Madrid cautivo. Alejandro Pérez-Olivares García

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Madrid cautivo - Alejandro Pérez-Olivares García Història i Memòria del Franquisme

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2010).

      Si algo definió a Madrid a partir de aquella mañana tanto tiempo esperada, y tanto tiempo temida, fue la extensión de una sospecha que alimentó la construcción social y política de la dictadura. En Madrid, también «la ciudad del orden», crecieron las raíces culturales de la Victoria, las experiencias que la sustentaron y los códigos con las que fue definida. No solo por las autoridades, desde los despachos de los ministerios o en las páginas del Boletín Oficial del Estado, sino también desde los recuerdos aún a flor de piel y los traumas recientes de muchas personas que habían habitado la retaguardia madrileña. El pasado fue otro espacio donde evaluar la responsabilidad, el mérito y la virtud, que fueron algo más que palabras grandilocuentes. Fueron, ante todo, la oportunidad para hacer de la desconfianza una institución más, convertida en una forma de diálogo entre el Estado y la sociedad. La recompensa, eterna compañera del desenlace de los conflictos militares, alcanzó asimismo al mundo civil, en un proceso analizado en el capítulo cinco. ¿Bajo qué pautas se evaluó el pasado y qué criterios relacionaron a las personas que aspiraban a la retribución con las autoridades comprometidas en esa tarea? El compromiso de la dictadura con el orden público se reflejó en la forma que gestionó el deseo de ascendencia e influencia de mucha gente, convencida de que merecía un trato de favor en la sociedad de posguerra. A partir de entonces, la delimitación de una verdadera «sociología del poder» contribuyó a definir la forma en que el franquismo extendió su dominación (Weber, 2012).

      La salvaguarda del futuro según criterios de orden y el recuerdo del pasado desde una posición de jerarquía llenaron el espacio urbano después de la ocupación. Las representaciones del triunfo franquista dominaron las calles a partir del «Día de la Victoria», momentos utilizados para visibilizar continuamente a la autoridad suprema del nuevo tiempo: el Ejército. Las mismas unidades que habían protagonizado la entrada en Madrid participaron en las primeras celebraciones, y con ellas empieza el capítulo seis. Como estaba ocurriendo de manera simultánea con la persecución de las responsabilidades políticas, el despliegue simbólico del «nuevo Estado» en la que desde entonces sería su capital también contribuyó a eliminar las manifestaciones del espacio público de preguerra. ¿De qué modo la construcción simbólica de la dictadura fue una oportunidad para recordar el orden? Desde los primeros momentos de la ocupación este proceso también delimitó quién podía participar en las celebraciones y de qué modo, al igual que ocurrió con la definición de la comunidad política a lo largo de la década de 1940.

      La «peor época» de Gloria Fuertes coincidió con todo ello, con la preparación de la ocupación que puso fin a la guerra y con su continuación a través de las múltiples expresiones del estado de sitio. Su paso de niña a mujer se completó al tiempo que la construcción de la dictadura daba sus primeros pasos en Madrid, la ciudad de su infancia y de su supervivencia. En aquellas calles por donde transcurrió su vida cotidiana se extendió una violencia tan cotidiana como porosa, tan alejada de las cárceles y los cementerios como relacionada con ellos, tan cercana a la afinidad como a la desconfianza. Para ella, y para otras muchas personas también, esa «peor época» fue también el desafío, el delito y el orden.

      * * *

      «Será mejor que dejes de soñar con una vida tranquila, porque es la única que nunca conoceremos…». Las palabras de Paul Weller en «Town Called Malice» vienen una y otra vez a mi cabeza mientras el cursor palpita en la pantalla, sin saber muy bien cómo empezar a escribir estas líneas de agradecimiento. Quizá sean, sin embargo, las palabras más adecuadas para echar la vista atrás hasta septiembre de 2012, cuando decidí inscribir mi tesis doctoral en la secretaría de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid. Mientras esperaba mi turno con los formularios en la mano, aquellos en los que escribí un título que por supuesto luego cambié, tenía claro un objetivo. Cuatro años y medio después terminé por alcanzarlo, pero merece la pena detenerse en lo realmente importante, en lo que me llevó hasta ese momento y lo que más tarde me impulsó más allá. El viaje. Lo que explica, en gran parte, este libro.

      Las páginas que comienzan ahora tienen su origen en esa tesis doctoral que inscribí en septiembre de 2012 y cuyo formato de 433 páginas defendí en mayo de 2017. Mi primer agradecimiento se dirige, por tanto, al tribunal que leyó y discutió entonces mi reflexión sobre la victoria franquista desde los parámetros del control social. Los profesores Luis Enrique Otero Carvajal, Eduardo González Calleja, Jorge Marco, Zira Box y Felipe Hernando compartieron conmigo la mejor herencia de la Universidad pública, que es el debate abierto y la crítica sincera. Sus valoraciones mejoraron sin duda el texto original, y algunas de ellas aparecen incorporadas a este libro. Otras siguen formando parte del diálogo que empezamos aquella mañana de lunes, esperando a ser puestas por escrito. Ese día, 8 de mayo de 2017, se cumplían 496 años desde que la Dieta de Worms decidiera condenar las tesis de Martín Lutero: puedo decir que la mía propia salió mucho mejor parada. Y si ese día terminé mi intervención recordando unos versos del poeta Kirmen Uribe, la perspectiva del tiempo solo ha conseguido que me reafirme en ellos. Compartir esas horas con aquel tribunal fue algo más que un acto meramente académico: fue, sobre todo, expresar «la necesidad de arreglárselas con las dudas».

      Las dudas no dejaron de acompañarme antes de ese día. Tampoco después. Tuve la suerte de encontrar sentido a mi investigación al lado de Ana Martínez Rus y Gutmaro Gómez Bravo, mis directores de tesis. A su apoyo y confianza les debo no solo que aquel primer viaje llegara a buen puerto, sino también que fuera una travesía en libertad, con la única brújula de las preguntas que me ayudaron a formular y la cariñosa experiencia con la que me asistieron en los momentos de incertidumbre. Lo que entonces sentía como una deuda imposible de saldar ahora se ha convertido en una dichosa gratitud, puesto que fue a su lado donde empecé a discutir mis propuestas y enfoques, madurando como investigador. Aun así, las deficiencias que esta reflexión pueda seguir teniendo se deben únicamente a su autor, y no a quienes le ayudaron a proyectar el camino. La suerte me ha acompañado igualmente en forma de grupo de investigación, evitando la peligrosa soledad de las salas de archivo y biblioteca. El grupo «Espacio, sociedad y cultura en la edad contemporánea», dirigido por Luis Enrique Otero, destila una pasión por el debate difícil de igualar, y agradezco a todos sus miembros los comentarios compartidos, las críticas propuestas y las risas que acompañan siempre a todos los intercambios. Mención especial merecen Javier San Andrés, por la sensibilidad de sus análisis, Santiago de Miguel, por su generosidad siempre excelente, y Fernando Vicente, por su constante confianza y apoyo en mi desempeño entre le Rhône y la Saône.

      Desde hace algún tiempo, he tenido la oportunidad de compartir mis preocupaciones y discutir mis enfoques en espacios que apenas podía imaginar al comenzar mi investigación. Solo la hospitalidad de Gareth Stockey, Rúben Serem y Stephen Roberts en el International Consortium for the Study of Post-Conflict Societies de Nottingham y de Peter Romijn en el NIOD Institute for War, Holocaust and Genocide Studies de Ámsterdam puede explicar esa sensación hogareña al volver allí donde pasé tantas horas aprendiendo. Esa misma sensación viaja también a Granada y envuelve a Miguel Ángel del Arco, Claudio Hernández, Gloria Román, Lázaro Miralles y Alba Martínez, en torno a quienes la admiración se mezcla con el cariño. Debatir con ellos es hacerlo desde el desprendimiento y la solidaridad. La sinceridad de las críticas de Peter Anderson y Charlotte Vorms, que informaron mi tesis doctoral antes de su defensa, se proyecta de nuevo sobre este texto, así como la de Javier Rodrigo, François Godicheau, Jesús Izquierdo, Pablo Sánchez León y Francisco J. Moreno. Los afectos de Francisco Sánchez Pérez, Fernando Jiménez, Laura Fernández, Concepción Lopezosa, Sergio Riesco, Fernando Mendiola, Maialen Altuna y Estefanía Langarita también explican esta vida posdoctoral en la que sigo dando mis primeros pasos. Y estos pasos se detuvieron, afortunadamente, en la puerta de Publicacions de la Universitat de València. Aquí he tenido la suerte de contar con la decidida confianza de Julián Sanz en el enfoque que atraviesa este texto, y con la resuelta dedicación de un equipo editorial que ha convertido el manuscrito original en un libro, en medio de estos tiempos tan complicados.

      La sabiduría y la amistad de Carlos Gil Andrés, José

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