Viaje al centro de la Tierra. Julio Verne

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Viaje al centro de la Tierra - Julio Verne

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una eminencia inmediata vi la Escuela Nacional, donde, según supe después por nuestro huésped, se enseñaba el hebreo, el inglés, el francés y el danés, cuatro lenguas de las cuales no conocía una palabra, cosa que me llenaba de bochorno, pues hubiera sido el más atrasado de los cuarenta alumnos matriculados en el pequeño colegio, e indigno de acostarme con ellos en aquellos armarios de dos compartimientos donde otros más delicados se asfixiarían durante la primera noche.

      En tres horas recorrí no sólo la ciudad. sino sus alrededores también. Su aspecto general era singularmente triste. No había árboles ni nada que mereciese el nombre de vegetación. Por todas partes veíanse picos de rocas volcánicas. Las cabañas de los islandeses están hechas de tierras y de turba, y tienen sus paredes inclinadas hacia adentro, de suerte que parecen tejados colocados sobre al suelo. Empero estos tejados son praderas relativamente fértiles, pues, gracias al calor de las habitaciones, brota en ellos la hierba con bastante facilidad, siendo preciso segarla en la época de la recolección para que los animales domésticos no pretendan pacer sobre estas verdes mansiones.

      Durante mi excursión, encontré muy pocas personas; mas cuando volví a pasar por la calle del comercio, vi que la mayoría de la población se hallaba ocupada en secar, salar y cargar bacalaos, que constituyen allí el principal artículo de exportación. Los hombres parecían vigorosos, pero tardos; una especie de alemanes rubios, de mirada pensativa, que se creen separados de la humanidad, infelices desterrados en aquellas heladas regiones, a quienes la Naturaleza hubiera debido hacer esquimales, ya que los condenó a vivir dentro de los límites del Círculo Polar Ártico. Traté en vano de sorprender una sonrisa en sus rostros; reían a veces mediante una contracción involuntaria de sus músculos; pero no sonreían jamás.

      Sus vestidos consistían en una basta chaqueta de lana negra, conocida en todos los países escandinavos con el nombre de vadmel, sombrero de amplias alas, pantalón orillado de rojo y unos trozos de cuero arrollados en los pies a manera de calzado.

      Las mujeres, de rostro triste y resignado, y cuyo tipo es bastante agradable, aunque carecen de expresión, usan una chaqueta y una falda de vadmel de color obscuro. Las solteras llevan sobre el trenzado cabello un gorrito de punto de color pardo, y las casadas se cubren la cabeza con un pañuelo de color sobre el cual se colocan una especie de cofia blanca.

      Cuando, tras un largo paseo, regresé a la casa del señor Fridriksson, mi tío se encontraba ya en compañía de este último.

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