Las calles. Varios autores

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gente no tira papeles al suelo, es otro mundo… hay sectores sociales que por la clase social son más sucios, menos agradables, y hay partes, también por la clase social, mucho más agradables, donde hay mucho más espacio, mucho más color, mucha más vida, si se quiere.

      Pero todavía más, las representaciones, de las cuales la aquí citada es un ejemplo, terminan por anudar esta constatación estética a un juicio que atribuye a las personas de estas zonas más ricas una calidad de vida muy por encima de la que se tiene en sectores populares. Así, en las representaciones, la dimensión estética está vinculada con la cuestión anímica y en última instancia con la salud mental24.

      Frente al Teatro Municipal de Las Condes, fuera del Metro, hay un monumento muy bonito, muy bonito. Eh, todo limpio, ordenado, mucho espacio, verde, harto árbol. Autos, casi todas camionetas. La gente era, yo diría, creo que era más relajada. O sea era como que respetaban más los pasos de cebra... Yo miraba a la gente que iba dentro del auto e iba sonriendo, algunas iban cantando, otras conversando con su familia. Observé que había gente limpiando el entorno. Me subí al Metro (Estación El Golf/K.A) y estaba limpio, eh, no lleno, era hora peak (mujer, 41 años).

      No solamente las experiencias estéticas se vinculan con la idea de una mejor calidad de vida, sino que también con menores niveles de conflicto, procesos de dignificación y de adhesión al espacio.

      Las experiencias estéticas relacionadas con la limpieza y el ornato atraviesan los diferentes sectores. En las observaciones participantes hechas en La población x25, situada al Sur de la ciudad, el asunto de la basura surgió con frecuencia como un eje problemático y sistemático. Las observaciones mostraron desechos desparramados alrededor de los basureros, pero también en el suelo, en el pasto y en las esquinas. Por supuesto, la primera versión sobre las razones de este hecho es personalizada y atribuida a una suerte de cultura (o falta de ella) de las personas mismas. Este descuido con el espacio propio percibido por los vecinos de estos sectores tiende a ser interpretado por las personas como falta de respeto a los otros, o de manera más específica, a la dignidad del otro: «No tienen mucha conciencia con uno, porque uno tiene que recoger la basura de lo que botan ellos (…) estaba en la plaza de allá atrás, es cochina esa plaza» (mujer de 57 años, habitante de la población X). Pero, tras esta acusación personalizada, la responsabilidad de las instituciones no tarda en aparecer. Los lugares están así porque han sido descuidados institucionalmente y esa falta de cuidado ha producido una suerte de desidentificación con el lugar.

      El descuido produce descuido. La convivencia con la basura y la experiencia estética desagradable que se genera por el descuido institucional termina por naturalizar su presencia y da continuidad a ciertas prácticas. La basura en las calles, el mal estado de los paraderos o de las calzadas resulta en una toma de distancia impotente, en un desapego que redunda en la reiteración del descuido o en una retracción hacia los espacios individuales. Ver la suciedad cuando se vuelve al barrio «deprime», reconoce una entrevistada que vive en una zona de escasos recursos y que cruza la ciudad cada día para trabajar en uno de los barrios más pudientes de la ciudad. Ella opta por encerrarse en su casa y «no mirar» el estado en el que se encuentran las calles de su zona.

      La importancia atribuida a este asunto de la suciedad y la limpieza es visible, al mismo tiempo, en el hecho contrario. Si muchas personas fueron observadas con frecuencia echando basura (un periódico en el suelo del paradero, latas de cerveza en algunas plazas), otra parte de los habitantes de la zona fueron observados recogiendo y cargando basura en bolsas personales o elaborando carteles para crear conciencia en los vecinos.

      Un espacio contencioso se constituye, así, en torno al tratamiento de la basura y la relación con el espacio. Por supuesto, como acabamos de verlo, con los cohabitantes del espacio, pero también con las instituciones que son responsables de ello (no sólo de la basura, sino además de proveer áreas verdes, por ejemplo). Una lucha que no sólo pasa por la cuestión de la salubridad, sino principalmente por la cuestión de la dignificación, ya que la limpieza y la experiencia estética que ella provee hace parte constitutiva de lo que en otro contexto se ha denominado la «cultura de la decencia» (Martínez y Palacios, 1996). La limpieza es leída como un indicador del valor que se le da al propio espacio. Por un desplazamiento se produce una identidad entre el cuidado del espacio y el grado de dignidad. La basura, la suciedad, no es un ítem menor, porque se asocia directamente con el grado de dignidad que se posee. La experiencia estética es en última instancia una sanción sobre el valor de cada cual como persona.

       Seguridad y cuidado

      El temor a la delincuencia y a la violencia es una de las características más importantes de los habitantes de la ciudad, por lo que las formas en que la seguridad funciona es uno de los aspectos álgidos en la percepción de las personas. Y esto es transversal a la sociedad. Más allá de los datos concretos y de la brecha eventual entre magnitud real de ocurrencias y grado de temor, o de las especificidades de las ocurrencias según zonas en estos casos, lo esencial aquí es que el sentimiento de inseguridad está extendido en toda la población (Subsecretaría de Prevención del Delito, 2015). En este contexto, y a pesar de este carácter transversal, uno de los elementos que aparecen de forma transparente en nuestro material es la manera diferencial en que se despliegan las interacciones con los actores responsables de la seguridad según sector social y la desigualdad de trato que ellas implican.

      Al menos aparecen tres tipos de relación con los actores responsables de la seguridad. Primero, el sentimiento de una relativa ausencia de los mismos, que hace que la percepción principal sea estar principalmente destinado a protegerse con los propios recursos y estrategias. Esto es particularmente claro en zonas caracterizadas por la hegemonía de lo que Salcedo ha llamado «pobreza guetizada» (Salcedo, 2011: 283). Segundo, la experiencia de los agentes de seguridad como agentes de inculpamiento, vivencia especialmente presente en las zonas populares y medias en las que hay una percepción ambivalente de la relación con estos actores. Tercero, la experiencia de los agentes de seguridad como agentes efectivos de protección. Esta última está particularmente presente en las zonas de la ciudad que concentran a personas de mayores recursos.

      Veamos el primero. Las observaciones participantes en la población X pueden servir para graficar esta modalidad. La violencia es un elemento que simboliza el imaginario de la población en la mayoría de sus relaciones. Está presente en los relatos de los mayores, se subraya en los relatos de los jóvenes, y se comienza a articular subjetivamente en los niños. Así, por ejemplo, las balas se constituyen en protagonistas destacadas de los relatos, de las imágenes y hasta de los juegos. Una feriante cuenta que su nieta no la visita porque en su casa (vive en otra zona de Santiago/K.A.) al salir a la calle escucha pajaritos, pero al venir a la población X escucha balas. Resulta, por otro lado, común ver en las calles a niños jugando a los pistoleros, apuntando, disparando y haciendo efectos especiales con la boca, y esto incluso en niños menores de 5 años. Las balas aparecen como signos asociados a la «choreza», la cual, aunque en muchos casos también funciona como contrarreferente, resulta con frecuencia bien valorada entre los adolescentes y adultos jóvenes. Las balas acompañan una forma de socialización entre los propios pares, que subraya la plena libertad para ejercer el dominio no tan sólo territorial sino también simbólico. Pero la violencia va mucho más allá y refiere, entre otros aspectos, a una lógica indiscriminada del garabato como insulto, como reto y como forma también familiar de relación. Junto a lo anterior, la droga resulta ser uno de los movilizadores más repudiados por los habitantes que no pertenecen a estos dominios, pero está explícitamente presente en la calle. La droga es, sea rechazada o endiosada, una posibilidad cierta, accesible y por sobre todo visible. La droga está al acceso de cualquiera que esté familiarizado con el sector; es muy frecuente y relativamente seguro su consumo en la calle. Para ello se ocupan las plazas, las paredes, las esquinas, los sitios eriazos, su olor está en el aire, se ve en las narices de algunas personas, sus rastros se encuentran expuestos a la luz del día; de hecho en el suelo de algunas calles no cuesta nada ver una gran cantidad

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