Bajo sospecha. Сара Крейвен

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Bajo sospecha - Сара Крейвен Bianca

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miró súbita y totalmente impresionada.

      –Pensé que estaba siendo realista –hizo una pausa–. ¿Te causó muchos problemas?

      –Los suficientes –se encogió de hombros–. Pero también me devolvió el fin de semana –titubeó–. Te llamé y te dejé un mensaje. Debiste estar fuera todo el día.

      –Casi –asintió, quitándose la chaqueta y dejándola sobre un sofá.

      Kate lo observó desabrocharse los primeros botones de la camisa con ansia súbita y primitiva. ¿Cuánto había pasado desde la última vez que hicieron el amor? Por lo menos unas tres semanas, comprendió con una mueca interior. Justo antes de experimentar aquel súbito dolor de estómago que le duró veinticuatro horas. «Pero he estado mucho fuera por trabajo», se recordó a la defensiva, «y Ryan a menudo trabaja hasta tarde, y estoy dormida cuando llega a la cama».

      «Pero no esta noche», se prometió. «Me encargaré de tomar extremas precauciones para mantenerme despierta». Le sonrió.

      –¿Te gustaría una copa de vino? No… no sabía qué hacer para cenar…

      –Ya he cenado, gracias. Pero me encantará un poco de vino.

      –Estás muy elegante –comentó con tono casual; le sirvió una copa y se la pasó–. ¿Has visto a Quentin?

      –No –meneó la cabeza–; tenía que realizar algo de investigación.

      –Oh –Kate volvió a llenarse su copa y se sentó–. Creía que eso lo hacías por Internet.

      –No todo –dio vueltas inquieto por el salón. Se detuvo junto al teléfono–. ¿Ha habido algún otro mensaje?

      –Al parecer no –Kate dio un sorbo de vino–. ¿Esperabas uno en particular?

      –No. A propósito, había algunas cartas para ti. ¿Las viste?

      –Sí. Oh, sí, gracias.

      –¿Qué le ha sucedido al suelo –se detuvo y con el ceño fruncido bajó la vista–. ¿Y a la alfombra?

      –Fue por mi torpeza –ella logró reír–. Tuve una pelea con una taza de café y perdí. ¿Se nota mucho? Mandaré la alfombra a que la limpien, y hay un producto especial para el parqué.

      –No, déjalo –dijo Ryan con una mueca–. De hecho, me gusta la idea de que al fin hemos conseguido dejar nuestra marca en este lugar. Empezaba a pensar que íbamos a pasar por aquí sin dejar huella.

      –¿Pasar? –repitió Kate–. Suena raro.

      –Sólo es una forma de hablar –se encogió de hombros.

      –Y no es «este lugar» –continuó ella con cierta vehemencia, sintiéndose incómoda–. Es un hogar. Nuestro hogar.

      –¿De verdad, cariño? –Ryan rió–. Yo pensaba que era una especie de declaración.

      –¿Y no puede ser ambas cosas? ¿Está mal que nuestro entorno exprese quiénes somos… nuestras aspiraciones y logros? –notó que alzaba la voz.

      –Eso depende de las aspiraciones y logros –repuso él–. Aunque nadie que viera todo esto podría dudar del éxito que hemos tenido –alzó la copa en brindis irónico y se tragó el resto del vino–. Demostrado queda.

      «Dios mío», pensó ella. «Casi nos estamos peleando, y eso es lo último que quiero». Dejó la copa y se acercó a él; le rodeó la cintura con los brazos y aspiró su familiar fragancia masculina.

      –Bueno, a mí me encanta nuestro éxito –lo miró y habló con fingido reto–. Y más aún nuestra felicidad. Y, de regalo, el día de mañana lo pasaremos juntos –trazó el cuello abierto de su camisa con el dedo índice–. Domingo, dulce domingo, solos –bajó la voz–. Podemos levantarnos a la hora que deseemos. Dar un paseo por el parque o quedarnos en casa a leer el periódico. Descubrir un restaurante nuevo donde cenar. Como solíamos hacer antes.

      –Lo siento, mi amor –meneó la cabeza–, pero mañana no. Iré a Whitmead a comer con la familia.

      –¿Oh? –Kate se puso rígida al instante–. ¿Y cuándo lo decidiste?

      –Mi madre llamó durante la semana.

      –No lo mencionaste antes.

      –No pensé que fuera a interesarte –la miró con curiosidad.

      No añadió «Después de la última vez». «Aunque no hacía falta», pensó Kate. «La implicación estaba clara».

      –Cariño –comenzó con voz apaciguadora–, no hablaba en serio cuando dije todas esas cosas estúpidas al volver a casa. Yo… perdí los nervios. Los dos los perdimos –sacudió la cabeza–. Simplemente me gustaría que tu madre entendiera que cuando tengamos una familia será por decisión propia y personal, adoptada cuando estemos preparados. Sin ninguna insistencia de ninguna parte.

      –Hizo un comentario casual, Kate. No pretendía interferir. Ni iniciar la Tercera Guerra Mundial –calló un instante–. Después de todo, cuando nos casamos, un hijo formaba parte de nuestras prioridades. Y no hicimos un secreto de ello.

      –Sí, pero todo cambió cuando dejaste tu trabajo –protestó Kate–. Yo tuve que ponerme a trabajar mientras tú te establecías como escritor. Lo sabes.

      –Ya estoy establecido –comentó con suavidad.

      –Y yo también –le recordó Kate–. Lo cual hace que resulte más difícil encontrar el momento adecuado. Algo que encaje con las exigencias de nuestras respectivas carreras. Tu madre debería verlo –titubeó–. Y no olvides lo que Jon y Carla Patterson nos comentaban la otra noche sobre los problemas que han experimentado buscando una niñera. Han tenido un desastre tras otro.

      –Eso parece.

      –Por lo tanto, no es algo en lo que debamos precipitarnos –continuó Kate–. Además, tu madre ya puede mimar a los hijos de tu hermana –añadió a la defensiva.

      –Sin duda –coincidió él–. Pero no puedo prometerte que no suelte alguna indirecta más –hizo una ligera mueca–. Me temo que en mi familia no son muy discretos.

      –Quizá no –se obligó a sonreír–. Entonces, ¿eso significa que estoy excluida de la invitación de mañana?

      –En absoluto –indicó Ryan–. A todo el mundo le encantaría verte, pero yo di por hecho que estarías ocupada en tu despacho en cuanto regresaras de Gloucestershire, y por eso me disculpé por ti.

      –Tienes toda la razón, desde luego –acordó sin entusiasmo. Se separó de él y se alejó–. He de completar un montón de papeles. Quizá la próxima vez.

      –Podría ser lo mejor.

      «¿Se lo imaginaba o parecía aliviado? Dios mío», pensó, mordiéndose el labio. «¿Soy tan mal pensada?» Volvió a girar en su dirección con una amplia sonrisa en la cara.

      –¿Quieres un poco más de vino?

      –Será

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