E-Pack HQN Susan Mallery 3. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 3 - Susan Mallery Pack

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dólares. Has oído bien.

      Era una cifra demasiado grande. No. ¡Era enorme! Imposible de asimilar. Para ella era como todo el dinero del mundo.

      —Margaret quería que supiera que el abogado que está llevando el tema de la herencia te llamará por la mañana. Tiene el cheque firmado y listo para entregártelo.

      Patience se llevó una mano al pecho.

      —Creo que no puedo respirar.

      —Lo sé.

      —Podremos saldar la hipoteca.

      —No quiero que te preocupes por eso.

      Patience sacudió la cabeza.

      —Mamá, has estado cuidando de mí toda mi vida. Quiero saldar la hipoteca. Y después meteré dinero en la cuenta de la universidad de Lillie —se mordió el labio.

      Y aun después de todo eso, le quedaría dinero de sobra. Tal vez unos veinticinco mil dólares. Y contando con guardar un poco para imprevistos y malas rachas, seguiría teniendo suficiente para...

      Ava asintió.

      —Lo sé. Yo también he pensado en eso.

      —La cafetería.

      —Sí. Podríamos hacerlo.

      Patience se levantó y corrió arriba. Cuando llegó a su dormitorio, abrió el último cajón de su pequeño escritorio situado bajo la ventana y sacó una carpeta. Era su plan de negocio, el mismo en el que llevaba años trabajando.

      Volvió a la cocina y extendió los papeles.

      Todo estaba ahí. El coste del alquiler, el presupuesto para alguna que otra reforma, para suministros y para publicidad. Tenía proyecciones de costes, estimaciones de ingresos y un estado de ganancias y pérdidas.

      —Podríamos hacerlo —dijo con la respiración entrecortada—. Aunque iríamos un poco justas.

      —Yo tengo algunos ahorros y me gustaría invertir en el negocio. Así seríamos socias.

      —Lo somos pase lo que pase.

      —Quiero hacerlo, Patience. Quiero que abras ese negocio y quiero ayudarte.

      Patience volvió a su silla.

      —Estoy aterrorizada. Tendría que dejar mi trabajo con Julia para hacerlo —lo que implicaba renunciar a la seguridad de un sueldo regular. También tendría que hacerse cargo del alquiler y de contratar empleados.

      El estómago le daba vueltas. Soñar era mucho más sencillo que enfrentarse a la posibilidad de intentarlo y fracasar. Pero a la vez que se preguntaba si podría hacerlo, sabía que no tenía elección. Le habían dado la oportunidad de su vida y el obsequio de la tía Becky se merecía mucho más que tener miedo.

      —¿Quieres hacerlo? —le preguntó a su madre.

      —Totalmente.

      —Pues entonces lo haremos —respiró hondo—. Llamaré a Josh para ir a ver lo antes posible el local al que le había echado el ojo. Una vez sepamos si es el lugar adecuado, podremos seguir adelante con esto.

      Se levantó y su madre hizo lo mismo. Se miraron.

      —¡De verdad vamos a hacerlo! —dijo riéndose.

      —¡Sí!

      Se abrazaron y empezaron a dar saltos. Lillie apareció en las escaleras.

      —¿Qué pasa?

      —Vamos a abrir la cafetería —dijo Patience alargando el brazo para que su hija se uniera a ellas.

      —¿En serio? ¿Vas a llamarlo el Brew-haha?

      —¡Sí!

      —¿Y puedo ayudar?

      —¡Sí!

      Se abrazaron, saltaron, gritaron y bailaron. Y cuando estaban agotadas, pero seguían sonriendo, Ava les indicó que la siguieran.

      —Esto se merece un helado. Vamos a por unos helados con chocolate caliente.

      Patience se rio.

      —Siempre he admirado tu estilo, mamá.

      —¿Justice?

      Se giró al oír su nombre. Patience estaba al otro lado de la calle saludándolo.

      Verla, ver esos vaqueros ciñéndose a sus curvas, esa camiseta de un gato con un martini en una pezuña, y esa melena larga y ondulada sacudiéndose con el viento hizo que un cosquilleo le recorriera el estómago. Y un poco más abajo. Su sonrisa lo hizo sonreír y su entusiasmo lo alcanzó.

      En los quince años que llevaban separados nunca la había olvidado, ni siquiera a pesar de haberse preguntado si estaba recordando más de lo que había existido en realidad. Y ahora que la veía prácticamente bailando en la acera, mientras él cruzaba para acercarse, supo que había pasado por alto el detalle principal: que en la vida real, Patience era mucho más apasionante que en cualquiera de sus recuerdos.

      —¿Sabes qué? —le preguntó cuando él llegó a su lado. Lo agarró del brazo y literalmente empezó a saltar—. ¡Adivina! ¡Adivina! —le agarraba con fuerza los bíceps y sonreía—. Jamás lo adivinarías, así que te lo voy a decir.

      Sus ojos marrones resplandecían de emoción y tenía la piel sonrojada. Parecía alguien a quien acababa de tocarle la lotería... o a quien habían besado apasionadamente. De pronto, se vio deseando lo primero y pensando que, si era lo último, tendría que hablar muy seriamente con alguien.

      —¡Mi tía abuela Becky ha muerto!

      —¿Y eso es bueno?

      —Oh —dejó de saltar—. Tienes razón. Está claro que no me alegro de su muerte. Al parecer, vivió una vida larga y muy feliz.

      —¿No la conocías?

      —La conocí cuando tenía cuatro años. No la recuerdo, pero al parecer la quería mucho. Y ella a mí también y era una mujer tremendamente generosa —se detuvo expectante—. ¡Me ha dejado cien mil dólares!

      Él sonrió.

      —¿Así que de eso se trata?

      Ella empezó a saltar de nuevo.

      —¿Te lo puedes creer? ¡Cien mil dólares! Es mucho dinero. Mi madre y yo estuvimos hablando anoche. Puedo saldar la hipoteca y reservar dinero para la universidad de Lillie.

      Se inclinó hacia él y su aroma a vainilla y a flores lo alcanzó.

      —Soy peluquera. Adoro a mis clientes, pero hay tipos que me dan cincuenta centavos de propina. Así me era imposible ahorrar para los estudios de Lillie. A mi madre le va bien como programadora de software,

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