Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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estas cosas son y se hacen, ni cuales son sus cualidades. Porque no pueden ser ideas; no son números; no son seres intermedios; este carácter pertenece a los seres matemáticos. Tampoco son seres perecederos. Es necesario admitir que es una cuarta especie de seres.

      Por último, investigar en conjunto los elementos de los seres sin establecer distinciones, cuando la palabra elemento se toma en tan diversas acepciones, es colocarse en la imposibilidad de encontrarlos, sobre todo, si se enuncia de esta manera la cuestión: ¿cuáles son los elementos constitutivos? Porque con seguridad no pueden encontrarse así los principios de la acción, de la pasión, de la dirección rectilínea; y sí pueden encontrase los principios solo respecto de las esencias. De manera que buscar los elementos de todos los seres o imaginarse que se han encontrado, es una auténtica locura. Además ¿cómo pueden averiguarse los elementos de todas las cosas? Está claro que, para esto sería necesario no poseer ningún conocimiento anterior. El que aprende la geometría, tiene indispensablemente conocimientos previos, pero nada sabe de antemano de los objetos de la geometría y de lo que se trata de aprender. Las otras ciencias se hallan en idéntico caso. Por consiguiente, si como se pretende, hay una ciencia de todas las cosas, se abordará esta ciencia sin poseer ningún conocimiento necesario. Porque toda ciencia se adquiere con el auxilio de conocimientos previos, totales y parciales, ya proceda por vía de demostración, ya por definiciones; porque es preciso conocer antes, y conocer bien, los elementos de la definición. Lo mismo ocurre con la ciencia inductiva. Por otra parte, si la ciencia de que hablamos fuese innata en nosotros, sería cosa sorprendente que el ser humano, sin advertirlo, poseyese la más excelente de las ciencias.

      Junto a ello ¿cómo descubrir cuáles son los elementos de todas las cosas, y alcanzar sobre este punto a la certidumbre? Porque esta es otra dificultad. Se discutirá sobre los verdaderos elementos, como se discute con motivo de ciertas sílabas. Y así, unos dicen que la sílaba “la” se compone de “c”, de “s” y de “a”; otros pretenden que en ella entra otro sonido distinto de todos los que se conocen como elementos. Sea como fuere, en las cosas que son percibidas por los sentidos, ¿el que esté privado de la facultad de sentir, las podrá percibir? Debería, sin embargo, conocerlas, si las ideas son los elementos constitutivos de todas las cosas, de idéntica forma que los sonidos simples son los elementos de los sonidos compuestos.

      Parte X

      Está claro de lo que precede, que las investigaciones de todos los filósofos recaen sobre los principios que hemos expuesto en la Física, y que no hay otros fuera de estos. Pero estos principios han sido indicados de una forma oscura, y podemos decir que, en un sentido, se ha hablado de todos ellos antes que nosotros, y en otro, que no se ha hablado de ninguno. Porque la filosofía de los primeros tiempos, joven aún y en su primer despegue, se limita a hacer tanteos sobre todas las cosas. Empédocles, por ejemplo, dice que lo que constituye los huesos es la proporción. Sin embargo, este es uno de nuestros principios, la forma propia, la esencia de cada objeto. Pero es preciso que la proporción sea igualmente el principio esencial de la carne y de todo lo demás; o si no, no es principio de nada. La proporción es la que constituirá la carne, el hueso y cada uno de los demás objetos; no será la materia, no serán estos elementos de Empédocles, el fuego, la tierra, el agua y el aire. Empédocles se hubiera convencido ante estas razones, si se le hubieran planteado; pero él por sí no ha clarificado su pensamiento.

      Hemos expuesto anteriormente la insuficiencia de la aplicación de los principios que han hecho quienes nos precedieron. Pasemos ahora a examinar las dificultades que pueden plantearse relativamente a los principios mismos. Este será un camino para facilitar las soluciones que puedan presentarse.

      Libro II

      Parte I

      La ciencia, que posee por objeto la verdad, es difícil desde un punto de vista y fácil desde otro. Lo prueba la imposibilidad que tiene de alcanzar la completa verdad y la imposibilidad de que se oculte por entero. Cada filósofo explica algún secreto de la naturaleza. Lo que cada cual en particular añade al conocimiento de la verdad no es nada, sin duda, o es muy poca cosa, pero la reunión de todas las ideas presenta importantes resultados. De manera que en este caso sucede a nuestro parecer como cuando decimos con el proverbio; ¿quién no clava la flecha en una puerta? Considerada de esta forma, esta ciencia es cosa fácil. Pero la imposibilidad de una posesión completa de la verdad en su conjunto y en sus partes, prueba todo lo difícil que es la investigación de que se trata. Esta dificultad es doble. Sin embargo, quizá la causa de ser así no está en las cosas, sino en nosotros mismos. En efecto, al igual que a los ojos de los murciélagos ofusca la luz del día, lo mismo a la inteligencia de nuestra alma ofuscan las cosas que tienen en sí mismas la más brillante evidencia.

      Es justo, por tanto, mostrarse reconocidos, no solo respecto de aquellos cuyas opiniones compartimos, sino también de los que han tratado las cuestiones de una forma un poco somera, porque también estos han contribuido por su parte. Estos han preparado con sus trabajos el estado actual de la ciencia. Si Timoteo no hubiera existido, no habríamos disfrutado de estas preciosas melodías, pero si no hubiera habido un Frinis no habría existido Timoteo. Lo mismo pasa con los que han expuesto sus ideas sobre la verdad. Nosotros hemos adoptado algunas de las opiniones de muchos filósofos, pero los anteriores filósofos han sido causa de la existencia de estos.

      Así pues, con plena justicia se denomina a la filosofía la ciencia teórica de la verdad. En efecto, el fin de la especulación es la verdad, el de la práctica es la mano de obra; y los prácticos, cuando consideran el porqué de las cosas, no examinan la causa en sí misma, sino con relación a un fin particular y para un interés inmediato. Ahora bien, nosotros no conocemos lo verdadero, si no conocemos la causa. Además, una cosa es verdadera por antonomasia cuando las demás cosas toman de ella lo que tienen de verdad, y de esta manera el fuego es caliente por excelencia, porque es la causa del calor de los demás seres. De la misma manera, la cosa, que es la causa de la verdad en los seres que se derivan de esta cosa, es así mismo la verdad por excelencia. Por esta razón los principios de los seres eternos son solo necesariamente la eterna verdad. Porque no son solo en tal o cual circunstancia estos principios verdaderos, ni hay nada que sea la causa de su verdad; sino que, por lo contrario, son ellos mismos causa de la verdad de las demás cosas. De forma que tal es la dignidad de cada cosa en el orden del ser, tal es su dignidad en el orden de la verdad.

      Parte II

      Está claro que existe un primer principio y que no existe ni una serie infinita de causas, ni una infinidad de especies de causas. Y así, desde el punto de vista de la materia, es imposible que haya producción hasta el infinito; que la carne, por ejemplo procede de la tierra, la tierra del aire, el aire del fuego, sin que esta cadena tenga fin. Lo propio debe entenderse del principio del movimiento; no puede afirmarse que el hombre ha sido puesto en movimiento por el aire, el aire por el Sol, el Sol por la discordia, y así hasta el infinito. De igual manera, respecto a la causa final, no puede irse hasta el infinito y decirse que el paseo existe en vista de la salud, la salud en vista del bienestar, el bienestar en vista de otra cosa, y que toda cosa existe siempre en vista de otra cosa. Y, por último, lo mismo puede expresarse respecto a la causa esencial.

      Toda cosa intermedia es precedida y seguida de otra, y la que precede es necesariamente causa de la que sigue. Si con respecto a tres cosas, se nos formulara la pregunta sobre cuál es la causa, responderíamos que la primera. Porque no puede ser la última, puesto que lo que está al fin no es causa de nada. Tampoco puede ser la intermedia, porque solo puede ser causa de una sola cosa. De nada sirve, además, que lo que es intermedio sea uno o muchos, infinito o finito. Porque todas las partes de esta infinitud de causas, y en general todas las partes del infinito, si se parte del hecho actual para ascender de causa en causa, no son igualmente más que intermedios. De manera que si no hay algo que sea primero, no hay absolutamente causa. Pero si, al ascender, es necesario llegar a un principio, no se puede de forma alguna, descendiendo, ir hasta el infinito, y decir, por ejemplo, que el fuego produce el agua, el agua la tierra, y que la cadena de la producción de los seres se continúa así sin

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