrían aparecido.
De la mesilla de al lado tomó su reloj de oro para ver la hora. Aquella mañana veía ya mucho mejor.
—Si preferís que me marche de Inglaterra…
—¿Para iros adónde?
—A Europa. América. El este… el mundo es un lugar grande cuando no tienes nada que te ate a ningún lugar.
Tanto había practicado la indiferencia que hasta él podía llegar a creérsela.
—¿Queréis volver a desaparecer después de casi diez años de silencio? Dejadme deciros que con los antojos de mi esposa no hay quien pueda, de modo que si no consigo llevaros a casa después de esto, Emerald enviará a Azziz y a Toro para que lo hagan.
—¿A quién?
—Hombres del puerto de Kingston con aros en las orejas y espadas en la mano —sonrió.
—Tengo la impresión de que antes no erais tan feliz como ahora.
Su hermano volvió a sonreír.
—He vuelto a oír rumores de que vuestra esposa fue pirata.
—¿Y los habéis creído?
—Por sus acólitos, se diría que es cierto.
—Entonces, debe serlo.
Cristo le vio darle vueltas a la alianza que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda.
—Cuando me marché, acababais de casaros con Melanie.
—Cuando os marchasteis aún teníais cinco dedos en cada mano y la piel de la espalda inmaculada.
—Las cosas cambian.
—Cambian, y vuelven a cambiar.
—¿Qué queréis decir?
—Que hay segundas oportunidades, Cristy.
Su nombre de antes. El que usaban entre ellos.
—Falder ofrece redención a las almas acongojadas y por lo que veo la tuya lo está —insistió su hermano, sentándose en el borde de la cama—. Vuelve a casa y cúrate allí.
Cristo tragó saliva. ¿En casa y en compañía de la familia? Los secretos que necesitaba que permanecieran ocultos serían mucho más accesibles allí.
—No puedo.
—Entonces tendrás a Emerald, a Lucinda y a Beatrice-Maude mimándote en Londres.
—No…
—A partir de hoy mismo.
El golpeteo que sentía en las sienes le impidió seguir resistiéndose y al recostarse sobre las almohadas supo que había sido derrotado. Cerró los ojos y se quedó dormido.
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