La túnica inconsutil. Santiago Arellano Hernández

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La túnica inconsutil - Santiago Arellano Hernández

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y tersa, en su caída plácida

      con el candor primero de su lana

      anunciaba el misterio de la Iglesia

      fanal de santidad, faro de gracia

      y su presencia hasta el final del tiempo

      en memoria por siempre renovada.

      Pero el color, sin duda soberano,

      regio y señorial ¿qué presagiaba?

      La luz se estremeció sobrecogida

      al descubrir en ese rojo el drama

      que augura entre trigales la amapola:

      ¡El dolor de una sangre derramada!

      Túnica inconsútil, santasantorum,

      aval de salvación, que nos proclama

      en un tejido que María urdía

      y en toques delicados dibujaba:

      El sacerdocio eterno, altar y víctima

      que el pan y vino en el altar consagra

      Carne y Sangre de Cristo en sacrificio

      ofrecido a su Padre sobre el ara.

      Preludio prodigioso

      Betania reposaba en un silencio

      entrecortado por susurros leves

      de Marta ponderándole a su hermana

      la elegante caída de los pliegues,

      la holgura de las mangas de la túnica,

      la trama y contextura, consistentes,

      la digna sobriedad de su entramado.

      María dio un suspiro vehemente.

      ¿Qué gozo nos anuncia, o qué desgracias

      el rojo intenso y el halo refulgente?,

      «Tengo de pena un nudo en mis entrañas.

      Yo en los ojos de Jesús veo su muerte.»

      La madre del Señor escucha el diálogo.

      Las contempla en dolor, y complaciente.

      Un destello de pena alumbra el rostro

      mientras Betania plácida se duerme.

      Lázaro inquieto, Jesús en sí metido

      se despide de todo lo que quiere.

      Mira el verde encañar de los trigales

      y en la cepa brotar sarmientos verdes,

      la fontana en el huerto refrescante,

      la belleza del lirio que un Dios teje,

      escucha el canto lírico del mirlo

      la audacia del gorrión que a nadie ofende.

      La esquila del rebaño hacia el ejido

      y el huerto con semilla floreciente,

      suspira por la tierra pedregosa

      al caer de la tarde hacia poniente,

      contempla a su Madre con dulzura

      vislumbra a Magdalena penitente

      recuerda a su Padre el Carpintero,

      y a los niños gozosos e inocentes

      y al ver los olivares a lo lejos

      siente venir la noche y se estremece.

      Es Betania el rincón de sus consuelos.

      Mira agradecido entorno y gentes

      con intensa emoción de enamorado

      y a todo dice adiós calladamente.

      Ha llegado la hora del Calvario

      de entregarnos su vida hasta la muerte

      en obediencia amorosa hacia su Padre

      de bondad infinita e indulgente,

      por liberar al Hombre del pecado

      y abrir, ¡Ultreia! El cielo eternamente.

      Hacia el Cenáculo

      Cae la tarde airosa,

      Cedrón arriba

      miro al cielo y ofrezco

      mis agonías.

      Esta noche se inician

      las maravillas

      que me anunció el Señor

      en mi acogida.

      Salen pausadamente

      hacia el Cenáculo.

      En grupo van los doce

      al tabernáculo

      donde Cristo mi hijo

      hará el milagro

      de mostrarse escondido

      entre sus manos.

      En el pan y en el vino

      veréis su muerte

      para, transustanciado,

      poder comerle.

      Viático y alimento

      que al cielo os lleva.

      Es banquete celeste,

      vianda en la tierra.

      Memorial del Calvario,

      será ofrecido

      por santo sacerdote,

      alter de Cristo.

      Ya subes al altar,

      Cedrón arriba

      a celebrar solemne

      la Eucaristía.

      Tu

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