Corazones en llamas. Marie Ferrarella

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Corazones en llamas - Marie Ferrarella Julia

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puertas. Pregunten. Estaba aquí hace unos minutos y tiene las piernas cortas. Sus piernas son mucho más largas, así que pueden cubrir más distancia. Por favor.

      Eso último pareció más una orden que un ruego.

      Los hombres hicieron lo que se les pedía. Los muebles podían esperar.

      Cecilia suspiró y se dirigió a su hija, poniéndole las manos en los hombros.

      —Tú haz lo mismo. Ve a buscarla. La encontraremos. Sabes que sí.

      Había veces que Lisa creía que Dios no se atrevería a discutir con su madre y, ella no lo iba a hacer. Solo con oír sus palabras se sentía mejor.

      —Sí —dijo—. La encontraremos.

      —Muy bien. Yo me quedaré aquí por si vuelve. Ya sabes como es —dijo Cecilia sonriendo.

      Lisa pensó que su hija era demasiado inteligente como para haberse alejado demasiado.

      ¿Pero dónde estaría?

      Salió a la calle, donde la luz le hizo daño en los ojos. Hizo pantalla con la mano y entonces fue cuando lo vio.

      El cuartelillo de bomberos de la esquina de la calle. Solo le había prestado una atención marginal cuando llegaron.

      Pero ahora se daba cuenta de todo su significado.

      No era como si fuera fácilmente accesible, ya que entre él y la casa había una calle de tres carriles y con una pequeña isla enmedio para los peatones que no hubieran podido pasar con el semáforo.

      A CeCe le encantaban los camiones de bomberos.

      Rogó para que estuviera allí.

      Cruzó con el semáforo en verde y llegó a la isla antes de que se pusiera en rojo.

      Él no supo exactamente lo que lo hizo mirar entonces. Tal vez se hubiera medio esperado la aparición de una madre frenética, tal vez fue solo por casualidad por lo que miró por la ventana que daba a la calle. Por lo que fuera, se quedó pasmado por la visión de esa mujer corriendo.

      Se movía como una gacela.

      Se movía como lo haría el viento si tomara la forma de una mujer joven y esbelta con un cabello del color del sol después del amanecer. Iba vestida con unos pantalones cortos blancos y un top rojo que le marcaba los senos. Era toda una visión. Le sorprendió que ninguno de los otros bomberos se asomara a piropearla.

      Bryce se tranquilizó cuando se dio cuenta de que debía ser la madre de CeCe.

      —Chica —le dijo sin soltarla de la mano—. Creo que acabo de ver a tu madre. Y creo que está enfadada.

      Llevó a la niña a la puerta justo cuando la alcanzaba la mujer.

      —Perdone —dijo Lisa en cuanto lo vio—, ¿ha visto a una niña…? ¡CeCe!

      La niña se sorprendió al ver lágrimas en el rostro de su madre. No lloraba muy a menudo, pero cuando lo hacía, CeCe siempre creía que debía hacer algo que la hiciera feliz de nuevo.

      Sonrió brillantemente. A su madre siempre le gustaba cuando sonreía.

      —Hola, mamá. ¿Estás bien?

      —Ahora sí.

      En la vida de Lisa había habido muy pocos momentos en los que tuviera ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Y ese fue uno de ellos.

      Ignorando por completo al hombre que estaba con su hija, se arrodilló y la abrazó.

      Solo cuando se hubo asegurado de que su hija era real y que estaba bien, le dijo:

      —Oh, CeCe, ¿cómo me has podido hacer esto? ¿Cómo te has podido marchar así?

      La respuesta le pareció completamente lógica a la pequeña.

      —Él tiene un camión de bomberos. Uno de verdad —dijo señalando al camión que tenía detrás.

      Pero Lisa no miró al camión.

      De repente fue consciente de que estaba de rodillas delante de un hombre muy alto y rubio, vestido de bombero. Y lo que era más, estaba de rodillas delante de un hombre que la estaba mirando como si estuviera hambriento y ella fuera su plato favorito.

      Capítulo 2

      MIRA, mamá! Es como el camión de bomberos que tienes en la tienda —dijo la niña impacientemente, cuando su madre no miró al objeto de su atención.

      Lisa miró a su hija, tratando de ignorar el hecho de que se sentía como si estuviera siendo medida lentamente por el hombre que tenía delante.

      Tomó a su hija por los hombros y la miró a los ojos.

      —Ahora escúchame, jovencita. No me importa si has visto toda una flota de camiones de bomberos. Ya sabes que no puedes marcharte sin decirnos a la abuela o a mí a dónde vas. Y también sabes otra cosa, ¿no?

      CeCe suspiró.

      —Que no tengo que hablar con desconocidos.

      Mientras decía eso, la niña se agarró con más fuerza de la mano de Bryce.

      —Él no es un desconocido, mamá. Sé cómo se llama. Bryce Walker y es mi nuevo mejor amigo. Y es bombero. Eso es como ser policía. Y tú me dijiste que si me perdía alguna vez, solo tenía que hablar con un policía. ¿Recuerdas? Bueno, pues no pude encontrar un policía, pero lo encontré a él.

      Lisa cerró los ojos. No había manera de discutir con su hija. En eso había salido a su abuela.

      Cuando los volvió a abrir, se encontró con que el bombero la estaba mirando y supuso que le debía una disculpa.

      —Lo siento si le ha causado algún problema…

      —¿CeCe? No, no ha causado ningún problema. Estaba a punto de enseñarle el cuartelillo a su hija —dijo él sonriendo—. Estoy seguro de que se puede añadir usted también si le interesa.

      —Gracias, pero no.

      Cuando Lisa vio lo triste que se ponía su hija, se sintió culpable. Siempre le pasaba cada vez que le negaba algo.

      —Pero mamá…

      Lisa permaneció firme.

      —Estamos en medio de una mudanza y todo está hecho un lío. No puedo perder tiempo ahora. Y además… Tengo a los de la mudanza peinando los alrededores buscándote.

      La niña pareció confusa.

      —¿Y por qué los están peinando, mamá?

      Bryce se rio.

      —Es solo una expresión —dijo soltando la mano—. Podemos dejar la visita para otra ocasión, si quieres. Todo el

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