100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 197

100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери

Скачать книгу

y creído por todos, como que sólo considera el último fin de todos los demás fines. Por lo cual, al caballero deben creer el espadero, el palafrenero, el ensillador, el escudero y todos aquellos artífices ordenados al arte de caballería. Y como quiera que todas las obras requieren un fin, a saber: el de la vida humana, al cual es ordenado el hombre, en cuanto es hombre, el maestro y artífice que tal fin demuestra y considera debe ser principalmente creído y obedecido; y éste es Aristóteles; así que es lo más digno de fe y obediencia. Y para ver cómo Aristóteles es maestro y guía de la razón humana, en cuanto procura su obra final, es menester saber que nuestro fin, que cada cual por naturaleza desea, de muy antiguo fue buscado por los sabios. Y como quiera que los que tal desean son en tan gran número, y los apetitos son casi todos singularmente diversos, aunque hay uno universal, fue muy difícil discernir aquél en donde directamente descansase todo humano apetito.

      Hubo, pues, filósofos muy antiguos, de los cuales Zenón fue el primero y principal, que vieron y creyeron que el fin de la vida humana era puramente la rígida honestidad; es decir, que rígidamente, sin respeto alguno, había de seguirse la verdad y la justicia, sin mostrar dolor por nada, ni por nada mostrar alegría, ni percatarse de pasión alguna. Y definieron así lo honesto: Aquello que sin utilidad y sin fruto por sí mismo es de razón alabar. Y éstos y su secta fueron llamados estoicos; y contó entre ellos el glorioso Catón, de quien más arriba no osé hablar.

      Otros filósofos hubo que vieron y creyeron otra cosa que éstos, y de ellos fue el primero y principal un filósofo llamado Epicuro, que, viendo que todo animal, apenas nacido, es por la Naturaleza enderezado a su debido fin, que huye el dolor y requiere alegría, dijo que nuestro fin era la voluptuosidad, es decir, el deleite sin dolor. Y por eso entre el deleite y el dolor no ponía intermediario alguno, diciendo que la voluptuosidad no era otra cosa que el no dolor, como también dijo Tulio en el primero Del fin de los bienes. Y de éstos, que de Epicuro son llamados epicúreos, fue Torcuato, noble romano, descendiente de la sangre del glorioso Torcuato, de quien antes hice mención.

      Otros hubo, y tuvieron principio en Sócrates y luego en su sucesor Platón, que, considerando más sutilmente y viendo que en nuestras obras se pecaba por mucho o por poco, dijeron que nuestra obra sin exceso y sin defecto, mesurada con el medio escogido por nuestra elección, que es la virtud, era el fin de que ahora se habla; y lo llamaron obra con virtud. Y éstos fueron llamados académicos, como lo fueron Platón y Espeusipo, su sobrino; así llamados por el lugar donde Platón estudiaba, es a saber: la Academia; y de Sócrates no tomaron nombre, porque en su filosofía nada afirmó.

      En verdad, Aristóteles, que tuvo por sobrenombre Estagirita, y Senócrates

      Calcedonio, su compañero, por el ingenio casi divino que la Naturaleza había puesto en Aristóteles, conociendo este fin casi por el modo socrático y académico, lo limaron y trajeron a perfección la filosofía moral, Aristóteles principalmente. Y como quiera que Aristóteles comenzó a disputar andando de una a otra, fueron llamados -él y sus amigos, digo- peripatéticos, que vale tanto cuanto deambulatorios. Y como quiera que la perfección de esta moralidad fue cumplida por Aristóteles, el nombre de los académicos se apagó, y todos cuantos se unieron a esta secta son llamados peripatéticos, y tiene esta gente hoy el gobierno del mundo doctrinalmente, por doquier, y puédesela llamar casi opinión católica. Por lo cual se ve que Aristóteles es el guía y conductor de la gente con este signo. Y esto es lo que se quería demostrar.

      Por lo cual, recogiendo todo lo expuesto, es manifiesta la primera opinión, a saber: que la autoridad del sumo filósofo, de quien se habla, está llena de vigor. Y no repugna a la autoridad imperial; mas aquélla sin ésta es peligrosa, y ésta sin aquélla es débil, no en sí misma, sino por el desorden de la gente; de modo que, unidas una con otra, son utilísimas y vigorosas. Y por eso está escrito en el de Sabiduría: «Amad la luz de la sabiduría vosotros todos cuantos presidís a los pueblos»; lo que quiere decir: Únase la autoridad filosófica con la imperial, para gobernar perfectamente. ¡Oh, míseros que en el presente gobernáis! Y ¡oh, misérrimos los que sois gobernados! Porque ninguna filosófica autoridad se une a vuestros mandamientos, ni por propio estudio ni por consejo; de modo que a todos se les pueden decir aquellas palabras del Eclesiastés: «¡Ay de la tierra cuyo rey es niño y cuyos príncipes comen a la mañana!; y a ninguna tierra puédesele decir lo que sigue: «Bienaventurada la tierra cuyo rey es noble y cuyos príncipes comen a su tiempo, por necesidad y no por lujuria!» Poned atención, enemigos de Dios, en los flancos, vosotros los que habéis tomado el mando de los regimientos de Italia; y a vosotros os digo, reyes Carlos y Federico, y a vosotros los demás príncipes y tiranos; y mirad quién se os sienta al lado a aconsejaros; y enumerad cuántas veces al día os es señalado el fin de la vida humana por vuestros consejeros. Mejor os estaría volar bajo como golondrinas, que como buitres dar altísimas vueltas sobre cosas viles.

      VII

      Pues que se ha visto cuán son dignas de reverencia la autoridad imperial y la filosófica, que parecen apoyar las opiniones propuestas, hay que volver a la recta calle del proceso emprendido. Digo, pues, que esta opinión del vulgo tanto ha durado, que sin respeto alguno, sin inquirir razones, se llama noble a todo aquel que es hijo o nieto de tal hombre valiente, aunque eso nada valga. Y esto es aquello que dice: Y así tanto ha durado esa falsa opinión entre nosotros, que llámasele noble a quien puede decir: «Yo he sido hijo o nieto de tal hombre valiente». Aunque eso nada valga. Porque se ha de notar que es peligrosísima negligencia el dejar que la mala opinión tome pie; que así como la hierba se multiplica en el campo inculto y excede y cubre a la espiga de trigo, de modo que mirando por doquier no nace el trigo, y se pierde el fruto al cabo, así la mala opinión de la mente sin castigo ni corrección aumenta y se multiplica, de modo que la espiga de la razón, es decir, la opinión verdadera, se esconde, y, casi sepultada, se pierde. ¡Oh, cuán grande es mi empresa en esta canción, al querer escardar campo ora tan hojarascoso, como es el del sentido común, tan de tiempo atrás sin cultivo! Ciertamente que no es mi intención limpiarlo del todo, sino sólo en aquellas partes donde las espigas de la razón no están completamente ahogadas; es decir, quiero enderezar a aquellos en quienes vive todavía alguna lucecilla de razón, por su buen natural; porque se ha de cuidar tanto de ellos como de los animales brutos, pues que no me parece maravilla menor el recobrar la razón, ya del todo apagada, que el volver a la vida a quien ha estado cuatro días en el sepulcro.

      Luego que se ha explicado la mala condición de esta opinión popular, súbitamente como cosa horrible, repercute fuera de todo el orden de la reprobación al decir: Mas vilísimo parece a quien mira la verdad, para dar a entender su intolerable maldad, diciendo que éstos mienten en gran manera; porque no sólo es villano, es decir, no noble, el que, descendiendo de buenos, es malo, sino que es vilísimo; y pongo ejemplo del camino mostrado. Donde para mostrar tal es menester que haga una pregunta y responder a ella de esta manera: Hay una llanura con campos y senderos, con vallados, barrancos, piedras, lefia, con toda suerte de impedimentos, fuera de sus estrechos senderos. Ha nevado tanto, que la nieve todo lo cubre y todo muestra un mismo aspecto, de modo que no se ve vestigio de sendero alguno. Alguien que viene de una parte del campo y quiere ir a una casa que hay a la otra parte, por su industria, es decir, por su agudeza y bondad de ingenio, guiado de sí mismo, va camino derecho, dejando tras de sí las huellas de sus pasos. Otro viene tras él, que quiere ir a la misma casa, y no tiene que hacer más que seguir las huellas señaladas, y, por culpa suya, el camino que otro sin señal ha sabido seguir, yerra y tuerce por los setos y por las ruinas, y va adonde no debe. ¿A cuál de éstos debe llamársele valiente? Respondo: al que fue delante. A este otro, ¿cómo se le llamará? Respondo: vilísimo. ¿Y por qué no se le llama no valiente, es decir, torpe? Respondo: Porque no valiente, es decir, torpe, deberíasele llamar a quien, no teniendo señal alguna, no hubiese caminado a derechas; mas como quiera que la tuvo, su error y su culpa no pueden absolvérsele; y por eso hásele de llamar vilísimo. Y así, el que por su padre o por alguno de sus mayores es ennoblecido en su estirpe y no persevera en tal nobleza, no solamente es vil, sino vilísimo, y más merecedor de desprecio y vituperio que cualquier otro villano. Y para que el hombre se guarde de esta ínfima vileza, ordena

Скачать книгу