Ca$ino genético. Derzu Kazak
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Durante el trayecto no hablaron nada, Malcon, a pedido de Amelia estaba sentado dos asientos detrás. Se había comprado un sombrero de lona blanco y unas raquetas de tenis Head, además de las zapatillas y un conjunto deportivo también blanco con rayas azules. Debía sobar en todo momento la raqueta, verificando la tensión de sus cuerdas como si de ello dependiera su vida, pero sin revelar que su brazo estaba con una fea herida apenas vendada con unos jirones de su camisa. Transportaba el dinero dentro de otra nueva bolsa marinera, donde remetió un paquete cerrado con un candado, que valía exactamente lo que contenía.
Ella, por su parte, metida en el toilet de una estación de servicio Texaco, con un sachet Soft Color Wella de shampoo tratamiento y otros ungüentos, se había desteñido el pelo a lo Marilyn, y encajándose unos anteojos oscuros de cristales grandes, que juntamente con su vestido abigarrado y largo de una gasa etérea, pletórico de vuelos, le daban aires indostánicos. Tuvo especial dedicación con el maquillaje, que oscureció su cutis a un tostado oriental, discreto y apagado. Intentaba leer un grueso tomo que tenía como título: University Calculus de Taylor y Wade, comprado al voleo en una librería, como si realmente entendiera la simbología de la Matemática Superior, cuando ni tan sólo tenía nociones de lo que era el Algebra Elemental. Todo debía ser diferente.
Ambos viajaban separados y sin hablar con sus ocasionales acompañantes, concentrados en su tarea de desorientación.
Malcon empezaba a ver con otros ojos a esa misteriosa Fire cuyo temperamento no era precisamente discordante con su sobrenombre.
Pensaba en los Laboratorios Sorensen...
Ni siquiera había avisado que faltaría al trabajo, y veía muy dificultoso que alguna vez en su vida pudiese regresar a esos recintos alucinantes. Allí, tarde o temprano, por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, también sabrían que había sido un traidor, y esa palabra ya empezaba a molestarle más de la cuenta.
Al arribar a Glenville, cada uno por su lado tomó un taxi a un destino que distaba unos quinientos metros del lugar donde se apearon, y caminaron hasta la puerta de una casa de aspecto sencillo, pletórica de flores en su pequeño jardín.
– Ahora deberé fingir ante mi familia, dijo Fire, debemos aparentar una buena relación y que te aprecien, estaremos unos días, tan sólo los necesarios para hacer los contactos con los parientes que se ocuparán de pasar el dinero más allá de las fronteras.
Ninguno de los dos sospechaba que los grandes servicios de inteligencia tienen los tentáculos más largos que el círculo terráqueo.
Tampoco los servicios de inteligencia sospechaban del intrincado andamiaje familiar que tenía Amelia Salinas Ugarte.
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