Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery

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Amor perdido - La pasión del jeque - Susan Mallery Libro De Autor

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años, ¿de acuerdo? Me disculpé en la nota.

      —Nunca me he recuperado —afirmó Gage, con expresión de dolor. Buscó dentro del bolsillo de su camisa y sacó un paquete de chicles—. Delante de ti tienes a un hombre destrozado.

      Kari no sabía cuál era el juego de Gage, pero deseó que lo jugara con cualquier otra persona.

      Su confusión se transformó en una sentimiento de ultraje cuando Gage tomó un chicle para él y ofreció el paquete al atracador. Lo próximo que haría sería irse a tomar una cerveza con él.

      Gage observó la rabia que encendía los ojos de Kari. Si pudiera lanzar fuego, él estaría ardiendo como un muñeco de madera. En otras circunstancias, aquello le habría preocupado, pero no en ese momento.

      El atracador negó con un movimiento de la pistola. Pero lo importante había sido el gesto. Gage había establecido una conexión con el pistolero.

      —Se escapó a Nueva York —prosiguió Gage, metiéndose de nuevo el paquete de chicles en el bolsillo—. Quería ser modelo.

      El atracador observó a Kari:

      —Es guapa. Pero si está aquí es porque no consiguió triunfar.

      —Supongo que no. Tanto dolor y sufrimiento para nada —replicó Gage y suspiró.

      Kari se puso tensa, pero no dijo nada. Gage necesitaba que ella cooperara unos segundos más. Sus instintos lo apremiaban para que la liberara del pistolero, pero se obligó a relajarse y mantener la concentración. Había más personas que proteger además de Kari. Entre empleados del banco y clientes, había más de quince personas inocentes allí dentro. Quince personas sin preparación y cuatro tipos con pistolas. No le gustaban los hechos.

      Utilizando su visión periférica, Gage comprobó los progresos del equipo táctico que había desplegado alrededor del edificio. En sólo uno o dos minutos, estarían colocados.

      —¿Quieres que la dispare? —preguntó el atracador.

      Kari dio un grito sofocado. Sus ojos azules se abrieron aún más y su rostro perdió el color.

      Gage masticó su chicle durante un segundo y se encogió de hombros:

      —Sabes, es muy amable de tu parte, pero creo que prefiero tratar con ella a mi modo, cuando llegue el momento.

      El equipo estaba casi preparado. Gage sintió que su corazón casi se le escapaba del pecho, pero no dio muestras de ello. Sólo unos minutos más, se dijo. Sólo…

      —¡Eh, mirad!

      Uno de los atracadores del fondo se giró de golpe. Todos miraron. Un miembro del equipo de intervención táctica se había escondido demasiado tarde. El pistolero que sostenía a Kari gruñó enfurecido:

      —Al diablo con todos.

      Eso fue lo único que pudo decir.

      Gage se abalanzó sobre él, liberó a Kari, le gritó que se echara al suelo y lanzó una patada al esternón del atracador.

      El tipo lanzó un grito mientras expulsaba todo el aire de sus pulmones y caía de espaldas al suelo. Antes de que pudiera recuperar el aliento, dos hombres del equipo táctico lo estaban apuntando con pistolas.

      Pero no fueron tan rápidos en capturar al hombre que había junto a Ida Mae. Sonó un disparo.

      Gage reaccionó sin pensar. Se giró y se lanzó sobre Kari, cubriéndola con su cuerpo.

      Sonaron media docena de disparos más. Gage levantó uno de sus brazos, buscando objetivos y mantuvo el brazo sobre la cara de Kari.

      —No te muevas —le susurró al oído a Kari.

      —No puedo —repuso ella.

      Tras lo que pareció una eternidad, aunque sólo fueron unos segundos, un hombre gritó:

      —Me rindo, me rindo. Me habéis dado.

      Una voz firme gritó:

      —Campo libre.

      Cinco voces más lo siguieron, confirmando que el tiroteo había terminado. Gage se apartó de Kari y miró a su alrededor para comprobar los daños. Todos estaban bien, incluso Ida Mae, que había dado una patada al pistolero herido tras ponerse en pie. El jefe del equipo táctico se acercó a Gage. Estaba vestido de negro de pies a cabeza, llevaba la cara cubierta y armas suficientes como para tomar Cuba.

      —No sé si eres un loco o un valiente por haber entrado en medio de un atraco.

      Gage se sentó y sonrió:

      —Alguien tenía que hacerlo y me imaginé que ninguno de tus hombres se iba a prestar a ello. Además, sabemos que son delincuentes de pueblo pequeño. Están acostumbrados a ver a un sheriff como yo. Vosotros, con vuestros disfraces de Darth Vader, los habríais asustado y lo habrías hecho actuar sin pensar. Alguien podría haber muerto.

      —Si alguna vez te aburres de la acción en un pueblo pequeño, serás bienvenido a nuestro equipo.

      —Estoy justo donde quiero estar —repuso Gage.

      Luego se volvió y se encontró con Kari mirándolo. Aún estaba en el suelo. Su cabello, antaño largo y rubio, ahora lo llevaba corto. El maquillaje acentuaba sus ojos grandes y azules. El tiempo había convertido su cara en algo aún más bello de lo que recordaba.

      —Sabías que estaban allí —dijo ella, en tono de pregunta.

      —¿El equipo táctico? Sí. Estaban rodeando el edificio.

      —¿Así que no estaba en peligro?

      —Kari, un atracador te estaba apuntando con una pistola a la cabeza. Yo no diría que ésa es una situación de seguridad.

      Kari sonrió. Una sonrisa sensual que Gage no había olvidado. El tiempo no había cambiado su belleza.

      Gage de pronto se dio cuenta de que la adrenalina recorría su cuerpo. Y recordó que llevaba mucho tiempo sin tener sexo. Hacía ocho años, Kari y él no habían disfrutado de esos placeres. Se preguntó si ella estaría más abierta a la experiencia.

      Se dijo que, durante el tiempo que ella estuviera en Possum Landing, iba a averiguarlo.

      —Bienvenida —dijo él y le tendió la mano para levantarla.

      Ella la aceptó.

      —Demonios, Gage, si querías darme la bienvenida de una forma especial, ¿no podrías haber organizado un simple desfile?

      —Ya puede irse, señorita Asbury —dijo el detective cuatro horas después.

      Kari suspiró aliviada. Había explicado los hechos, había sido interrogada, le habían dado de comer y beber y al fin era libre para irse a casa. Sólo había un par de problemas más. Para empezar, su corazón se negaba a volver a la normalidad. Cada vez que pensaba en lo que había pasado en el banco, su corazón se ponía a galopar. El segundo problema era que había ido

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