Cine chileno y latinoamericano. Antología de un encuentro. Varios autores
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El joven José Bohr, por ejemplo, mucho antes de su estrellato en México y Estados Unidos, participó en las filmaciones de Actualidades de Punta Arenas, realizadas a fines de la década del diez; en El desarrollo de un pueblo (1920), La embajada al Brasil (1921), y En la pampa (1921). Este último documental resulta especialmente interesante, ya que, al registrar una gira al norte del entonces ministro del Interior Pedro Aguirre Cerda, presentó un pasado fílmico alineado con figuras del poder que poco tiene que ver con las películas que lo hicieron reconocido, como La dama de las camelias (1947) o El gran circo Chamorro (1955).
En esta misma línea, Sienna, el emblemático director y protagonista de El húsar de la muerte (1925), dirigió El empuje de una raza, propaganda explícita contra Perú, en el marco de una larga disputa territorial que el cine se encargó de registrar en diversos momentos.27 En ambos casos, se evidencia tanto una práctica cinematográfica por medio del documental como una mediación ideológica, que permiten observar a estas figuras fundamentales del cine chileno desde otras aristas.
Finalmente, en el caso de Carlos Borcosque, cineasta que en las décadas de los treinta y cuarenta se convertiría en un respetado director de melodramas en Argentina, y que antes –en los años veinte– había dirigido cinco largometrajes de ficción en Chile, resulta valioso apreciar la intensidad que le imprimió al trabajo documental desde una perspectiva más comercial. Por ejemplo, a través de una de sus empresas cinematográficas, Estudios Borcosque, anotó más de diez realizaciones, la mayoría enfocadas en sucesos deportivos, en un momento en el que disciplinas como el boxeo, el fútbol y el automovilismo alcanzaban una recepción masiva, transformándose en un fenómeno mediático. Borcosque supo leer muy bien este proceso y lo llevó al cine, imprimiéndole una carga identitaria que buscaba generar cercanía con el público local. El mejor ejemplo de esto es Músculo y cerebro (1924), largometraje donde registra a los deportistas chilenos más destacados en ese momento, configurando además un discurso en torno a la «raza chilena» y el impulso que esta alcanzaría gracias al desarrollo deportivo. Además de las realizaciones ya mencionadas, por medio de su otra productora –Heraldo Films– Borcosque estuvo a cargo de Actualidades El Mercurio entre 1927 y 1929, lo que engrosa considerablemente el número de producciones de tipo documental en las que participó, convirtiéndose en uno de los cineastas más prolíficos del periodo silente chileno.
Presencia de las regiones
Como se ha visto, la revisión y catalogación de más de 450 registros documentales del periodo silente chileno permite establecer rasgos generales de una filmografía que, dado que se encontraba incompleta, solo nos autorizaba a suponer ciertos rasgos comunes a la producción silente. Un hallazgo relevante en torno a este corpus tiene que ver con su localización, lo que incluye tanto los lugares donde se producía cine en Chile, como los recorridos que algunas compañías cinematográficas hicieron por el territorio nacional.
Llama la atención que una parte importante de las producciones estrenadas durante los primeros años del cine chileno se hayan situado fuera de Santiago, dado el centralismo que caracterizó la producción de cine nacional durante el siglo XX. A modo de recuento –aunque las cifras siguen teniendo algunos vacíos, ya que en muchas no es posible identificar el lugar de rodaje– de un total de 367 filmes que transcurrían dentro de Chile, y cuyas locaciones se explicitaron de forma directa, 186 se situaron exclusivamente en Santiago, seguido por Valparaíso y Viña del Mar, zona que concentró 48 estrenos. Ahora, si se piensa en el rol que ocupan las regiones en los inicios del cine, este no deja de ser llamativo: Antofagasta y Magallanes tuvieron 27 y 14 estrenos, respectivamente, y ciudades como Talca, Iquique, Valdivia, Temuco o La Serena también contaron con producciones propias para el periodo que comprende 1897-1932.
De hecho, los primeros registros de cine nacional se situaron fuera de la capital, en el norte de Chile, específicamente en la ciudad costera de Iquique, un puerto importante hacia fines del siglo XIX, dada la prolífica actividad minera de la zona. Con certeza, fueron cuatro los filmes exhibidos en público por el pionero Luis Oddó y que constituyen las primeras vistas producidas en Chile, como ya se mencionó.
Y el norte del país seguirá siendo un punto relevante de producción durante la primera década del siglo XX. Específicamente, Antofagasta (otro punto económicamente importante para Chile, gracias a la explotación del salitre) agrupó a partir de 1903 distintos pasos de compañías fílmicas, no solo de emprendedores locales, sino también de extranjeros. Es el caso de la Empresa Pont y Trías, cuyos dueños, los españoles Pijoan Trías y Juan José Pont, llegaron en 1902 al país y exhibieron precursores filmes en Valparaíso y Santiago sobre sucesos ocurridos en ambas ciudades. Por Antofagasta pasaron en 1903, exhibiendo varias vistas internacionales y también dos filmadas en aquella ciudad: Inauguración del templo de la Inmaculada Virgen María e Incendio del buque Nesaia en el Coloso. Su presencia da cuenta de un recorrido que continuaría hacia Bolivia y Perú, según dan cuenta los diarios locales.
También destacable es la actividad en el norte de dos empresarios, al parecer, locales. Primero, la de Alberto García Maldonado, quien en 1910 estrenó diez filmes rodados en Antofagasta en el mes de noviembre bajo el sello de Compañía Cinematográfica del Centenario, la cual también operó en 1911. Y en 1914 emerge la figura de Francisco Caamaño, que realizó y exhibió cuatro filmes en el Teatro Variedades de la ciudad y que llegó a Santiago a exhibir una película relevante para la historia del cine en Chile: La industria del salitre. Su estreno fue el 15 de junio de 1915, en el teatro capitalino Setiembre, y se presentó como un largometraje que describía las faenas de extracción y refinamiento del mineral, y que habría sido enviada a la Exposición Universal de San Francisco, en Estados Unidos. Si es efectivo lo que señaló la prensa de la época respecto a la duración del filme (2.000 metros, es decir, una hora y media, aproximadamente) –y tomando en cuenta la extensión de los intertítulos del filme, que se transcribieron íntegramente en la edición de El Mercurio de Antofagasta del 11 de julio de ese año– estaríamos muy probablemente ante el primer largometraje de producción nacional.
En el otro extremo del país, Punta Arenas emergió a fines de 1919 como otro foco de producción alejado de los centros más importantes de producción y exhibición (Santiago y Valparaíso). En este caso, los entusiastas jóvenes José Bohr y Antonio Radonich realizaron tempranamente un filme documental llamado Punta Arenas y su comercio (1919), además de cuatro actualidades. Estas últimas –producciones donde registraban distintas actividades, como desfiles, desastres naturales, lugares importantes de la zona, entre otros– implicaban un nivel de producción no menor28. Estos registros, denominados Actualidades de Punta Arenas, se estrenaron hasta 1922, completando trece ediciones (aunque Bohr no participó en todas). Su existencia asegura la presencia de actividad cinematográfica en el sur del país, donde también aparecieron otros nombres, como el de los valdivianos Arnulfo Valck y Bruno Valck, hijos de inmigrantes de la zona, quienes se dedicaron también en la década del veinte a la actividad cinematográfica. Su película más destacada fue El sur de Chile (1921), un compilado de paisajes y sucesos, como el terremoto de Villarrica y la caza de ballenas. Este último filme, según se señala en la prensa, fue encargado por una firma ballenera de Estados Unidos que pretendía desarrollar la industria pesquera en el sur de Chile.
La Suiza Sudamericana (1926), película descriptiva y de propaganda turística del sur de Chile, es un interesante ejemplo posterior. Contenía filmaciones de los ríos y puertos de Valdivia, del volcán Osorno, del lago Todos los Santos, además de algunos parajes de Argentina, entre otros. El largometraje estuvo a cargo de la Imperio Film de Puerto Montt y demandó siete meses de trabajo, dando cuenta de una detallada labor de registro de las zonas más conocidas del sur de Chile, así como también de lugares más recónditos, como Peulla, Laguna