El paraiso de las mujeres. Vicente Blasco Ibanez

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El paraiso de las mujeres - Vicente Blasco Ibanez

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de todo novelista que desee triunfos en el "séptimo arte" consiste en abrirse paso allá… si es que puede, pues la empresa no resulta fácil.

      * * * * *

       Pero volvamos a la explicación del origen de este libro.

      Como mi novela "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" ha sido convertida en "film", -más extenso y costoso de todos los que se conocen hasta el presente, y el cual obtiene en los Estados Unidos un éxito que durara años-, recibí de Nueva York, como ya he dicho, el encargo de escribir un relato novelesco que pudiera servir para una obra cinematográfica de "interés y novedad".

      Así produje EL PARAÍSO DE LAS MUJERES.

      Esta historia fantástica, que se despega por completo de mis novelas anteriores, no ha nacido verdaderamente ahora, pues data de los tiempos de mi infancia.

      Desde que leí, siendo niño, Los viajes de Gulliver, el recuerdo de Liliput y sus pequeños habitantes se fijó para siempre en mi memoria. Muchas veces me pregunté, en aquellos años ya remotos: "¿Que habrá ocurrido en Liliput después que se marchó el héroe de Swift?… " Y me entretenía imaginando a mi modo los diversos episodios de la historia contemporánea de los pigmeos.

      Ahora, en la madurez de mi vida, he intentado otra vez rehacer la historia moderna de Liliput, pero como puede realizarlo la fantasía de un hombre, menos optimista y generosa que la de un niño.

      Esto de imaginarse una humanidad mas pequeña que la nuestra, con nuestros mismos defectos y preocupaciones, como si fuese contemplada a través de un microscopio, es algo que halaga la vanidad de los hombres, y por lo mismo resulta tan antiguo como su existencia.

      Swift, el humorístico deán irlandés, fue el creador de Gulliver y del reino de Liliput; pero cien años antes, Rabelais, que indudablemente le sirvió de modelo, había descrito con no menor humor las costumbres de enanos y gigantes.

      Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Que pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar a uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?… Voltaire se inspiró en Swift para crear su "Micromegas", y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron mas o menos directamente este género de fantasías.

      Yo escribí la presente novela creyendo que únicamente iba a servir para la producción de una cinta cinematográfica, y jamás aparecería en forma de libro. En realidad, la casa editorial de Nueva York no me pidió una novela, sino lo que llaman en lenguaje cinematográfico un "escenario", un relato escueto y de pura acción, para que sirva de guía al director de escena, a los encargados de las tramoyas y a los actores que interpretan los personajes.

      Pero excitado por la novedad del trabajo y a impulsos también de mis hábitos de novelista, empecé a escribir y a escribir, sin darme cuenta de que en vez de un "escenario" producía una novela, y en veintiuna tardes terminé EL PARAÍSO DE LAS MUJERES.

      Nunca he trabajado tan aprisa y con tanto fervor. Creo que si me pusiera ahora a hacer una copia del presente libro emplearía más tiempo.

      Repito que jamás pensé que mi novela cinematográfica pudiera convertirse en volumen impreso; y mi sorpresa fue grande al ver que el "escenario" era un libro al que algunos pretendían encontrar cierta intención filosófica y política. Hasta en los Estados Unidos—país donde las mujeres ejercen una enorme y legítima influencia—creen algunos, equivocadamente, que mi novela es a modo de una sátira del feminismo norteamericano.

      Como EL PARAISO DE LAS MUJERES ha sido traducida ya a varios idiomas, me decido a publicarla igualmente en español, aunque no pensase en ello cuando la escribí.

      Será una obra más dentro del marco de la novela española, la cual desde hace algunos años no peca ciertamente por exceso de variedad. Los más de los novelistas marchan en fila india, uno tras otro, y solo de tarde en tarde se les ocurre saltar un poco fuera del sendero. Mientras tanto, en los otros países la novela procura renovarse y los autores cambian con frecuencia su manera de ver la vida y de expresar sus impresiones, para que no los "encasille" el público, adivinando de antemano lo que pueden decir. Además, la novela es un género de variedad infinita, y allí donde todos los novelistas describen lo mismo, con un lenguaje semejante, la novela corre peligro de muerte.

      Tal vez el presente libro sea considerado por muchos como una "equivocación" al compararlo con mis anteriores obras; pero yo prefiero equivocarme yendo en busca de novedad, a conseguir aciertos fáciles, que muchas veces no son más que simples repeticiones de triunfos anteriores. De todos modos, me anima la esperanza de que este relato ligero tal vez resulte mas entretenido para el lector que muchas novelas de moda reciente, en las que se emplean trescientas páginas solo para preparar el encuentro a puerta cerrada de dos personas de distinto sexo, llegando así a la escena "culminante" de la obra, que es simplemente una escena de "libro verde", escrita con las precauciones necesarias para bordear el Código y que el volumen pueda exponerse sin peligro en los escaparates de las librerías.

      Del film que dio origen a esta novela diré que aun está por nacer. Según parece, fui amontonando en él tales dificultades de ejecución, que los ingenieros norteamericanos que inventan nuevas "magias" para esta clase de obras todavía están haciendo estudios y no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso, a un mismo tiempo y sin trampa visible, la enormidad del Gentleman-Montaña y la bulliciosa pequeñez de las muchedumbres que pueblan la Ciudad-Paraíso de las Mujeres.

       VICENTE BLASCO IBÁÑEZ

       Villa Fontana Rosa Menton (Alpes Marítimos) Febrero 1922

      Capítulo 1

       Frente a la Tierra de Van Diemen

      Índice

      Edwin Gillespie, joven ingeniero de Nueva York, llevaba varias semanas de navegación a bordo de uno de los paquebotes ingleses que hacen la carrera entre San Francisco y Australia.

      Nunca había conocido un viaje tan triste. Recordaba con dulce nostalgia su navegación de tres años antes, desde los Estados Unidos a las costas de Francia, cuando era oficial del ejército americano e iba a guerrear contra los alemanes. Aquella travesía resultaba peligrosa; reinaba a bordo una continua vigilancia por miedo a los submarinos y a las minas flotantes; pero Gillespie tenía entonces como inseparables compañeros la alegría de una juventud ansiosa de aventuras y el entusiasmo del que va a exponer su vida por un ideal generoso.

      Ahora llevaba como invisibles camaradas de viaje la desesperación y el aburrimiento, y cuando conseguía huir de uno, caía en los brazos del otro. Se había embarcado apresuradamente, creyendo encontrar la fortuna lejos de los Estados Unidos; pero se sentía cada vez más triste así como iba alejándose de su tierra natal.

      Era el amor el que le había aconsejado esta resolución desesperada.

      A su vuelta de la gran guerra había visto el mundo transfigurado. Todo le parecía más hermoso; las cosas adoptaban nuevas formas; el aire cantaba junto a sus oídos, agitado por las vibraciones de una sinfonía interminable. Y todo esto era porque acababa de conocer a miss Margaret Haynes, una persona primaveral, cuyos diecinueve años, alegres y graciosos, se desbordaban en risas, palabras musicales y gestos encantadores.

      Gillespie olvidó de golpe todo su pasado al hablar con

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