Don Mateo Rey. Ramón Elejalde

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Así llegó a ser uno de los principales abigeos de la zona. Quién sabe cómo fastidió a la organización criminal el joven Francisco Javier Herrera, para que el catorce de mayo de 2005 le tendieran una celada: Juan Gabriel Sánchez Sánchez (alias El Zorro) otro dirigente paramilitar del que más adelante hablaremos, lo invitó a Musinga Grande, camino de Caráuta, a traer una vaca. Ya por esa solitaria carretera, El Zorro invitó a Chisco a bajar del vehículo y buscar por un potrero abandonado al inexistente animal. De regreso al carro Chisco fue abaleado. El Zorro fingió una huida y entregó a la familia del muerto la peregrina explicación de que los atacó la guerrilla en ese lugar y que solo él había logrado escapar. Nadie le creyó.

      Carlos Alberto Oliveros Zapata, alias Sebastián, a la sazón comandante ideológico y político de las autodefensas en Frontino, había caído en desgracia con sus jefes porque estaba cobrando más de la cuenta a los comerciantes, especialmente a los campesinos que salían dominicalmente a vender sus productos a la plaza de mercado, a quienes llegó a “vacunar” has-ta con la mitad de verdura que sacaban. Para asesinarlo fueron comisionados Jorge Orley Higuita Higuita (a. El Alacrán) y José Alberto Bedoya alias Mariguano, un menor de quince años de edad que estaba enrolado hacía días en las fuerzas irregulares, quienes lo encontraron departiendo con su novia en un bailadero en el parque principal, denominado La Tertulia, a unos veinte metros del Comando de la Policía. El encargado de la acción fue alias Mariguano y en la puerta del local lo esperó Jorge Orley con una motocicleta lista para la huida. Fue una acción intrépida y como tal la pagaron pues la policía reaccionó rápidamente y dio de baja a los dos delincuentes, quienes portaban sendas cédulas falsas. Alias El Alacrán murió en el acto y el compañero de fechorías falleció dos días después cuando era atendido en una clínica de la capital del Departamento. Jorge Orley había prestado servicio militar y fue un soldado distinguido, seleccionado para hacer parte de las tropas de Colombia en el Sinaí. Disfrutando de una licencia conoció a Conrado Pérez Rivera (a. El Tuerto) quien inicialmente le pagaba para que hiciera labores de inteligencia y luego, después de un accidente y una delicada intervención quirúrgica, se vio obligado a abandonar el ejército, lo que le sirvió de excusa para enrolarse en las tropas paramilitares. En su juventud se le conoció como un buen agricultor al servicio de varias fincas paneleras de la región de Musinga, famoso entre sus compañeros porque dio de baja a dos guerrilleros en el sitio conocido como “La Curva de Alirio”. Entre allegados a los paramilitares se comentó mucho que a los muertos les quitaron sus buenas armas, les arrimaron unas de menor calidad y entregaron los cadáveres al ejército para que los presentaran como acciones de la fuerza pública.

       Compadrazgo entre autoridades y paramilitares

      Fue notoria la manguala entre paramilitares y fuerza pública, quienes se autodenominaban “primos”. Una historia que evidencia de cuerpo entero tan triste realidad de algunos integrantes de nuestro ejército y de nuestra policía, es la sucedida con un retén-peaje que los paramilitares instalaron en la carretera al mar, muy cerca de Dabeiba, en el sitio conocido como “Guayabito”, antes de llegar a las partidas para la carretera que conduce a Fuemia y Nutibara10. Este retén funcionó ininterrumpidamente entre el veinticinco de diciembre de 2001 y el catorce de agosto de 2004, como lo manifiestan hoy los usuarios de la vía y lo reconocieron en sus diligencias ante las autoridades de Justicia y Paz las mismas autodefensas. Dentro de estas versiones los implicados reconocieron utilidades de entre ochenta y ciento veinte millones de pesos mensuales; los vehículos pequeños pagaban cinco mil pesos y los vehículos de carga y pasajeros cincuenta mil pesos por pasar. En un filo arriba de El Guayabito, a escasos trescientos cincuenta metros del peaje, hay una antena de telecomunicaciones que el ejército cuidaba antes, durante y después de la existencia del reténpeaje.

      De este maridaje entre fuerza pública y paramilitares dan cuenta comerciantes al afirmar que en varias ocasiones tuvieron que buscar a los jefes ilegales en la base militar y que era común verlos reunidos, ejército y paramilitares, en un reservado de la estación de gasolina al frente de las instalaciones del ejército en el pueblo.

      Otro episodio que ha originado mucha suspicacia por las supuestas o reales relaciones entre paras y ejército fue la primera masacre que planificaron los paramilitares en Frontino, en el Corregimiento de Murrí, región selvática señalada como el epicentro de la subversión y sus habitantes históricos catalogados, mínimo, como alcahuetes de la guerrilla. El día 15 de marzo de 1996, con apenas un mes largo de presencia en Frontino, los paramilitares incursionaron en La Blanquita, caserío principal del corregimiento. Llegaron en tres pequeñas jaulas de las denominadas tres y medio o turbo, y según algunos moradores del lugar, llegaron juntos militares y paramilitares. Las gentes de La Blanquita se encontraban disfrutando de un baile interrumpido por el centenar de uniformados fuertemente armados, quienes aseguraron el lugar y rodearon a los fiesteros campesinos. Inmediatamente silenciaron la música y se escuchó la amenazante orden:

      –Todos al suelo y boca abajo.

      Cuarenta personas en el suelo, amedrentadas y presas del pánico. Sonó un disparo y un oficial que estaba en el sitio cayó herido de muerte, episodio que dio lugar a dos versiones contradictorias. La de quienes afirman que el ejército llegó con los paramilitares en forma conjunta al operativo y que un miliciano de las FARC le disparó certeramente al oficial. La segunda versión establece que a la llegada de los vehículos con los ilegales y ante la orden de tenderse al suelo, el comandante del ejército acantonado en la región se acercó a las autodefensas y les notificó que no les permitiría proceder contra la población civil; el comandante paramilitar que dirigía el operativo, disparó sobre el oficial que trató de impedir la masacre.

      Bueno es aclarar que si bien muchos miembros del ejército y la policía deshonraron su uniforme y su juramento con acciones u omisiones que facilitaron la labor paramilitar, también se dio el caso de muchos oficiales, soldados y policías que enaltecieron su juramento, honraron su uniforme y defendieron con lealtad las instituciones y el Estado de Derecho.

       ¿Por qué contar estas desgracias?

      La publicación de estas historias que avergüenzan a la humanidad, pretende prevenir su repetición, exorcizar la cobardía de quienes no hicieron nada por impedirlas, sanar las heridas de una sociedad humillada y ofendida, y también dignificar a las víctimas.

      La historia hay que contarla aunque la vida y la actitud criminal de los victimarios poco importan para el propósito de este escrito. Se publican para revelar un fenómeno tan grave que lamentablemente ha permanecido en la penumbra aunque ya fue denunciado en la obra Tirándole libros a las balas. Memorias de la violencia antisindical contra educadores de ADIDA 1978-2008, publicado por la Escuela Nacional Sindical y el Sindicato de Institutores de Antioquia, con autoría de Guillermo Correa y Juan Carlos González, quienes afirman: “El municipio de Frontino registra el mayor número de eventos (asesinatos) en la región de Occidente, con un total de cinco homicidios de educadores, equivalentes al 25% de todos los casos en la región dentro del período de estudio. La expansión paramilitar allí coincide con el incremento de las acciones violentas contra los educadores sindicalizados. Pero singularmente en esta subregión la violencia antisindical se caracteriza por ser más invisible que en otras regiones, pese a las altas cifras de asesinatos.

      El ocultamiento de sucesos tan graves y tan numerosos obedeció a la intimidación ejercida sobre todo tipo de autoridades y al fuerte dominio que los paramilitares tenían sobre el lugar11.

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