El Mesías. Samuel Pagán

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parte, que no se debía confundir la sombra con la realidad, y que por tanto tenía razón la Epístola a los Colosenses al declarar que no se debía obligar a los creyentes a guardar las leyes dietéticas o sabáticas. Tales leyes eran como la sombra que anunciaba al que habría de venir —como cuando vemos una sombra en la puerta de nuestra casa y sabemos que alguien ha llegado. Sin embargo eso también quería decir, por otra parte, que no se debe pensar que la sombra es la última palabra. La sombra tiene valor porque nos anuncia a quien viene, y en cierto modo nos muestra su silueta. Pero el haber visto la sombra no es razón para rechazar la realidad, sino todo lo contrario.

      Llevados por estos principios, aquellos antiguos cristianos seguían un método de interpretación bíblica a través del cual veían en ciertas palabras un anuncio claro de lo que acontecería con Jesús y luego con la iglesia. Pero también veían en otras la narración de los acontecimientos, o el establecimiento de prácticas que eran como la sombra que anunciaba a Jesucristo.

      La visión que llevaba a este método de interpretación era la de un Dios que es fiel a sí mismo y a sus promesas; fe en un Dios que actúa según ciertos patrones, tipos o figuras —razón por la que frecuentemente tal interpretación se llama «tipológica».

      Procediendo de este modo, aquellos antiguos cristianos seguían lo que ya era un patrón bíblico mucho tiempo antes de Cristo. Los autores bíblicos que escribieron en tiempos del exilio, hablando de él y de la promesa de un regreso a la tierra, veían en la historia del éxodo un patrón que Dios repetiría a su tiempo. (Véase, por ejemplo, Isaías 43:10-16.) Siglos después, cuando otros hebreos se vieron oprimidos por el gobierno de Siria, tomaron no solo la historia del éxodo sino también la del exilio como modo de entender la situación en la que se encontraban. Esto se cuenta en la historia de los Macabeos, cuando la difícil situación llamaba a la desesperación, pero Judas Macabeo anuncia al pueblo que el Dios del éxodo todavía reinaba y los salvaría (1 Mac 4:8-11). En el Nuevo Testamento, cuando dice que Juan es «una voz que clama en el desierto» no está diciendo —como frecuentemente se piensa— que nadie lo oiría o que hablaría en vano, sino más bien que, como el profeta anunció antaño un camino en el desierto hacia el futuro que Dios le había prometido a Israel, ahora este nuevo profeta Juan anunciaría la redención que Dios prometía. El ser una «voz que clama en el desierto», en lugar de referirse a una supuesta futilidad de sus esfuerzos, hace de Juan un heredero y continuador de la obra de los antiguos profetas de Israel.

      Por otra parte, tal interpretación tipológica tiene la ventaja de que no agota el sentido de las Escrituras limitándolo a un solo acontecimiento o a un solo momento. Si, como algunos piensan, Isaías 53 es solo una profecía que anuncia a Jesús, eso quiere decir que por muchos siglos cuando los hebreos leían ese pasaje no tenían la más mínima idea de lo que quería decir. ¿Acaso no eran las palabras de Isaías también palabra de Dios para ellos? Además eso también significaría que cuando hoy leemos ese pasaje lo atribuiríamos únicamente a Jesús, sin ver lo bien que podría aplicarse a la obediencia cristiana.

      La importancia del libro que estamos presentando reside precisamente en lo siguiente: Los pasajes acerca del Siervo Sufriente no hablan únicamente acerca de Jesús sino más bien de un patrón de las acciones de Dios que encuentra su punto cúlmine en Jesús, pero que también ha de servirnos hoy para ver el modo en que Dios actúa ante nuestro sufrimiento y debilidad. Esto se ve particularmente en el último capítulo del libro, donde el autor relaciona el ministerio de Jesús tal como se describe con palabras de Isaías en Lucas 4 no solamente con el Siervo Sufriente de la antigüedad y con Jesús, sino también con la iglesia y con los creyentes de hoy. Por esa razón es que, felicitando al autor y recomendando a todos su lectura, me complace presentar este libro al público creyente de hoy.

      ¡Dios te bendiga y te guarde, apreciado lector!

      Justo L. González

      Decatur, GA.

      Junio, 2021

El Mesías: un estudio sobre Cristo en el libro de Isaías

      «Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion,

      Seremos como los que sueñan.

      Entonces nuestra boca se llenará de risa,

      Y nuestra lengua de alabanza;

      Entonces dirán entre las naciones:

      Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos.

      Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros;

      Estaremos alegres.

      Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová,

      Como los arroyos del Neguev.

      Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.

      Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla;

      Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.»

      —SALMOS 126

      DERROTA, EXILIO Y LIBERACIÓN

      En cualquier obra literaria es necesaria la comprensión adecuada del contexto histórico que enmarcó a los autores, editores y destinatarios del mensaje para una lectura inteligente y para la comprensión de los textos. En un estudio bíblico, el entender los aspectos históricos, religiosos, culturales y lingüísticos es fundamental por una razón básica: el Dios que se revela en las Sagradas Escrituras interviene en medio de la realidad y de la historia humana. Y el análisis de esas particularidades revela características teológicas de importancia capital para la comprensión y valoración adecuada del mensaje bíblico.

      El caso específico del Libro del profeta Isaías manifiesta una singular complejidad histórica y literaria: la obra debe estudiarse a la luz de tres períodos históricos diferentes. La primera sección del Libro (caps. 1—39) se relaciona directamente con la vida y el ministerio del profeta Isaías en Jerusalén (ca. 740-700 a.C.); la segunda parte de la obra (caps. 40—55) se puede relacionar con la época del exilio en Babilonia (ca. 587-538 a.C.); y la tercera sección de este importante libro profético (caps. 56—66) apunta hacia el período post exílico de dominación persa (ca. 538-450 a.C.).

      Esa particular característica literaria de este libro profético demanda de las personas que estudian sus mensajes un esfuerzo notable. La historia de Israel y de Judá en esos períodos manifiesta años de independencia y cautiverio, guerra y paz, tranquilidad política y turbulencia social, conflictos nacionales y amenazas internacionales, exilios y liberaciones, además de dificultades sociales y reformas religiosas. El Libro de Isaías también toma en consideración y alude frecuentemente, en medio del complejo panorama político y militar de la región, a la presencia de tres imperios que tenían importantes y agresivas políticas expansionistas: el asirio, el babilónico y el persa.

      Sin embargo, es fundamental, para proseguir nuestro análisis de esta importante obra profética y literaria, afirmar que la redacción final del Libro de Isaías presupone posiblemente el contexto exílico babilónico y el entorno postexílico relacionado con el imperio persa. Estos períodos, que se caracterizaron por las luchas contra los samaritanos, la supervivencia histórica de los judíos y su búsqueda de sentido como pueblo, es el amplio marco de referencia para la comprensión canónica del Libro de Isaías, y particularmente para el estudio

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