Correr, la experiencia total. George Sheehan

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Correr, la experiencia total - George Sheehan страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Correr, la experiencia total - George Sheehan Deportes

Скачать книгу

algo importante por una gran causa o una causa esencial.

      ¿La vida cotidiana puede proporcionarnos esto? ¿Puede convertirse en el gran juego? Es posible si puedes subir las apuestas. Aceptemos el desafío de Pascal de que Dios existe. Aunque el hombre no tenga razón alguna para creer en Dios, decía William James, postulará una razón como pretexto para vivir con intensidad y extraer del juego de la existencia las mejores posibilidades de entusiasmo.

      «Toda suerte de energía y resistencia, de coraje y capacidad para enfrentarse a los males de la vida –afirmaba James− se libera en quienes tienen fe religiosa.» La religión, eso pensaba, siempre pone al ateísmo contra las cuerdas.

      Y es así porque de repente hacemos algo por una gran causa, por una causa esencial. Y todo cuanto hacemos es importante y exige perfección: física, intelectual y psicológica. Pero no hay que perder nunca de vista la verdad: que todos somos únicos y que debemos afirmar nuestro ser. Por tanto, no somos sumisos. No nos preocupa lo correcto y lo incorrecto, sino verdades como el bien y el mal.

      Pues, ya vemos, no es como decía Berryman. De hecho, siempre se nos pregunta sobre quiénes somos; héroes o cobardes. El reto reside ahí. Lo que se supone que somos no es la búsqueda imprudente de la catástrofe, sino la aceptación y la perfección de las personas. En ese proceso perenne y con tanta frecuencia agotador, a menudo deprimente y ocasionalmente doloroso, el coraje es el puente entre nuestras mentes y cuerpos.

      «Hay días en que no consigues encestar por mucho que lo intentes –me dijo una vez un entrenador de baloncesto−, pero no hay excusa para no desplegar una buena defensa.»

      He conocido días así. Días en que todos los tiros son forzados. Todas las ideas son prefabricadas. Días en que desparece la imaginación, la agudeza y la originalidad. El aire es el mismo. La gente es la misma. Los problemas son los mismos. Y es en esos días cuando empiezo a presionar, y todo se vuelve mucho más difícil. Las sensaciones desaparecen, y con ellas, el toque, la facilidad, la brillantez del juego.

      El ataque es juego. La defensa es trabajo. Cuando ataco, creo mi propio mundo. Represento el drama que he escrito. Bailo la coreografía ensayada. Canto la canción que he compuesto. El juego de ataque es espontáneo, exuberante y fresco. El juego de ataque es una emoción con su propio estímulo. Su propia compulsión. Su propia fuerza rectora. Genera su propia energía.

      El juego de ataque, por tanto, es un arte. No se puede forzar. Es la unificación dichosa y espontánea del cuerpo y la mente. Por eso hay días en que no sale y en que los circuitos del cerebro no se abren. El hemisferio derecho, el responsable del juego, permanece inaccesible.

      El juego defensivo no necesita nada de esto. La defensa es insípida, aburrida, ordinaria. Es la dedicación y atención que prestamos al deber sin imaginación. Es cuestión de apretar los dientes, echarle determinación y perseverancia. Simplemente, requiere –si se me deja usar la expresión− un acto de voluntad. No hay días que no puedas trabajar en defensa. Todo cuanto necesitas es decidirte y ponerte a ello. Y dar el cien por cien.

      Durante el trabajo de defensa soy otra persona, la persona real. En el juego de ataque es donde se lucen los talentos e incluso aparecer la genialidad. Lo que el juego de defensa revela es el carácter, porque el esfuerzo y la energía dependen de la voluntad. Es entonces cuando me pregunto: «¿Tengo o no tengo?»

      Por eso el trabajo de defensa es una cuestión de orgullo. La determinación de ser la persona que soy. La decisión de dar mi palabra de honor, de prestar un juramento según el cual lo que se tenga que hacer se hará.

      Intento no enorgullecerme de mi juego ofensivo. Mi juego, mi creatividad es un don que se me ha otorgado y que me puede ser arrebatado. ¿Cuántos poetas se han dado a la bebida tratando de recuperar esa visión infantil de las cosas? Uno tiene que ser crédulo ante esas proezas. El místico nunca tienta la suerte. Acepta la visión, a veces la revela a unos pocos, y no espera volver a verla.

      Yo disfruto del juego. Disfruto teniendo la pelota. Pero sé que mi talento es algo de lo que sólo soy portador. La prueba real llega cuando falta el talento. Cuando estoy cansado, aburrido y me apetece no hacer nada o tomar una copa. Todos sabemos este tipo de cosas y reaccionamos de maneras distintas. En una encuesta realizada en el ejército, sesenta y cuatro varones con una edad media de veintidós años montaron en bicicletas estáticas al cincuenta y cinco por ciento de su capacidad máxima de oxígeno. Se les pidió que pedalearan hasta sentir tanto dolor que tuvieran que parar. Los encuestados pararon con una diversidad de tiempos entre una hora y media y veintiocho minutos.

      El trabajo de defensa, por lo tanto, se reduce al carácter, a la capacidad de persistencia. Hay equipos, entre ellos también los mejores, que ya no se fijan sólo en el talento. También reclutan jugadores por su carácter. La temporada es larga. Hay días en que hay que entregarse a fondo y el talento no basta. Sólo el carácter puede centrar mi voluntad en la idea de que sólo mi mejor actuación es digna de mí, del juego y de las personas con las que juego. Sólo el carácter puede asumir el trabajo de defensa y sacar partido hasta la última gota de mi energía física y mental. Sólo el carácter me permite funcionar cuando la existencia parece ser, como dijo Emerson, una guerra defensiva.

      Yo lo sé y sospecho que tú también lo sabes. Y, sin embargo, aún sigo trabajando en defensa casi como cualquier otro, porque sé que al final habrá posibilidad de robar una pelota y me haré con ella. Y sueño con ver de repente esa nueva idea clara como un hombre que se abre hacia la banda. Y le paso el balón y luego veo su tiro, una larga y perfecta parábola. Y sé que, cuando su mano suelte la pelota, como una idea todavía sin escribir, no tocará nada más que las cuerdas.

      Sin embargo, el trabajo de defensa no está hecho de sueños. Ni tampoco los hombres.

      2. Descubrir

       Quién soy yo no es ningún misterio. No es necesario pincharme el teléfono ni abrirme el correo. No es necesario someterme a psicoanálisis. No llames a nadie para investigar mis cuentas corrientes. Nada obtendrás invadiendo mi intimidad. De hecho, no hay intimidad que invadir. Porque, como los demás seres humanos, no tengo intimidad. Lo que soy está a la vista de todo el mundo.

      De joven, yo sabía quién era pero intentaba convertirme en otra persona. Nací para ser un solitario. Llegué a este mundo con tendencia a automarginarme, con un deseo de soledad y aversión a los gritos, a las puertas que se cierran con violencia y a mis congéneres. Nací con miedo a que alguien me diera un puñetazo en la nariz o, algo mucho peor, a que me abrazase.

      Pero me negué a ser esa persona. Quería establecer lazos con la gente. Quería ser parte del rebaño, de cualquiera que fuese. Cuando eres tímido, inquieto y demasiado consciente de ti mismo, cuando eres delgadito, escuálido y tienes la mandíbula adelantada y una nariz que ocupa casi un tercio de tu superficie corporal, lo que quieres son amigos y relacionarte con los demás. Mi problema no era la individualidad, sino la identidad. Era más individuo de lo que podía soportar y quería identificarme con un grupo.

      Pero no era el único a quien le pasaba esto. Toda la juventud se rebela, pero lo hace por otros motivos. Pasa del cristianismo al comunismo. De los trajes de los hermanos Brooks a las camisetas y los tejanos. De la carne con patatas a las dietas macrobióticas. Del pelo muy corto a las melenas. Pero nadie transita solo por ese camino. Nadie se enfrenta sin más a quién es.

      Todos lo hemos vivido en mayor o menor grado. Nos negamos a aceptar nuestro verdadero ser, tan dolorosamente

Скачать книгу