Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс

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Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras - Оливия Гейтс Ómnibus Deseo

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que rodea tu estilo de vida enturbie tus negociaciones diplomáticas y financieras. Una esposa demostrará al mundo que has cambiado y apaciguará a la prensa.

      –¿Cuándo te volviste tan aburrido, Ferruccio? –Vincenzo movió la cabeza, incrédulo.

      –Si preguntas cuándo empecé a defender el matrimonio y la vida familiar, ¿dónde has estado estos últimos cuatro años? Apruebo las bondades de ambas cosas. Y ya es hora de que te haga el favor de empujarte hacia ese camino.

      –¿Qué camino? ¿El de «felices para siempre»? ¿No sabes que es un espejismo que la mayoría de los hombres persiguen sin éxito? ¿No te das cuenta de que fue casi un milagro que encontraras a Clarissa? Solo un hombre entre un millón encuentra la felicidad que compartes con ella.

      –Dudo de esa estadística, Vincenzo. Leandro encontró a Phoebe, y Durante a Gabrielle.

      –Otros dos golpes de suerte. A todos os ocurrieron cosas terribles en vuestra infancia y adolescencia, así que ahora os ocurren cosas muy buenas en compensación. Como mi vida tuvo un inicio idílico, parezco destinado a no recibir nada más, para restablecer el equilibrio cósmico. Nunca encontraré un amor como el vuestro.

      –Estás haciendo cuanto puedes para no encontrar el amor, o permitir que te encuentre…

      –He aceptado mi destino –lo interrumpió Vincenzo–. El amor no cabe en él.

      –Precisamente por eso deseo que busques esposa. No quiero que pases toda la vida sin la calidez, intimidad, lealtad y seguridad que solo proporciona un buen matrimonio.

      –Gracias por el deseo. Pero no es para mí.

      –¿Lo dices porque no has encontrado el amor? El amor es un plus, pero no es imprescindible. Tus padres empezaron siendo compatibles en teoría y acabaron siéndolo en la práctica. Elige esposa con el cerebro y las cualidades que te atrajeron tejerán un vínculo que se reforzará con el tiempo.

      –¿Eso no es hacer las cosas al revés? Tú amabas a Clarissa antes de casarte.

      –Eso creía. Pero lo que sentía por ella era una fracción de lo que siento ahora. Según mi experiencia, si tu esposa te gusta un poco al principio, tras un año de matrimonio estarás dispuesto a morir por ella.

      –¿Por qué no reconoces que eres el tipo con más suerte del mundo, Ferruccio? Puede que seas mi rey y que te haya jurado lealtad, pero no te conviene restregarme tu felicidad. Ya te he dicho que es imposible que yo encuentre algo similar.

      –Yo también creía que la felicidad no estaba a mi alcance, que siempre estaría vacío emocional y espiritualmente, sin acceso a la mujer a quien amaba e incapaz de conformarme con otra.

      Vincenzo se preguntó si Ferruccio había sumado dos y dos y comprendido por qué él estaba tan seguro de que nunca encontraría el amor. Sintió una punzada de amargura y tristeza.

      –Pronto cumplirás los cuarenta…

      –¡Tengo treinta y ocho! –protestó Vincenzo.

      –… y llevas solo desde que fallecieron tus padres, hace dos décadas –concluyó Ferruccio.

      –No estoy solo. Tengo amigos.

      –Para los que no tienes tiempo y que no tienen tiempo para ti –Ferruccio alzó la mano para silenciarlo–. Crea una familia, Vincenzo. Es lo mejor que puedes hacer, por ti y por el reino.

      –Lo siguiente será que me elijas esposa.

      –Si no lo haces tú cuanto antes, lo haré yo.

      –¿Te aprieta demasiado esa corona que llevas hace cuatro años? –rezongó Vincenzo–. ¿O acaso la dicha doméstica te ha ablandado el cerebro?

      Ferruccio se limitó a sonreír. Vincenzo supo que no tenía escapatoria. Era mejor rendirse.

      –Si acepto el puesto… –suspiró.

      –Si ese si implica una negociación, no la habrá.

      –… será solo durante un año.

      –Será hasta cuando yo diga.

      –Un año. Innegociable. No habrá más escándalos en la prensa, así que lo de la esposa…

      –También innegociable. «Busca esposa» no es una sugerencia o una petición. Es un edicto real –Ferruccio esbozó su sonrisa de «punto y final».

      Ferruccio había aceptado que Vincenzo ocupara el cargo un año, siempre que adiestrara a un sustituto. Pero no había cedido respecto a la esposa. Vincenzo se había quedado atónito al leer el edicto real que exigía que eligiera y se casara con una mujer adecuada en dos meses.

      Eso se merecía una carta oficial de su corporación diciéndole a Ferruccio que esperase sentado. De ningún modo iba a elegir «una mujer adecuada». Ni en dos meses ni en dos décadas. No la había. Igual que Ferruccio, era hombre de una sola mujer, y la había perdido.

      De repente, la mente se le iluminó. Llevaba años siguiendo una táctica errónea. En vez de luchar contra lo que creía había sido el peor error de su vida, tendría que haber aceptado sus sentimientos y dejar que siguieran su curso, hasta purgarlos para siempre.

      Había llegado el momento perfecto para ello. Dejaría que esos sentimientos trabajaran a su favor. Los labios se le curvaron en una sonrisa; volvía a sentir la emoción, energía y afán de lucha que no había sentido en los últimos seis años.

      Solo necesitaba datos recientes sobre Glory para usarlos a su favor. Ya tenía suficientes para realizar una opa hostil, pero contar con más munición no le haría ningún daño.

      A ella, bueno, esa era otra historia.

      Glory Monaghan miraba asombrada la pantalla de su portátil. No podía estar viendo lo que veía. Un correo electrónico de él. Se estremeció.

      «Tranquilízate. Piensa. Debe de ser antiguo».

      Pero sabía que era nuevo. Había borrado los antiguos dos meses antes, por error.

      Durante seis años, esos mensajes habían pasado de un ordenador a otro. No los había eliminado. Había conservado notas, mensajes de voz, regalos y cuanto él se había dejado en su casa para familiarizarse con cómo funcionaba la mente retorcida de un auténtico desalmado.

      Había aprendido mucho gracias a ese análisis. No habían vuelto a engañarla. Nadie se había acercado a ella, punto. Nadie la había sorprendido o herido desde que él lo hiciera.

      Cerró los ojos con la esperanza de que el correo desapareciera. Cuando los abrió, seguía allí. Un mensaje sin leer, más oscuro e intenso que los demás, como si pretendiera amenazarla.

      El asunto era: «Una oferta que no podrás rechazar». La asaltó un tornado de incredulidad.

      Fuera lo que fuera, el mensaje tenía que ir directo a la papelera. Una vocecita interior le advirtió: «Si haces eso, te volverás loca preguntándote qué decía». Pero si lo abría y leía algo desagradable, sería aún peor. En aras de su paz mental, debía borrarlo sin más dilación.

      El

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