La cuestión del estado en el pensamiento social crítico latinoamericano. Juan Camilo Arias
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[…] la base económica contiene los elementos de heterogeneidad de la sociedad en tanto que la superestructura manifiesta las líneas de su unidad. […] La diversidad es por eso, en lo interno, la propiedad o característica de toda base económica, y mucho más si tenemos más de un modo de producción dentro de la misma formación económico social (Zavaleta Mercado, 2015b, p. 94).
El Estado, por el contrario “impone la unidad o tiene como fin supremo la unidad […] es el estado el encargado de manifestar como unidad esto que tiende a existir como dispersión” (Zavaleta Mercado, 2015b, p. 94). La heterogeneidad estructural es, pues, una característica universal de la “base económica” considerada como medio interno; no podemos encontrar allí, por lo tanto, lo específico de América Latina. Obsérvese además que la heterogeneidad no es identificada con la diversidad de modos de producción, sino que es un resultado normal de la reproducción ampliada del capital. Entonces, más bien es al revés: lo específico de América Latina son las debilidades, los fracasos, las formas incompletas de la “nacionalización” de las sociedades latinoamericanas.
Empecemos por la conclusión de “El Estado en América Latina” en lo que se refiere al problema que estamos tratando: la resolución del problema de la homogeneización es función de la autonomía de lo político. Y la autonomía de lo político presenta un doble carácter: es apariencia objetiva, en tanto ilusión de separación entre Estado y sociedad civil, y es efectividad real, en tanto consideramos al Estado como aparato. La capacidad del Estado de imponer la unidad a la formación social depende de la constitución de su autonomía relativa en sus dos determinaciones. En ese marco adquieren pleno sentido dos categorías centrales en ese texto: ecuación social (o bloque histórico) y momento constitutivo. Con ecuación social, Zavaleta refiere al modo de la separación y al tipo de relación que se establece entre sociedad civil y Estado; la ecuación social es siempre un producto histórico, tiene “elementos verificables de historicidad y azar” (Zavaleta Mercado, 2015a, p. 335), es decir, no es derivable o deducible lógicamente. Por lo tanto, los modos de la separación y de la relación entre Estado y sociedad civil cambian históricamente; su mutabilidad y contingencia determinan también que las relaciones de correspondencia (óptimo social) sean solo un resultado posible, de hecho, uno bastante raro, “pertenece a los sueños del orden, pero ha ocurrido a veces” (p. 335). Sin embargo, ese óptimo tiene una función heurística: “La ecuación social o bloque nos interesa como un instante hacia dicho óptimo, o sea, el grado en que no lo es” (p. 335), cumple una función similar a la de las ecuaciones de equilibrio en los esquemas de reproducción de Marx del tomo II de El capital.
En la medida que la ecuación social depende de la historia de cada Estado, los márgenes de variabilidad se reducen. En ese sentido es que Zavaleta nos habla de la “predestinación relativa de las unidades sociales” (2015a, p. 340), lo que se refiere a los momentos constitutivos del Estado. Momento constitutivo es, por su parte, el origen del Estado, el momento de su formación, pero también es cada período de crisis y reestructuración, “en la sucesión de sus momentos constitutivos, hablamos más bien de reestructuraciones de este fondo histórico que de un único y definitivo momento constitutivo” (Zavaleta Mercado, 2015a, p. 353). En esos momentos se define y redefine la ecuación social.
Una dimensión central de esos momentos constitutivos es el concepto de disponibilidad. Zavaleta Mercado lo refiere en un doble sentido. En primer lugar, disponibilidad de las masas: las crisis, las grandes catástrofes, vuelven a las masas disponibles para transformaciones profundas en sus creencias y prácticas; es un momento de “gratuidad hegemónica”, nos dice Zavaleta Mercado (2015a, p. 340). La acumulación originaria que produce “personas libres” al destruir los lazos con la tierra y la comunidad es por excelencia un momento de ese tipo; pero los procesos de industrialización acelerada y deformada desde los años treinta en varios países latinoamericanos también lo son. En segundo lugar, la disponibilidad de excedente y, como su contrapartida, la capacidad de captación de ese excedente por el Estado en formación o en proceso de reestructuración. Ambos modos de la disponibilidad —como condición de la constitución del Estado y, por lo tanto, de la producción de la separación Estado - sociedad civil— nos reconducen a las dos determinaciones de la autonomía de lo político: separación ilusoria y conformación de un aparato eficaz.
De modo que el problema de la homogeneidad es, en definitiva, el problema de los modos de totalización social como concretos históricos. La reproducción del capital exige totalización, pero no la supone como dada. Puede, de hecho, oponerse a la perspectiva de Lechner la siguiente afirmación de Zavaleta: “el requisito del estado es la producción de materia estatal, o sea de sustancia social, en la medida en que ella produce resultados de poder” (2015a, p. 327). Dicho de otro modo, el Estado no encuentra su sustancia social en el desarrollo del mercado, es el estado el que produce materia estatal y ello depende de sus momentos constitutivos y de la ecuación social resultante. Algo similar sucede con el problema de la subsunción real; no puede considerarse como un requisito de la estructura económica que determina, en los términos de Cueva, “la coherencia orgánica del estado”: “Si ella, la subsunción real, no se transforma en un prejuicio de las masas, no se puede decir que haya ocurrido la reforma intelectual, o sea el antropocentrismo, la calculabilidad, el advenimiento del racionalismo, en fin, todo lo que configura el modo de producción capitalista como una civilización laica” (p. 337).
En un trabajo anterior, La cuestión nacional en América Latina, aclara mucho mejor esta tesis:
Pero el que la implantación del modo de producción capitalista se dé sobre una base nacional o el grado en que construya o no una base nacional, la medida en que se convierta en efecto la subsunción de la ciencia a la producción en actitudes de la masa, todo eso nos habla de un nivel u otro de desarrollo del capitalismo. Por eso, la nación, por cuanto implica cierto grado de homogeneidad entre ciertos elementos decisivos que concurren al régimen productivo, es por sí misma una fuerza productiva (Zavaleta Mercado, 2015d, p. 359).
Si el desarrollo capitalista, como nos dice Zavaleta Mercado, produce heterogeneidad estructural, dispersión de sus elementos, el problema debe reformularse de este modo: ¿Cómo explicar las dificultades para la unificación, nacionalización o totalización social de las sociedades latinoamericanas en comparación con los países centrales, al menos hasta los años sesenta y setenta? Pueden proponerse diferentes respuestas a esa pregunta. Una posibilidad es rechazar cualquier determinación de los procesos de acumulación y crisis. En una mirada de ese tipo las sociedades modernas son sociedades heterogéneas y el problema es la articulación política de la totalidad social. Pero, entonces, la explicación de las crisis recurrentes de los Estados latinoamericanos caería por completo en el terreno de la contingencia histórica. Zavaleta no da ese paso, aunque todo su razonamiento parece conducir allí, debido a que se sigue moviendo en la oposición abstracta heterogeneidad/homogeneidad. Cueva y Lechner oponían estructuras centrales homogéneas y estructuras periféricas heterogéneas. Zavaleta opone la heterogeneidad de la “base económica” a la homogeneidad como nacionalización o totalización políticas. Aquí trataremos de fundamentar la hipótesis de que lo que diferencia al caso latinoamericano es la modalidad de heterogeneidad estructural. Dicha modalidad determina una dinámica de los procesos de acumulación y crisis que limita/condiciona la estabilización de la dominación política y, por lo tanto, los procesos de separación Estado - sociedad civil. Para ello, como señalamos en la introducción, nos referiremos al caso argentino desde los años cincuenta.
El caso argentino resulta relevante porque, a pesar de su carácter excepcional, registra las mismas tendencias a la crisis de la dominación y del Estado que el resto de los países latinoamericanos. Por lo tanto, la identificación de ciertos mecanismos básicos que