Perspectivas actuales del feminicidio en México. María Eugenia Covarrubias Hernández

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Perspectivas actuales del feminicidio en México - María Eugenia Covarrubias Hernández

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casos de feminicidio no sólo se trata de desposeer a las mujeres de propiedades simbólicas, materiales o de cualquier otra índole, sino disciplinar y decidir sobre el valor de la vida de las mujeres.13

      Es así que el feminicidio se convierte en un crimen de Estado, por su ineficacia en garantizar la vida, la seguridad y la protección de los derechos de las mujeres,14 aunado a las distintas formas y grados de violencias que viven día a día.15

      En la actualidad, la constante difusión de los derechos de la mujer y la reivindicación de la igualdad de género en diferentes ámbitos de la vida pública no han logrado incidir de gran manera en la disminución de casos de violencia y discriminación hacia las mujeres, pero si ha generado una crisis de los «papeles o roles tradicionales» masculinos y femeninos.16 Por ejemplo, en el caso de las mujeres «la valoración de una identidad femenina asociada a una nueva forma de asumir la maternidad […], tenemos menos hijos, […] estudiamos más y participamos más activamente en la fuerza de trabajo y en los procesos políticos y sociales».17

      De tal manera que «la violencia homicida contra las mujeres [se convierte en] […] una respuesta al [resquicio] […] del modelo hegemónico de feminidad y masculinidad»,18 pues quienes la perpetúan no son meros enfermos mentales. El feminicidio no responde a hechos aislados, más bien debe ser explicado a partir de las estructuras sociales (familiares, económicas, políticas, educativas y culturales) donde se originan, así como del análisis de la construcción de la identidad masculina y femenina; puesto que a partir del conocimiento de las formas de las relaciones de poder entre hombres y mujeres se explicaría el acrecentamiento de las violencias, que se asocia no únicamente a una crisis (socioeconómica o de valores), sino que también atañe a las identidades, es decir, al proceso de construcción de las mujeres y hombres como sujetos.19

      Históricamente, las diferencias entre hombres y mujeres se han conceptualizado en oposiciones binarias. Es a través del género que se asigna a las personas lo considerado propio de lo «femenino o lo masculino»,20 por medio de roles, comportamientos y actividades diferenciadas; fortaleciendo así las jerarquías entre hombres y mujeres en las distintas esferas de la vida cotidiana.21 María Jiménez apunta que:

      El género es un conjunto de relaciones sociales que, basadas en las características biológicas, regula, establece y reproduce diferencias, pero también desigualdades entre hombres y mujeres. Se trata de una construcción cultural que es histórica, que varía de sociedad en sociedad y que tiene sus matices […] [en la] desigualdad social, como son la clase social y la etnia.22

      Aún en estos tiempos, ciertas representaciones son vigentes entre la sociedad mexicana, mismas que tienen sus raíces en el universo simbólico patriarcal (religioso). Por una parte, está la figura de un «Dios» (varón, todopoderoso y omnisciente), que coloca al hombre en la cima de la «creación» humana, como su apoderado en la tierra, para dominar todo lo existente incluso a las mujeres. Por otra, está la imagen de la «tentadora» Eva, estereotipo de la mujer «moralmente débil», maliciosa, seductora, culpable de las desdichas, que ha de ser controlada, sometida y castigada con dureza (que debe pagar hasta con la propia vida).23

      En otras palabras, se construye un patrón que trata de estandarizar los cuerpos y las subjetividades de los sujetos. En el que se afirma que a alguien más no sólo le pertenece la vida de las mujeres, sino que puede disponer de ésta según le plazca. Por lo que cada acto de voluntad e independencia por parte de ellas se entiende como un acto de rebelión que debe ser cortado de raíz antes de que prospere.24

      Para ejemplificar lo anterior, remitámonos al caso ocurrido el 3 de julio de 2015 en Monterrey, Nuevo León:25

      Angie, de 24 años, fue asesinada por su pareja (de 25 años) a golpes; la causa oficial de la muerte fue contusión profunda en el cráneo. Su novio privó de la vida a Angie un jueves por la noche; al día siguiente él fue a trabajar con normalidad; todavía el fin de semana durmió con el cadáver antes de suicidarse, colocando una bolsa de plástico en su cabeza, después de haber tomado alcohol y pastillas. Pero, ¿cuál fue el motivo, si eran una pareja casi «ideal» para quienes los conocían? De acuerdo con la indagatoria de la Policía Ministerial, el feminicidio ocurrió por «celos», pues él tenía la «sospecha» de infidelidad.

      De tal manera que la violencia, en este caso como en muchos otros, se convirtió en un instrumento del agresor para anular la subjetividad de la mujer y conformar así un nuevo ser: un cuerpo y una identidad sometida y subordinada.

      La construcción sociocultural de la masculinidad

      Dicho lo anterior, cabe preguntarse: ¿La socialización diferenciada tiene alguna influencia para que algunos hombres lleguen a convertirse en feminicidas? ¿Los patrones tradicionales de masculinidad hoy día se han potenciado a través del lenguaje, la «narco cultura», los medios de comunicación sexistas, los deportes y/o el discurso religioso? ¿Los varones miran a las mujeres como sujetos de acción u objetos de posesión? ¿Qué convierte el cuerpo de una mujer en desechable y qué privilegio considera que tiene el varón para poseerla, castigarla y hasta anularla?

      Una clave para poder comprender cómo las personas construyen e interiorizan los patrones de lo masculino y lo femenino es la socialización diferencial de género, puesto que desde la infancia se da por sentado que por «naturaleza» niños y niñas son distintos y por lo tanto tienen que desempeñar papeles diferentes en su vida adulta.

      Por lo anterior, Judith Butler dice que «el género es un hacer»,26 mientras que Irene Meler, señala que tanto la feminidad como la masculinidad son construcciones colectivas concretadas en una compleja red de mandatos para hombres y mujeres, plasmada en las subjetividades de éstas.27

      En tanto, los agentes socializadores como el sistema educativo, la familia, los medios de comunicación, la religión, los grupos de pares, entre otros, transmiten mensajes, modelos, normas, patrones, roles y estereotipos de género, que al ser reiterados una y otra vez comúnmente son interiorizados por las personas;28 es decir, «los hacen suyos», como «un depósito de saber almacenado».29

      Así, la socialización diferencial contribuye a reafirmar la creencia de que hombres y mujeres son diferentes y que por ende deben comportarse de manera distinta en diversas esferas de la vida humana (laboral, sexual, amorosa, por decir algunas).30

      Por tanto, la masculinidad se adquiere a través de los otros, en la socialización y ésta es reconstruida y afirmada diariamente. En otras palabras, se prueba y se gana a lo largo de la vida. Por ejemplo, es común que los varones hagan hincapié en su sexualidad en términos cuantitativos: tener muchas mujeres o muchos hijos, en el tamaño de su miembro, en la cantidad de sus conquistas y la frecuencia de sus relaciones sexuales.31

      Se puede decir entonces que el hombre no nace, se hace. Como diría Joan Scott: «lo masculino y lo femenino no son características inherentes a las personas, sino construcciones artificiales».32

      En la actualidad es un hecho que los cambios de los roles femeninos han trastocado profundamente las raíces de los masculinos, tambaleando el sistema patriarcal,33 especialmente las identidades y funciones más características de los hombres; es el rol de proveedor el que ha cambiado sustancialmente,34 pues ya no son ellos los únicos que aportan a la economía familiar o de pareja, las mujeres también lo hacen, trabajan, ganan un salario y administran el dinero.

      Tal como se ha argumentado en párrafos anteriores, la forma de ser hombre es una enseñanza que se transmite durante la interacción social, la cual es reforzada por medio de castigos y recompensas por parte de otros

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