Corazones en llamas. Marie Ferrarella

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Corazones en llamas - Marie Ferrarella Julia

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      CeCe Billings era lo que su abuelo hubiera llamado una bomba. Deseó que el viejo la hubiera podido conocer. Aunque, si lo pensaba mejor, seguramente habría intentado algo con la madre de la niña. El hombre fue un pícaro hasta el día en que murió con noventa y tres años.

      Bryce esperaba que eso fuera hereditario y que él tuviera la mitad de su espíritu cuando llegara a su edad.

      Y Lisa deseó llevar encima algo más que los pantalones cortos y el top, pero tuvo la sensación de que ese hombre la seguiría mirando así aunque fuera vestida con un saco de esparto.

      —Me alegro de saberlo, pero estoy segura de que no lo volveremos a molestar, señor…

      —Walker —dijo él ofreciéndole la mano—. Bryce Walker.

      —Ya te lo había dicho yo, mamá.

      Lisa dudó un momento, pero por fin, aceptó esa mano. Una mano firme, dura y cálida. Y los ojos de ese hombre le recordaban el tiempo que había pasado desde la última vez en que miró a un hombre de otra forma que como cliente.

      —Yo soy Lisa Billings. Gracias por cuidar a CeCe.

      —Ha sido un placer.

      Él le seguía sujetando la mano. Y su atención. Por fin, ella se soltó. Cuando fue a marcharse, se dio cuenta de que él la seguía.

      —CeCe dice que son nuevas en la ciudad.

      —Y lo somos.

      —Y en el estado.

      —También.

      Lisa miró a su hija preguntándose cuántas más cosas le habría contado sobre ellas a ese hombre.

      Bryce estaba de servicio hasta esa tarde, así que no tenía mucho tiempo para salir con ella, aunque era eso precisamente lo que más le apetecía.

      —Bueno, dado que parece que soy yo uno de los primeros ciudadanos de Bedford que han conocido, y que seguramente esté demasiado cansada para cocinar después de la mudanza, tal vez le apetezca cenar.

      —Seguro que cenaré —dijo Lisa.

      —Quiero decir conmigo.

      Ella lo miró sin dejar de caminar.

      —No quiero molestarle.

      —No me molestará.

      Pero ella ya se alejaba apresuradamente, agarrándole la mano a la niña.

      Bryce se quedó frustrado. Aquello no le sucedía a menudo.

      —Siempre hay una primera vez para todo, ¿eh Walker?

      Creía que estaba solo en la planta baja, que los demás estaban arriba, jugando al póker. Se volvió y vio a Jack Riley sonriendo. Riley y él eran amigos desde antes de perder los dientes de leche.

      Debería haber sabido que aquello le haría gracia a Riley.

      —Lo cierto es que nunca pensé que vería el día en que te rechazara una mujer —dijo Jack—. Demonios, hasta mi madre saldría contigo si pusieras un poco de interés.

      Bryce se metió los dedos en el cinturón mientras seguía viendo alejarse a Lisa y CeCe.

      —No te lo tomes a mal, pero no tengo ningún interés en que tu padre me arranque la cabeza.

      Riley se acercó también a la puerta.

      —No parece tu tipo habitual.

      —¿Qué quieres decir?

      —Bueno, tiene una hija. ¿Cómo sabes que no está casada?

      CeCe se volvió cuando alcanzaron la isleta y se despidió con la mano. Bryce le devolvió el gesto.

      —Su hija no ha dicho nada de un padre.

      Riley se encogió de hombros.

      —Eso no significa que no exista, Walker. Tal vez solo esté enfadada con él.

      —Tenías que haberla oído.

      —Lamento no haber estado presente. Bonito trasero.

      Bryce supo que Riley no había querido molestarlo con ese comentario, pero aun así, no pudo evitar decirle:

      —¿Tú besas a tu madre con esa boca?

      Riley sonrió.

      —Solo cuando ella se empeña. ¿No detecto una nota caballerosa en esas palabras?

      Bryce vio que otra mujer se acercaba apresuradamente a Lisa y abrazaba a CeCe. Pensó que esa debía ser la abuela.

      —No más de lo habitual.

      —Oh, pero esa es distinta de lo habitual. Como he dicho, no parece de tu tipo.

      —¿Y cuál es mi tipo?

      —Sin ataduras. Por si no te has dado cuenta, esa parece llena de ataduras.

      Bryce se rio.

      —No te pases, Riley. Como has dejado claro tan delicadamente, esa chica ni siquiera ha querido salir a cenar conmigo.

      —¿Detecto la llamada del reto en tu voz?

      Ya era hora de cambiar de conversación, pensó Bryce.

      —No, pero ya me puedo imaginar a diez bomberos hambrientos estrangulándote por no haber hecho la cena cuando es tu turno de cocinar.

      Riley se pasó la mano por la cabeza.

      —Vaya, lo había olvidado. ¿Sigue vacío el frigorífico?

      Bryce lo miró inocentemente, como si no supiera lo que iba a continuación.

      —La última vez que miré, sí.

      —¿No querrías cambiarme el turno, verdad?

      —Ya te lo cambié la última vez. Y la anterior. Los chicos están empezando a pensar que no sabes cocinar.

      Riley suspiró. Conocía muy bien sus limitaciones.

      —Y tienen razón.

      La madre de Riley llevaba un restaurante muy famoso por su cocina. Bryce no entendía cómo era que su talento no se le había pegado a Riley, pero su amigo era un perfecto inútil en la cocina.

      —Ningún momento mejor que el presente para aprender —afirmó Bryce.

      Riley lo miró seriamente.

      —No es eso lo que dices cuando te llevan al hospital con el estómago perforado.

      —Te diré lo que vamos a hacer, iré a comprar algunas

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