El Mesías. Samuel Pagán

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El Mesías - Samuel Pagán

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la energía síquica para la lucha y la obstrucción del futuro.

      Los deportados y la gente que quedó en Jerusalén y Judá enfrentaban un gran conflicto y dilema, luego de la invasión de Babilonia. ¿Cómo se podían reconciliar las expectativas teológicas del pueblo con la realidad existencial? ¿Cómo se podía confiar en la palabra fiel comunicada por los antiguos profetas de Israel? ¿Cómo se explicaba teológicamente que el Templo de Jerusalén fuera quemado, destruido y profanado, cuando el pueblo lo entendía como habitación del Señor y lugar de oración, refugio y seguridad? (2 R 8:10-13) ¿Cómo se explicaba la ruptura de la dinastía de David, cuando ya había una profecía de eternidad y los salmos comunicaban la relación paterno filial de Dios con el rey? (Sal 2:6) ¿Cómo se entendía que el canal para la bendición de Dios al pueblo era a través del rey? (Sal 72:6) ¿Cómo se explicaba que «la tierra prometida» estuviera en manos extranjeras, cuando ese tema fue crucial y determinante en los relatos patriarcales?

      Lo que sucedió en Palestina a comienzos del siglo VI a.C. consistió en eventos singulares. La historia se caracterizó por el dominio de Babilonia y la deportación de los líderes del pueblo al exilio; el cambio de la dinastía davídica por títeres de la potencia extranjera; la reorganización de la sociedad con los patrones e intereses babilónicos; el fin de los días de Judá como nación autónoma; y la profanación del Templo de Jerusalén.

      La segunda parte de Libro de Isaías (Is 40—55) responde a esa situación histórica extraordinaria del pueblo. Ante el dolor del exilio y el cautiverio en Babilonia, el Libro de Isaías presenta su mensaje firme de consolación y restauración nacional.

      Los judíos que llegaron al exilio en Babilonia fueron objeto de presiones y humillaciones de parte de sus captores (véase Sal 137). Sin embargo, aunque no eran libres, se les permitió vivir en comunidad, dedicarse a la agricultura, administrar negocios, construir casas y ganarse la vida de diversas formas (véase Jer 29). El rey Joaquín, quien fue llevado al exilio en el año 598 a.C., fue mantenido por el gobierno babilónico y, además, era tratado con cierta consideración. Con el paso del tiempo, muchos exiliados llegaron a ocupar posiciones de liderato político, económico y social en Babilonia (p.ej.: Esdras y Nehemías).

      El imperio babilónico durante este período experimentó una serie de cambios significativos que afectaron sustancialmente su administración y permanencia. A Nabucodonosor lo sucedió Amel-Marduc, que fue asesinado al poco tiempo de comenzar su gestión (562-560 a.C.). Le sucedió Neriglisar, quien no pudo mantener el poder por mucho tiempo (560-556 a.C.). El usurpador Nabónido, aunque gobernó por algún tiempo, no pudo superar la crisis producida por sus reformas religiosas. Entre esas decisiones se puede identificar el cambio del culto a Marduc por el culto a Sin, decisión que causó el descontento general entre los importantes sacerdotes de Marduc. Además, y posiblemente por razones de seguridad relacionadas con la reforma religiosa, tuvo que mudarse a Teima por siete años, dejando como regente de Babilonia a su hijo Baltasar.

      Ciro, mientras imperaba el desorden y la inseguridad en Babilonia, aumentó sistemáticamente su poder político mediante conquistas militares en todo el Medio Oriente. Y aunque comenzó su carrera política como servidor de los medos, con el tiempo conquistó su capital, Ecbatana, en el 553 a.C., con la ayuda de Nabónido. Posteriormente, Ciro marchó contra Lidia, conquistó Sardis y se apoderó de la mayor parte de Asia Menor. Finalmente, en la famosa batalla de Opis, conquistó definitivamente Babilonia.

      La segunda sección del Libro de Isaías (Is 40—55) se relaciona con este singular período de la histona bíblica: particularmente con los años anteriores al triunfo definitivo de Ciro y su entrada triunfal en Babilonia. Los mensajes proféticos que responden a este período toman en consideración el odio y los deseos de venganza de los judíos. Sin embargo, junto a la nostalgia de la tierra prometida, tenían firmes deseos de liberación y de retorno. Los mensajes proféticos están impregnados de dolor y esperanza. Y el lema fundamental es la consolación.

      En el exilio, una de las mayores preocupaciones de los deportados era imaginar y proyectar la futura restauración de Israel. La esperanza de un retorno a las tierras que sus antepasados entendían que habían recibido de Dios nunca murió. La comunidad exílica se negó a aceptar la realidad del exilio como definitiva. ¡El exilio era una experiencia transitoria! En ese sentido, la contribución de los profetas del exilio fue muy importante. Esos líderes del pueblo se dieron a la tarea de afirmar el valor de la esperanza en momentos de crisis, desarraigo y angustia.

      Cuando Ciro hizo su aparición en la escena política y militar del Antiguo Oriente, Babilonia estaba en un franco proceso de decadencia interna. Los mensajes proféticos en torno al imperio babilónico se hacían realidad (Is 45:20—46:13; 47). Babilonia no tenía fuerza militar, e internamente estaba llena de conflictos y descontentos religiosos, sociales, políticos y económicos (Is 41:1-7; 46). Además, el monarca de turno, Nabónido, carecía de la confianza y del respeto del pueblo. En el año 539 a.C. los ejércitos persas entraron triunfantes en Babilonia y comenzó una nueva era en la historia del pueblo de Dios.

      Con la victoria de Ciro sobre Babilonia, se consolidó uno de los imperios y gobiernos más poderosos de la historia: el imperio persa. La filosofía administrativa y política de Persia se distinguió, entre otros, por los siguientes aspectos: no destruyó las ciudades conquistadas; respetó la vida, los sentimientos religiosos y la cultura de los pueblos sometidos; y mejoró las condiciones sociales y económicas del imperio. Ciro, además, utilizó la religión para consolidar el poder al participar en un culto donde se proclamó el enviado de Marduk, el dios de Babilonia.

      En continuidad con su política de respeto y afirmación de los cultos nacionales, siempre y cuando no afectaran adversamente la lealtad al imperio persa, Ciro promulgó un muy importante edicto (538 a.C.) que favoreció al pueblo judío deportado. Del llamado «Edicto de Ciro», la Biblia presenta dos versiones: la primera, escrita en hebreo, se encuentra en Esdras 1:2-4; y la segunda, redactada en arameo, que se presenta en la forma tradicional de un decreto real, se encuentra en Esdras 6:3-5.

      El texto arameo del edicto estipulaba que el Templo debía ser reconstruido con la ayuda económica del imperio persa; además, presentaba algunas regulaciones referentes a la reconstrucción; y añadía que los tesoros reales llevados a Babilonia por Nabucodonosor desde el Templo de Jerusalén debían ser devueltos a su lugar de origen. El texto hebreo del edicto incluye, además, que los judíos que quisieran regresar a su patria podían hacerlo; también se invitaba a los que se quedaron en Babilonia a cooperar económicamente en el programa de restauración nacional.

      Para guiar el regreso a Palestina y dirigir las labores de reconstrucción, Ciro seleccionó a Sesbasar, uno de los hijos del rey Joaquín (1 Cr 3:18), quien fue designado gobernador (Esd 5:14). Al viaje de retorno a Jerusalén, posiblemente organizado de forma inmediata, sólo un pequeño sector del pueblo debe haberlo acompañado. Únicamente los judíos más ancianos recordaban la ciudad de Jerusalén; el viaje era muy largo, costoso y estaba lleno de peligros; la tarea que se les había encomendado era difícil; y la meta del viaje era un territorio pobre, despoblado y relativamente pequeño.

      Tan pronto como llegaron a Jerusalén, comenzaron los trabajos de reconstrucción y posiblemente reanudaron algún tipo de culto regular entre las ruinas del templo. Ese período debe haber estado lleno de expectación, esperanza y sueños. El pueblo esperaba ser testigo del cumplimiento de los mensajes proféticos de los profetas Isaías (40—55) y Ezequiel (48); sin embargo, recibió el rudo golpe de la desilusión, la frustración y el desaliento.

      Los años que siguieron a la llegada de los primeros inmigrantes a Palestina estuvieron llenos de dificultades, privaciones, inseguridad, crisis y violencia. A esa realidad

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