Etnografía y espacio. Natalia Quiceno Toro
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Natalia Quiceno Toro
Doctora en Antropología del Museo Nacional, Universidad Federal de Rio de Janeiro. Profesora-Investigadora del Instituto de Estudios Regionales (iner) de la Universidad de Antioquia. Integrante del Grupo de Investigación Cultura, Violencia y Territorio. Correo electrónico: [email protected]
Nelson Camilo Jiménez
Estudiante de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia. Fue voluntario de la Curaduría de Etnografía del Museo Nacional de Colombia. Correo electrónico: [email protected]
Santiago Valenzuela Amaya
Magíster en Antropología de la Universidad de Antioquia. Periodista y editor en el Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe de la Universidad de los Andes (cods). Correo electrónico: [email protected]
Simón Uribe
PhD en Geografía de la London School of Economics. Profesor de carrera de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Integrante del Grupo de Estudios Políticos e Internacionales de esta misma universidad. Correo electrónico: [email protected]
Introducción
Natalia Quiceno Toro1
Jonathan Echeverri Zuluaga2
Tanto para la antropología como para otras ciencias sociales fueron fundamentales diversos giros epistemológicos para dar paso a perspectivas críticas que repensaron conceptos pretendidamente universales como los de naturaleza, cultura, sujeto, objeto, tiempo y espacio. Todos estos movimientos teóricos han implicado potentes transformaciones en el quehacer etnográfico. Aquí queremos enfocarnos en los que tienen que ver con el espacio y las miradas críticas a los órdenes espaciales propios de una práctica disciplinar, y la emergencia de nuevos lugares para pensar la producción de conocimiento etnográfico.
La etnografía, en relación con el espacio, podría abordarse desde muchas perspectivas. Es posible analizar la reproducción del espacio colonial desde el trabajo etnográfico y discutir las implicaciones y legados que esta situación política ha tenido en el desarrollo de la disciplina antropológica.3 Otro camino posible aborda las transformaciones espaciales globales en relación con la cultura y la sociedad. En esta línea, encontramos trabajos que hacen evidente la necesidad de deslocalizar la cultura y proponen pensar el espacio en términos de flujos, viajes, fronteras, movimientos.4 Desde esta perspectiva, se cuestiona la mirada al espacio como contenedor de las relaciones sociales o las prácticas culturales. Sin embargo, en el viaje a los espacios interconectados se continuará pensando sociedad y cultura como categorías explicativas de la antropología y las ciencias sociales.
Otro camino posible implica la reconceptualización no solo de la idea del espacio, sino también de nociones como sociedad y cultura. Aquí se impactan tanto los modos de hacer etnografía, como los modos de formular los problemas de investigación y los objetos de investigación mismos.5 Desde esta perspectiva, conceptos como los de relación, agencia, composición son claves para comprender la configuración de lo social, espacial y cultural. La etnografía se reafirma como un enfoque importante para otras disciplinas, así como la antropología fortalece los diálogos con la geografía, la historia, los estudios de la ciencia, entre otros. En este contexto es difícil pensar la existencia de temáticas exclusivas de una disciplina, y es justamente en los modos de hacer y los enfoques donde se crean intersecciones y diálogos interdisciplinares. ¿Qué características del enfoque etnográfico permiten su supervivencia y relevancia en el presente? ¿Cómo se transforma la práctica etnográfica si la pensamos articulada a procesos de desnaturalización de lo social, espacial y cultural?
De acuerdo con Mauricio Caviedes y Luis Alberto Suárez, en la literatura sobre etnografía es común encontrar dos tipos de textos: los manuales y manifiestos por un lado, y los textos de divulgación por el otro. En estos últimos, citan como referentes los trabajos de Guber y Restrepo, ampliamente difundidos en América Latina y catalogados por los autores como textos que promueven “una corrección metodológica” con una mirada bastante ascética de la práctica etnográfica: “Los aportes al método etnográfico deberían estar más allá de la corrección metodológica. Seguramente deberían rayar con la incorrección metodológica y, de ser posible, dudar de los procedimientos que aseguran la desigualdad y tener menos confianza en las palabras. Pero lo cierto es que la incorrección metodológica tal vez deba acompañar (o mejor, producir) una incómoda incorrección política”. 6
El libro que el lector tiene en sus manos no busca caer en esta corrección metodológica, ni pretende ser un manual de etnografía. Más bien pretende abrir un debate a partir de la relación entre espacio y etnografía. Con la intención de reconocer los modos como las perspectivas críticas sobre la categoría espacio han afectado la práctica etnográfica, invitamos a etnógrafos y etnógrafas de diferentes lugares de América Latina para que nos compartieran, desde sus experiencias prácticas, los modos como se configuraba esa relación espacio y etnografía en términos prácticos y epistémicos.
El espacio como contexto etnográfico
Si bien hoy en día la etnografía no es patrimonio exclusivo de la antropología, es en la configuración de ese saber disciplinar donde se desarrolla como un método de trabajo. La etnografía y la noción de trabajo de campo no aparecían en la perspectiva evolucionista en los inicios de la disciplina, pero desde ese momento se empezó a definir el lugar del sujeto de estudio y el del etnógrafo amateur como la fuente de información para esos primeros emprendimientos teóricos. Viajeros, misioneros y cronistas fueron los etnógrafos de la época, alimentando con datos y extensas descripciones de pueblos desconocidos las primeras preguntas antropológicas. La preocupación de Edward Taylor y Lewis Morgan, principales representantes de dicha corriente teórica, era por la clasificación y jerarquía de pueblos y grupos con respecto a sus propios patrones culturales y “civilizatorios”. En este sentido, el lugar y tratamiento de la información o los datos se enfocaban en reunirlos, clasificarlos y compararlos. Así, los reconocidos pioneros de la disciplina, preocupados por comprender una historia común de la humanidad, buscaron datos sobre culturas lejanas y “primitivas” en información dispersa, recolectada por otros, ubicando a dichas culturas como una cristalización del pasado de sus propias sociedades. Este momento de la disciplina se proyectaría en términos metodológicos en la clásica división experto y recolector. Aquí la comprensión del tiempo y el espacio se podrían asociar a la lectura de la historia en modo lineal evolutivo, a partir de la distribución de rasgos diferenciales de pueblos dispersos en el espacio.
Las investigaciones de Franz Boas y Bronislaw Malinowski dieron otra forma al trabajo etnográfico que tuvo diversas implicaciones para la comprensión del campo. Boas comenzó a interesarse por la naturaleza de los datos en la antropología, aquello que podría ser comparable y lo que no. Empezó sus recorridos, a finales del siglo xix, por las tierras de los inuit y los esquimales, en Canadá, preocupado por producir un material etnográfico que diera cuenta de cómo pensaban, hablaban y actuaban las personas. Los datos antropológicos cambiaron de estatuto, así como también cambió el sujeto de estudio. Se inauguró la recolección de datos in situ, y con ello la misma naturaleza de los datos puso en juego preguntas por su profundidad y carácter comparativo. De esta manera, Boas inauguró la noción de informante, donde el lugar del individuo era destacado en tanto representante de la cultura. Margaret Mead y Gregory Bateson, alumnos de Franz Boas, se destacaron por emprender trabajos etnográficos experimentales en Samoa y Polinesia. Además de acceder a los informantes o la perspectiva individual, estos trabajos invitaban a tomar información que registrara el flujo de la