Ca$ino genético. Derzu Kazak
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Luego del misterioso encuentro, se le ocurrió buscar una novela del mundillo truhanesco de los servicios secretos, con un desenlace preciso semejante al que él mismo estaba gestando, y le pareció por el título, que “La Alternativa del Diablo” de Frederick Forsyth sería adecuada. Al menos era un autor de renombre internacional. Desvelado y leyendo entre líneas, a media noche la tiró sobre la cama malhumorado. Era muy buena, pero no encontró lo que buscaba: Identificarse con un protagonista que hiciese lo que él imaginaba hacer... y resultase un héroe.
Cuando lo invitaron a pasar unos días de descanso con todos los gastos pagos en un agreste rincón del parque Nacional de Waterton Lakes, más precisamente en el hotel Prince of Wales, debía ser muy idiota para no darse cuenta que le ponían el cabestro y un dogal para llevarlo a rastras. Y Malcon Brussetti no tenía un pelo de imbécil.
En verdad, era un descollante científico que coleccionaba Masters y Honoris Causa de las más prestigiosas Universidades del mundo, y jamás rechazaron en las revistas especializadas sus impactantes monografías sobre el sempiterno tema del núcleo celular.
Mantenía una arrogancia que recordaba a Maximilian Schell cuando entrevistó al presidente checo Václav Havel en Visión 2000, incluso usaba el mismo corte de su rubio bigote, aunque más serio y preocupado, no tanto por su ánimo, en el fondo jaranero y penetrante, sino más bien por el ambiente competitivo y el desvelo que exigía la exploración persistente en la vaporosa frontera de la ciencia.
Su Curriculum Vitae era de punta a punta, envidiable. Pero estaba solo, y se sentía como si fuese la reencarnación del mismísimo Antonio Salieri que, aunque había sido el maestro de Beethoven y Schubert, al surgir el genio de Salzburgo en escena, pasó a ser un segundón. Sabía con certeza que nunca llegaría a ser el gran Wolfgang Amadeus Mozart.
Al menos mientras “Mozart” viviese…
Era tan vívida la comparación de sus vidas, que siempre recordaba lo ocurrido cuando murió el Emperador José II; un enigmático enmascarado le haría un pedido al genio de Salzburgo: que escribiese una obra con la inspiración en otra obra, el Réquiem en RE menor, con motivo de la muerte de la esposa del conde de Walsegg. También recordaba las sospechas de que el enmascarado pudo ser casi con certeza el mayordomo del conde, con la intención de que después de terminada, intentaría robarle la obra. Él intentaba lo mismo.
Capítulo 2. New York
Habían pasado meses de espera, de tensa espera...
La prensa hidráulica que seguramente tenía el Dr. Werner Newmann para exprimir su cerebro, parecía haber estrujado hasta el último vestigio de sus talentos en el archivo más confidencial del computador, y en ese preciso instante dio por consumada su obra maestra estirando los brazos perezosamente. Volga también desplegó su cuerpo cuán largo era; con un amplio bostezo dejó ver sus ahusados colmillos y saltó flojamente al suelo.
– ¡El trabajo de toda mi vida! Exclamó susurrante a modo de epílogo, fijando sus cansados ojos en el Dr. Malcon Brussetti, que en esos instantes avanzaba con dos pocillos de café humeantes en sus manos como atención muy extraña de su parte.
Sorbieron juntos unos tragos, al tiempo que el principal asistente comentaba con su Director una nueva hipótesis para esclarecer el misterio nuclear de las células más allá de lo conocido.
Unos minutos más tarde, los párpados del Dr. Newmann parecían de plomo...
– Malcon... Malcon... no te preocupes, balbuceó con los ojos nublados, ya he resuelto el enigma celular, ya terminé mi... mi... mmm...
Y se deslizó por el respaldar de su sillón, profundamente dormido.
El Dr. Brussetti sabía perfectamente lo que había terminado, y su corazón al galope lo delataba. Esperó que el sueño se hiciese rítmico y acentuado, al tiempo que ojeaba disimuladamente a su alrededor, sondeando algún posible intruso que pudiese ver algo de lo que estaba sucediendo en esos instantes en la más prestigiosa oficina de investigación de los Laboratorios Sorensen.
No podía perder ni un instante o el plan más ambicioso de su vida fracasaría. La fenomenal computadora permanecía funcionando, los endiablados accesos en clave habilitados y con la llave críptica colocada. ¡Un milagro! Pensó. También cruzó por su mente que Lucifer estaba de su lado, y eso lo asustó un poco.
– ¡Supersticiones! Se dijo desechando la idea de plano.
El Dr. Malcon aguantó estoicamente la pertinaz hedentina de su jefe frunciendo el entrecejo unos instantes, sin moverlo de su asiento; colocó con destreza un par de guantes de cirugía en sus manos y sacó de su bolsillo interno una memoria SSD de ultima generación. Con la habilidad de quien domina perfectamente el sistema, procedió a copiar el archivo completo designado “ADN-Cybernetic-01”, y la clave de acceso en uso durante ese día, que transcribió en un papel con su puño y letra revisando cada cifra con sumo cuidado.
Lavó a fondo la tacita de café con los restos de somnífero y, cambiándola por otra, volvió a servir café puro, derramando previamente un chorrito hasta dejarla casi vacía, apoyó los labios del científico en su borde y luego, tomando la mano del durmiente, apretó los dedos contra el asa para marcar sus huellas. Palpó su pecho donde había guardado el duplicado con las investigaciones más valiosas del mundo, y en su semblante, aunque tenso, apareció una leve mueca de satisfacción.
No olvidaba ningún detalle…
Volga, el único testigo, con la cola en alto, sobaba el cuerpo entre sus piernas, maullando quejumbroso.
Dentro de unos días tendría dos millones de dólares en sus bolsillos y otros noventa y ocho adicionales en una de esas cuentas “negras” que tan bien ocultan los “blancos” suizos.
Ya se veía llegando a las puertas del 70 Bahnofstrasse, en Zurich, donde tiene sus reales la impenetrable Swiss Bank Corporation, enfundado en un perramus aceitunado con la solapa levantada y un aire clandestino...
Dos horas más tarde, el Dr. Newmann se despertó con neuralgia, le dio la última mirada a la pantalla, ennegrecida por la protección automática, desechó de beber el café frío y dispuso en el ordenador el cierre general. Revisó que el trabajo quedase inviolable y, retirando la llave con torpeza, la guardó en la caja fuerte. Unos minutos después, subía por el ascensor hasta el helipuerto del rascacielos. Él había terminado su obra maestra, pero alguien que conocía muy bien su trabajo, como un chef con diez estrellas Michelin, se había propuesto desmenuzarla y condimentarla a piacere.
Durante noches y noches el Dr. Malcon comenzó a trabajar de una manera maníaca hasta altas horas de la madrugada en su residencia. Las horas volaban velozmente como esquivos murciélagos; el tiempo no existía. Estudiaba minuciosamente la información genuina con una concentración absoluta… y le incorporaba escalofriantes modificaciones; unos detalles que equivalían a entrecruzar la escritura cuneiforme de los Caldeos con los pictogramas fonéticos Hititas, elaborando un blend indescifrable.
– ¿Quieren hacer seres realmente raros? Excelente, camaradas, aquí tienen un tablero fantástico para jugar al azar con las formas vivientes, elaborar terapia genética, intentar clonación industrial, pero... ¡donde prevean la cabeza de un toro a lo mejor salgan los riñones de una foca! Se dijo divirtiéndose por su barrabasada.
Lucifer, levantando