Correr, la experiencia total. George Sheehan

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Correr, la experiencia total - George Sheehan Deportes

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Una vez alcanzada su plena potencia, atrajo mi mente y mi voluntad.

      La hora que pasaba corriendo comenzó a ofrecerme esos estados alterados de la conciencia que antes me aportaba el alcohol de manera tan volátil. Correr w me proporcionaba subidones naturales. No estoy seguro de lo que sucede en esos momentos. Andrew Weil, el autor de La mente natural, lo llama integración de las esferas de la conciencia y la inconciencia de nuestra vida mental. «Dicha integración –afirma él− es esencial para la plenitud (salud) del cuerpo y la mente».

      No discutiré tal afirmación, pero lo que sí sé es que, fuera lo que fuese, comienza en el cuerpo. Primero, al alcanzar esa condición física que revela la persona real que hay dentro de mi cuerpo (al igual que el escultor extrae la estatua que está dentro de la piedra). Y, a continuación, por medio de este cuerpo, este espejo del alma, esta llave de acceso a la personalidad, este indicador del temperamento, me veo a mí mismo tal y como realmente soy.

      Ya no bebo casi. Ya no soy la alegría de las fiestas. El anfitrión que me invita se da cuenta a los cinco minutos de que ha cometido un error. Habitualmente vagabundeo hasta la cocina para tomar una taza de café y luego encuentro un libro grueso y algún lugar tranquilo para leer hasta que termine la fiesta. He descubierto quién soy. Y no tengo intención de representar el papel de nadie más.

      A algunos les caía mejor cuando bebía.

      4. Comenzar

       Si crees que la vida te ha dejado de lado o, peor aún, que estás viviendo la vida de otro, todavía puedes demostrar que los expertos se equivocan.

      Los que creen que saben algo afirman que conceder una segunda oportunidad a un hombre no cambiará el desastre que fue su primera vida. A lo largo de los años dramaturgos y novelistas nunca nos han brindado la esperanza de que volver a vivir nuestras vidas supusiese alguna diferencia esa segunda vez. Científicos y psicólogos parecen darles la razón. Incluso pensadores tan distintos como Bucky Fuller y B. F. Skinner marchan de la mano a este respecto. «No deberíamos intentar cambiar a la gente –escribió Skinner−. Deberíamos cambiar el mundo en que vive la gente». Es una idea que Fuller también expresaba con frecuencia.

      También hay personas, no cabe duda, que opinan lo contrario. La gente relacionada con la fe, la esperanza y la caridad parece pensar que cualquier día es tan bueno como otro para cambiar la historia personal. Los filósofos, desde que se lleva cuenta del tiempo, lo han recomendado. Desde Píndaro hasta Emerson, nos han dicho que nos convirtamos en lo que somos, que cumplamos nuestro propósito, que elijamos nuestra propia realidad, nuestro propio camino para ser personas. Lo que no nos dijeron era cómo hacerlo ni lo difícil que sería. Cuando San Pablo anunció la transformación en el Hombre Nuevo, nos recordó el ilimitado potencial del hombre, aunque las vidas que llevamos nos recuerden constantemente los límites evidentes de este potencial.

      Claramente, la buena vida no es tan accesible como dicen los libros. Y, sin embargo, no es por falta de ganas de intentarlo el que hayamos fracasado. Iniciamos esa nueva vida casi con la misma frecuencia con la que Mark Twain dejaba de fumar (miles de veces) y casi con el mismo éxito.

      ¿Será mañana el primer día del resto de nuestras vidas? ¿Y esa vida será completamente distinta del desastre que es hoy en día? La respuesta, sin duda, tiene que ser sí, o todos esos grandes hombres nos lo habrían dicho. Pero ¿cómo se consigue?

      Lo primero que hay que hacer, a mi entender, es volver sobre nuestros pasos. Retornar a ese período de la vida en que actuábamos con todo el éxito del que un ser humano es capaz (aunque casi seguramente no fuimos conscientes de ello). Retornar a esos tiempos en que el alma, tu ser, no era lo que poseías, ni tu estatus social ni tampoco la opinión de otras personas, sino una totalidad compuesta por cuerpo, mente y espíritu. Y esa totalidad interactúa libremente con el entorno.

      En algún punto pasada la infancia, la integración del ser y la respuesta al universo comenzaron a disolverse. Cada vez asociábamos más quiénes éramos con lo que teníamos, nos juzgábamos por las opiniones de los demás, tomábamos nuestras decisiones siguiendo las reglas de otros y vivíamos con sus valores. Por coincidencia o no, nuestra condición física comenzó a declinar. Habíamos alcanzado la bifurcación en el camino. Y tomamos el camino trillado.

      Uno que tomó el camino invadido por las malas hierbas y pocas veces transitado fue Henry David Thoreau. El mundo sabe que Thoreau era un intelectual, un observador astuto, un rebelde opuesto a los valores convencionales. A lo que no se ha dado suficiente importancia es a que era un atleta… y de los buenos. También era, desde luego, un gran excursionista. Eso le mantuvo en una condición física estupenda. «Habito mi cuerpo −escribió− con extraordinaria satisfacción, tanto su debilidad como su vigor». No sería exagerar decir que las otras actividades de Thoreau obtuvieron su fuerza de la vitalidad de su cuerpo. Ni que el ser que era Thoreau dependía de ser todo lo físico posible. Ni que ninguna vida se puede vivir plenamente sin vivirla por completo a nivel físico.

      Si Thoreau estaba en lo cierto, la forma de descubrir quiénes somos es por medio del cuerpo. La forma de recuperar la vida es volver al ser físico que fuimos antes de equivocar el camino: Ese ser en sintonía que escuchaba con el tercer oído, que era consciente de la cuarta dimensión y tenía un sexto sentido para detectar las fuerzas que le rodeaban. Ese ser en sintonía que era sensible e intuitivo, y percibía lo que ya no es evidente para nuestros cuerpos en proceso de degeneración.

      Puede sobrevenir en forma de sorpresa incluso para los líderes de la condición física. Los programas para mejorar la condición física se han basado desde hace mucho en el deseo de disfrutar de una vida longeva, de prevenir ataques al corazón, de sentirnos bien o de mejorar el físico. Nadie nos dijo que el cuerpo determinara nuestras energías mentales y espirituales. Ni que con el nuevo cuerpo pudiéramos vestirnos de esa nueva persona y edificar una nueva vida, la vida para la que habíamos nacido, pero que perdimos con el cuerpo del que disfrutamos en la juventud.

      Aunque el sentido común te diga que ya no volverás a tener veintiocho años, también te dirá que casi todo el mundo puede alcanzar niveles de vigor, fuerza y tolerancia física casi iguales a los de las personas de veintiocho años. Si se da la buena fortuna de hallar una actividad deportiva que le vaya bien, un hombre puede recuperar la juventud y gozar de una segunda oportunidad para escuchar lo que su ser completo consideraba importante en aquella época.

      Si crees que la vida ha pasado a tu lado o, incluso peor, que estás viviendo la vida de otro, todavía puedes demostrar que los expertos estaban equivocados. Mañana puede ser el primer día del resto de tu vida. Todo cuanto tienes que hacer es seguir a Thoreau. Habitar tu cuerpo con gozo, con inefable satisfacción; tanto su debilidad como su vigor.

      Y es posible hacerlo sólo con volver sobre nuestros pasos hasta aquel cruce de camino.

      Si estás buscando respuestas a los grandes por qué de la creación, tendrás que comenzar por esos pequeños cómo de la vida diaria. Si estás buscando respuestas a las grandes preguntas sobre el alma, lo mejor es que comiences con las pequeñas respuestas sobre tu cuerpo. Si quieres convertirte en santo o metafísico, primero debes convertirte en atleta.

      Estudia las vidas de los que buscaron su propio sentido y el significado del cosmos. O lee los libros de los santos que vivieron las preguntas y esperaron las respuestas de allí en adelante. El denominador común de esas personas es el ascetismo, palabra que procede del griego ascesis, que significa entrenamiento riguroso, autodisciplina y autocontrol.

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