Los cinco minutos del Espíritu Santo. Víctor Manuel Fernández
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Los cinco minutos del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández страница 3
En definitiva, nos falta espíritu. A nuestras existencias les falta el fuego, la luz, la vitalidad, la fortaleza, el empuje, la paz del Espíritu Santo. Y en el fondo, todo tu ser está sediento de él, de su presencia, de su río de vida.
Por eso, recibamos una buena noticia:
“El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26).
Él viene. Cuando lo invoques él se acerca a tu vida, para ofrecerte agua viva, paz, consuelo, esperanza. Él viene, siempre viene.
11 “Ven Espíritu Santo, ven a sanar ese mundo de mis emociones.
Mira ese dolor que a veces me carcome el alma, y sánalo.
A veces sufro por el amor que no me dan, por las desilusiones, por las agresiones ajenas, porque a veces no me comprenden, porque no pude comunicarme bien con alguien, porque no me agradecen o no tienen en cuenta mis esfuerzos.
No dejes que esos sentimientos me dominen y me quiten la alegría.
Ven Espíritu Santo, toca esas necesidades insatisfechas con tu amor, para que yo no dependa tanto del afecto de los demás.
Enséñame a gozar de tu ternura divina, Espíritu de amor, para que mi corazón sea más libre.
No dejes que me vuelva esclavo de mis sensaciones y sentimientos que me abruman. Enséñame a disfrutar de tu amor en cada momento, para que la alegría ilumine mi rostro. Amén.”
12 Hagamos memoria. Miremos lo que pudo hacer el Espíritu Santo en otra época, quizás mucho más difícil que la nuestra.
Después de la muerte de Cristo, aunque él había resucitado, los apóstoles no veían claro, no entendían bien lo que estaba sucediendo. Parecía que la fe cristiana no tenía futuro. Pero al menos dejaban que María los reuniera para orar (Hech 1,14).
Entonces, llegó el día de Pentecostés, y quedaron llenos del Espíritu Santo (Hech 2,1-4). A partir de ese día se acabaron los miedos, las tristezas, las quejas, y empezó a reinar el entusiasmo, la alegría. Salieron llenos de fuego, deseosos de llevar a Cristo a los demás y de cambiar el mundo. Era la época del Imperio Romano, cuando reinaban la injusticia, los abusos, el egoísmo; no se permitía a los cristianos vivir libremente la propia fe, se perseguía con crueldad a los inocentes, muchos morían de hambre mientras otros se daban al desenfreno total. Sin embargo, en ese mundo, los cristianos que llevaban en sus corazones el impulso del Espíritu Santo pudieron resistir las tentaciones de la decadencia pagana, y llegaron a cambiar ese mundo en ruinas.
¿Acaso el Espíritu Santo ha perdido ese poder?
13 “Ven Espíritu Santo, y penetra en todo mi cuerpo.
Te doy gracias por el don de la vida,
por cada uno de los órganos de mi cuerpo,
que es una obra del amor divino.
Ven Espíritu Santo, y pasa por todo mi cuerpo.
Acaricia con tu cariño este cuerpo cansado y derrama en él la calma y la paz.
Penetra con tu soplo en cada parte débil o enferma. Restaura, sana, libera cada uno de mis órganos. Pasa por mi sangre, por mi piel, por mis huesos.
Ven, Espíritu Santo, y aplaca toda tensión con tu amor que todo lo penetra.
Sáname Señor. Amén.”
14 En la Biblia se le da al Espíritu Santo el nombre de Paráclito (Jn 14,26). Este nombre ya nos indica algo, porque significa llamado junto a. Es decir, el que yo invoco para que esté conmigo.
Son distintos los sentidos que puedo darle a esta presencia. Por ejemplo, puede significar que lo invoco para que me defienda de los que me acusan o me persiguen, particularmente del poder del mal. Pero también puede entenderse que el Espíritu está a mi lado para darme consuelo en medio de las angustias, temores e insatisfacciones.
En realidad, no podemos limitar el sentido de ese nombre, y más bien tenemos que reunir en esa expresión todo lo que incluimos cuando llamamos a alguien para que esté con nosotros.
El Paráclito es el que se hace presente allí donde nadie puede acompañarnos, en esa dimensión más íntima de nuestro ser donde, sin él, siempre estamos desamparados, angustiados en una soledad profunda que nadie puede llenar. Él es ayuda, fuerza, consuelo, defensa, aliento. Sólo hay que decirle con ganas: “Ven Espíritu Santo, ven Paráclito”.
15 Nuestra oración debe ser comunitaria. Ninguno debería buscar al Espíritu Santo pensando sólo en sus problemas. Porque Jesús nos quiere unidos como hermanos.
Por eso, pensemos hoy en todos los que se sienten solos y abandonados. No nos olvidemos hoy de los que están sin trabajo, de los que son despreciados por su pobreza, de los que están olvidados por todos en una cama de hospital.
Entonces clamemos “¡ven Espíritu Santo!”, pidiéndole que llene de su consuelo y de su amor esos corazones lastimados que se sienten solos e ignorados.
Pero también invoquemos al Espíritu Santo para que entre bien profundo en nuestro corazón y en todos los que pueden dar una mano a los postergados, a los excluidos del mundo del placer y del consumo (1 Jn 3,17-24). Pidámosle que sane nuestro egoísmo y nos haga descubrir qué podemos aportar a los demás.
16 Algunos se confunden con la palabra espiritual, y creen que uno es más espiritual si vive alejado de las cosas de este mundo, si come poco, si no disfruta de la vida, si tiene poco trato con los demás.
Pero en la Palabra de Dios, espiritual es otra cosa. Una persona espiritual es alguien que se deja transformar por el Espíritu Santo, y entonces se convierte en un amigo de Dios y hace las cosas con amor. Espiritual es también el que sabe disfrutar de lo que Dios le regala y descubre a Dios en medio de las cosas lindas, tratando de vivirlas como a Dios le agrada. Dice la Biblia que “Dios creó todo para que lo disfrutemos” (1 Tim 6,17).
Por ejemplo, cuando celebramos el cumpleaños de un hijo o de un amigo, y nos alegramos de que esté vivo; y con lo poco que tenemos hacemos una linda fiesta para que se sienta feliz por lo menos un rato, eso es lo más espiritual que puede haber.
La persona espiritual sabe compartir y busca la felicidad de los demás. No se aleja de los otros, sino que sabe descubrir a Jesús en ellos. Hay personas que se creen espirituales, pero en realidad están llenas de rencores y de orgullo, o no son capaces de hacer feliz a nadie. Entonces, en realidad, están lejos de Dios, porque nuestro amor al Dios invisible se manifiesta en el trato con los hermanos visibles: “El que no ama al hermano que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20). Por eso San Pablo llamaba “carnales” a los que vivían en la envidia y la discordia (1 Cor 3,3).
17 “Ven Espíritu Santo, y pasa por mi memoria.
Mi memoria es un regalo tuyo, que me sirve para recordar tu amor y tus beneficios.