Franquismo de carne y hueso. Gloria Román Ruiz

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Franquismo de carne y hueso - Gloria Román Ruiz Història i Memòria del Franquisme

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amparada en la Ley de Convenios Colectivos promulgada por la dictadura en 1958, enfrentó a la Sección Económica de la HSLG, que presidía José Jesús, con la Sección Social, que teóricamente representaba los intereses de los trabajadores agrarios. Ello pudo llevar a los Lora Jiménez a un punto actitudinal ubicado a caballo entre la resignación y el disenso hacia el régimen de Franco.

      Durante todo el periodo la familia, profundamente religiosa, habría encontrado en la confesionalidad católica del Estado uno de los atractivos del régimen que habrían merecido su consenso (gráfico 1). Así se desprende del relato de Encarna, que recuerda cómo, a raíz de la vuelta a casa de Pepín tras su secuestro por los «bandoleros» en la sierra, la madre «se echó una promesa de andar descalza todo un año entero en invierno y en verano, lloviera y no lloviera. Y luego después fue a Sevilla detrás del Gran Poder [gracias a un contacto] cuando ninguna mujer podía ir detrás del Gran Poder». Y prosigue su testimonio: «en mi casa había una mesa con un corazón de Jesús y allí cuando vino mi niño [su hermano] allí se rezó. Eso estuvo muy bonito, muy emocionante». No obstante, al recordar que las mujeres debían entrar en el templo con velo, manga larga o manguitos y medias que cubrieran sus cabellos, brazos y piernas, reconoce que «la Iglesia era muy dura antes», a pesar de lo cual se habría adaptado a estas disposiciones a regañadientes, movida por una religiosidad subjetivada e interiorizada.

      A finales de los años cincuenta y, sobre todo, a principios de los sesenta tuvo lugar en Teba una fortísima emigración de vecinos que decidieron hacer la maleta ante la falta de vivienda y trabajo. Esta partida masiva hacia el extranjero de muchos de sus convecinos habría sido percibida en términos positivos por Encarna, que la entendía como una oportunidad para que estas personas pudieran mejorar sus condiciones de vida. «Franco abrió la mano y se fue mucha gente a Alemania y se fueron y ganaron dinero», afirma mostrando una actitud próxima al consentimiento. A forjar esta opinión habrían contribuido ejemplos como el de uno de sus convecinos emigrados a América que, a su regreso, «trajo dinerito» y abrió el American Bar, donde se instalaría uno de los primeros aparatos de televisión del pueblo. Cuando en 1963 contrajeron matrimonio, Encarna y Pepe estuvieron entre los primeros de la localidad en saborear las mieles del publicitado «desarrollismo». Los recién casados no solo pudieron acceder en una fecha relativamente temprana a bienes como la televisión, ya disponible en su nuevo hogar, sino que hicieron del «boom económico» su medio de vida, pues él regentaba una tienda de electrodomésticos. A través de aquel primer televisor en blanco y negro Encarna recuerda haber visto «cuando se subió a la luna y cuando mataron a Kennedy», una ventana a un nuevo mundo que le hizo más llevadera la cotidianeidad en el pueblo y que la situó nuevamente en las inmediaciones del consentimiento hacia el régimen (gráfico 1).

      También por televisión tuvo conocimiento, a los 35 años de edad, de la muerte de Francisco Franco, el hombre que había regido con mano de hierro el país desde antes incluso de que ella llegara al mundo. «La gente tenía ya muchas ganas de democracia porque la verdad que era muy restringida la cosa. Franco la tuvo muy restringida. Era una dictadura y era muy restrictiva la vida», concluye Encarna, dejando traslucir que a esas alturas eran ya pocos en su entorno los que se mantenían en la esfera de las actitudes sociopolíticas aquiescentes.

      La historia de vida de esta mujer de Teba (Málaga), si bien mediatizada por el relato construido en la actualidad sobre su propio pasado –que permite recuperar la memoria de las actitudes, que no las actitudes mismas–, muestra el carácter caleidoscópico de las percepciones sociopolíticas hacia la dictadura. Asimismo, es ilustrativa de la policromía que caracterizó las actitudes sociopolíticas de la población hacia el régimen de Franco que, más que teñirse de blanco o negro, lo hicieron de distintas tonalidades de gris. Su evolución dibuja líneas curvas, que van y que vienen, pero que rara vez son completamente rectas, en tanto que las trayectorias vitales pocas veces resultan monolíticas. Lejos de obedecer a un patrón preestablecido y fácilmente predecible, obedecen a lógicas plurales (gráfico 1). Por supuesto, habría tantas líneas potenciales como sujetos existentes. Entre los aspectos que pudieron condicionar significativamente las actitudes sociales y políticas de españoles como Encarna hacia el régimen estuvieron también la política de repoblación forestal, las relaciones internacionales o, sobre todo, las políticas sociales como las «traídas de aguas» a los pueblos o la construcción de grupos de viviendas baratas a partir de comienzos de la década de los sesenta.

      En los siguientes capítulos analizamos la experiencia de socialización política de los españoles que vivieron en dictadura, a fin de esclarecer la forma en que la gente «normal y corriente» se relacionó con el Estado franquista. En la primera parte del libro prestamos atención a las políticas puestas en marcha por la dictadura para ampliar sus bases sociales más allá de los adeptos y atraerse a su causa a los descontentos y disconformes. En los capítulos correspondientes a esta parte (1 y 2) asumimos la premisa según la cual todos los regímenes políticos, inclusive los fascistas y parafascistas, necesitan apoyo social para alcanzar la estabilidad y pervivir. Y el franquismo no habría sido una excepción en este sentido, pues aunque no lograra las cotas de consenso alcanzadas por las dictaduras nazi y fascista, también cosechó un buen número de adeptos. Sin subestimar su naturaleza violenta y represora, admitimos que la dictadura de Franco fue capaz de granjearse el apoyo de amplios sectores sociales a través de la puesta en marcha de diversas estrategias de legitimación y generación de consenso como las políticas sociales. En la parte II se intenta matizar el alcance de esas políticas de construcción de consentimiento del régimen franquista. Para ello se ponen en valor las pequeñas acciones de resistencia cotidiana, muchas veces de carácter simbólico, que fueron capaces de activar los hombres y mujeres del agro andaluz, ya fuera para mejorar o preservar sus condiciones materiales de vida (capítulo 3), ya para defender sus ideales o sus tradiciones culturales (capítulo 4).

      Aunque la estructura del libro, dividido en dos partes con sus correspondientes capítulos, pueda dar la impresión de que asume la existencia de compartimentos estancos en lo referente a las actitudes sociales, lo cierto es que responde a razones de organización, claridad expositiva y, sobre todo, a la propia naturaleza de las fuentes manejadas. La mayor parte de la documentación oficial generada por la Administración franquista ofrece un color homogéneo en cuanto a las actitudes sociales que muestra, ya sea el negro de las disidencias, ya el blanco de las adhesiones. Así, por ejemplo, los expedientes judiciales que castigaban a los autores de alguna falta o delito nos ilustran acerca de las resistencias cotidianas, pero nos dicen muy poco o nada sobre los consentimientos.

      Sin embargo, y como es lógico, en la realidad cotidiana no se dio semejante fragmentación entre bloques, sino que las fronteras entre las diferentes actitudes sociopolíticas fueron la mayoría de las veces difusas. A menudo un mismo individuo estuvo en ambas zonas cromáticas en distintos momentos y respecto a diferentes políticas. Con frecuencia las personas que criticaban el desabastecimiento en los años cuarenta o la política de repoblación forestal eran las mismas que se beneficiaron de una vivienda ultrabarata al inaugurar la década de los sesenta. En consecuencia, difícilmente se pueden llegar a percibir los matices de las actitudes sociopolíticas si no se tienen en cuenta las diversas facetas de la vida de cada individuo más allá de su interacción puntual con una determinada administración. Las voces de los hombres y mujeres de a pie que, como Encarnación Lora, vivieron bajo la dictadura franquista, vienen a recordarnos la complejidad y los grises de la cotidianeidad que rara vez reflejan los documentos oficiales. Sus testimonios aparecen transversalmente a lo largo de todos los capítulos.

      1 Ágnes Heller: Historia y vida cotidiana, Barcelona, 1972, p. 42.

      2 Franco Ferrarotti: La historia y lo cotidiano, Barcelona, Península, 1991, p. 13.

      3 Charles Seignobos: Histoire sincère de la nation française [Historia sincera de la nación francesa], París, 1933, p. XI.

      4 Alf Lüdtke y William Templer: The History of everyday life: reconstructing historical experiences and ways of life, Princeton

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