Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández

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Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández Espiritualidad

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has vencido mi sordera”.

      Pidamos al Espíritu Santo que nos despierte y nos devuelva las ganas de caminar, de avanzar, de luchar; que nos regale el santo entusiasmo de los que se dejan llevar por él.

      4 El Espíritu Santo quiere regalarnos un mundo mejor. Pero más bien parece que nos hemos olvidado de buscarlo, que nuestro corazón cerrado no le deja espacio, que no nos decidimos a ponernos de rodillas e invocarlo con fe, con ansias. Él ya ha tomado la iniciativa de buscarnos. Ahora es necesario que le permitamos actuar. Te propongo que le abras el corazón y le digas con ternura:

       “Ven Espíritu Santo,

       ven padre de los pobres,

       ven viento divino, ven.

       Ven como lluvia deseada,

       a regar lo que está seco en nuestras vidas, ven.

       Ven a fortalecer lo que está débil,

       a sanar lo que está enfermo, ven.

       Ven a romper mis cadenas,

       ven a iluminar mis tinieblas, ven.

       Ven porque te necesito,

       porque todo mi ser te reclama.

       Espíritu Santo,

       dulce huésped del alma, ven, ven Señor”.

      5 El Espíritu Santo es el que puede transformar nuestros corazones con su soplo, con su fuego, con su poder y su luz. Con su fuerza podemos cambiar poco a poco nuestras actitudes llegando a ser personas renovadas. Siempre es posible cambiar con el auxilio del Espíritu. Si no cambiamos no es porque él no puede, sino porque nos respeta delicadamente. No nos obliga ni nos invade. No actúa allí donde nosotros no se lo permitimos. Respeta nuestras decisiones, y también nuestra debilidad.

      Pero si dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, si lo invocamos, si le permitimos que él nos impulse, entonces la vida se llena de actos de amor a Dios y a los hermanos, y así nos convertimos en seres “espirituales”, es decir, conducidos por la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos va renovando, y así ya no nos amargamos el corazón con rencores, celos, envidias. Ya no estamos inmovilizados por la indiferencia y el egoísmo, y ya no somos esclavos de los vicios y los malos apegos. Al contrario, nos llenamos de esperanza, de fortaleza, de alegría en medio de las dificultades, y nos sentimos verdaderamente libres, “nuevas criaturas” (1 Cor 5,17).

      La Biblia nos habla bellamente de los frutos que produce el Espíritu cuando lo dejamos actuar, y los resume en siete: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de uno mismo” (Gál 5,22-23). No le pongamos obstáculos, para que él pueda producir esos frutos en nuestra vida.

      6 En esta solemnidad de la Epifanía del Señor celebramos que Jesús se ha manifestado a nuestras vidas, que hemos podido conocerlo. Celebramos que Jesús quiere hacerse conocer por todos los seres humanos para llenarlos de su luz.

      Pero toda la hermosura de Jesús es obra del Espíritu Santo. Por eso, no podemos conocer a Jesús y admirarlo si no nos dejamos iluminar y transformar por el Espíritu Santo.

      El Espíritu llenó el corazón humano de Jesús desde su concepción, y conoce todos los secretos del corazón del Señor.

      Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a conocer profundamente a Jesús para amarlo con todo nuestro ser. Roguémosle también que nos haga cada vez más parecidos a Jesús en nuestra forma de vivir y de actuar.

      7 Repitamos esta oración varias veces, lentamente, hasta que sintamos cómo el Espíritu Santo toca con su amor nuestro interior:

       “¡Oh llama de amor viva

       que tiernamente hieres

       el más profundo centro

       de mi alma,

       tú que no eres esquiva

       acaba ya si quieres,

       rompe la tela

       de este dulce encuentro!”

      San Juan de la Cruz

      8“Ven Espíritu Santo, entra en mi mente, en esa locura de mis pensamientos que me perturban.

       Pacifica este interior inquieto.

       Ayúdame a dominar y serenar mis pensamientos para que reine en mí tu paz.

       Ven Espíritu Santo a dominar mi mente con tu santísima calma. Armoniza ese mundo de mi mente y llévate lejos todo pensamiento que provoque angustias o nerviosismos, tristezas o inquietudes inútiles.

       Ven Espíritu Santo, toma esas imágenes alocadas que dan vueltas dentro de mí, para que pueda reflexionar serenamente, orar bien, y avanzar sin preocupaciones que no valen la pena.

       Ven Espíritu Santo, y lléname de pensamientos bellos, que me ayuden a vivir. Amén.”

      9 A veces estamos disfrutando de algo bello, pero sin darnos cuenta aparece en el corazón un temor difuso que empaña la alegría. ¿Temor a perder lo que tenemos? ¿Temor de arruinarlo todo? ¿Temor a que algo se acabe? ¿O será simplemente que experimentamos el sabor amargo de nuestros límites, el recuerdo escondido de que todo se termina, de que va llegando el desgaste, la vejez, la enfermedad?

      Sólo el Espíritu Santo tiene poder para liberarnos de esas oscuridades del alma. Son las cosas que no nos dejan libres para disfrutar de la existencia, para amar con alegría, para trabajar con entusiasmo.

      Hay una tristeza sutil que es contraria al Espíritu Santo. Por eso dice la carta a los Efesios: “No entristezcan al Espíritu Santo” (Ef 4,30). El antiguo escrito del Pastor de Hermas también advertía que la tristeza expulsa al Espíritu Santo. De manera que cuando nos encerramos en nuestras maquinaciones mentales, y fomentamos los recuerdos negativos, cuando rumiamos las faltas de amor de los demás, o lo que la vida no nos está dando, entonces comenzamos a ocupar con todo eso el espacio que debería llenar el Espíritu Santo. De ese modo lo vamos expulsando de nuestra vida.

      10 No hace falta que te digan que estamos en una época difícil, que hoy no es fácil vivir, que muchas veces nos ataca el desaliento, que nos cuesta querernos, comunicarnos y ayudarnos, que cada uno piensa demasiado en sí mismo, que no reconocemos fácilmente el amor de Dios en nuestra propia vida. Además, hay viejos rencores y heridas que nos cuesta sanar, frecuentemente nos sentimos insatisfechos, y otras veces no sabemos para qué trabajamos, para qué nos estamos esforzando, para qué vivimos en realidad. O quizás en el fondo nos sentimos solos, con una oculta tristeza.

      Nadie puede negar que algunas de estas cosas anidan en su corazón.

      A veces nos va mal, la vida nos golpea duro, pero lo peor que nos puede pasar es si, además,

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