Sueños de ciencia. Jesús Navarro Faus
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También se considera a Jules Verne como un anticipador, o aún más, como el profeta de la ciencia y de la técnica. Ahora bien, a pesar de ser un escritor del siglo XIX, sus libros se continúan editando en el siglo XXI. Es de hecho uno de los autores más traducidos, según el Index Translationum de la UNESCO, en unas ciento cincuenta lenguas. Por delante de él sólo están las producciones de Walt Disney, las novelas de Agatha Christie y la Biblia, por este orden. Por tanto, si las profecías, supuestas o reales, escritas hace más de cien años, ya hubieran sido verificadas, ¿qué interés tendría continuar leyéndolas actualmente? A menos que aceptemos que todavía quedan predicciones por identificar y verificar, como si Verne fuera un Nostradamus en el que se deben encontrar las claves del futuro, habrá que buscar otra explicación al interés que todavía suscita su obra. Paralelamente a esta visión, también se le considera como uno de los padres de la ciencia ficción, junto con E. A. Poe y H. G. Wells. Y, en efecto, algunas de sus obras pueden considerarse ciencia ficción, en el sentido de conjeturas racionales hechas ficción, pero no en el sentido actual que hace pensar en fuerzas extrañas, invasiones de extraterrestres, materiales mágicos, situaciones misteriosas, etc., que se relaciona más bien con la obra de H. G. Wells.
El Espanto es el nombre de un ingenio polivalente creado por Robur, el protagonista de Robur el conquistador y Amo del mundo. El vehículo se transforma en coche, en barco, en submarino o en avión. En esta ilustración, extraída de Amo del mundo, se ha transformado de barco en avión para salvar las cataratas del Niágara. Obsérvense las ruedas del invento, idénticas a las de los primeros automóviles de finales del siglo XIX, y obsérvense también las alas del avión. Parece que Verne sea un precursor de Batman.
Muchos de estos tópicos se afirman en una enciclopedia como la británica. En la edición de 1994 se afirma entre otras cosas que anticipó un cierto número de dispositivos y desarrollos científicos, como por ejemplo el submarino, la escafandra autónoma, la televisión y los viajes espaciales. Creo que es buena idea continuar con la Enciclopedia Británica para explorar una de estas posibles anticipaciones, y me referiré al submarino. Recordaré al lector que en los años 1869 y 1870, Verne publicó Veinte mil leguas de viaje submarino, donde el capitán Nemo viaja a bordo de su submarino Nautilus. Pues bien, en la británica podemos leer que entre 1620 y 1624 navegó por el Támesis un submarino construido por el holandés Drebbel según los planos que hizo el inglés Bourne en 1578. Podemos leer también que en 1727 ya existían en Inglaterra catorce patentes de submarinos. Aún más interesante es leer que en 1800 el ingeniero americano Robert Fulton construyó un submarino, precisamente con el nombre de Nautilus, que presentó a Napoleón Bonaparte para que combatiera contra los ingleses. Para no hacer la lista más larga, citaré un antecedente más próximo a nosotros: Narciso Monturiol y su Ictíneo, con el que en 1859 se sumergió en el puerto de Barcelona durante veinticuatro horas. Por tanto, no es cierto que Verne anticipara el submarino.
Pero el Nautilus de Verne estaba propulsado por motores eléctricos, algo que no sucedía con los submarinos reales que he citado. ¿Sería éste el aspecto anticipador? Pues tampoco. La Enciclopedia Británica nos informa que durante la guerra de Secesión americana, la marina de los confederados mandó construir algunos submarinos y se llegó a diseñar un prototipo que funcionaba con baterías eléctricas. No llegó a funcionar porque en aquellos momentos los motores eléctricos no eran los más adecuados, pero la idea ya estaba en la mente de los constructores navales. En resumen, esta breve inmersión por la Enciclopedia Británica nos permite concluir que ya existían submarinos operativos antes incluso de que Verne naciera. También permite concluir que los mitos tienen la vida larga y que incluso una enciclopedia como la británica se hace eco de ellos, aunque esté en contradicción con otra información que en ella se recoge.
Pero los contemporáneos de Jules Verne veían las cosas de otra manera, al menos hasta los años 1880. Veamos, si no, lo que escribía Émile Zola en un artículo publicado en 1866 en el diario L’Événement:1
Jules Verne es un fantasioso de la ciencia. Pone toda su imaginación al servicio de deducciones matemáticas, toma las teorías y deduce hechos verosímiles o prácticos.
Y añade:
Es una idea excelente novelar la ciencia para hacerla accesible a los profanos. No creo que se pueda llegar a ser muy sabio leyendo este tipo de libros, pero por lo menos dan la curiosidad de saber; y además son interesantes, tienen el gran mérito de ser sanos y saludables.
Como segundo testimonio me referiré a la publicación de «La isla misteriosa», hecha en París en 1876, traducida al castellano para El Correo de Ultramar. Se trataba de un obsequio de este diario para sus suscriptores. Tenía un largo prefacio firmado por Lucien Dubois, del que cito:2
Jules Verne es el Walter Scott de la ciencia. Y si en este género falso y peligroso de la novela histórica, el nombre de Walter Scott reclama una excepción en su favor, esta misma excepción se ha de otorgar también a Verne en la novela científica por el motivo triple de la ciencia, del talento y del éxito. El éxito es popular, el talento es considerable, la ciencia es tan variada como real.
Finalmente, más precisa y detallada es la opinión de Pierre Larousse. En su Grand dictionnaire universel du XIX siècle (1876) escribió que Verne
ha creado un nuevo género literario, la novela científica y geográfica, aportando raras cualidades que le han dado rápidamente su reputación: la invención para variar y dramatizar los temas, la observación moral, el gusto y el espíritu lógico para escoger a los personajes apropiados a la acción y dirigirlos manteniendo su carácter a lo largo de todas las peripecias e incidentes, un arte de la puesta en escena, un talento descriptivo de los más destacables, y unos serios conocimientos científicos.
Y aún añade: «Estas obras, escritas para la gente joven, tienen la rara buena fortuna de agradar a todas las edades». Para sus contemporáneos, las catorce o quince novelas publicadas entre 1863 y 1876 se identificaban con la ciencia y con cierta manera de divulgarla, claramente apreciada en general.
Pero el mito de Verne profeta ya estaba formado en los últimos años de su vida, en contra de la opinión del propio autor, como demuestran los siguientes extractos de entrevistas. En 1895, la periodista M. A. Belloc le hizo una entrevista para la revista The Strand Magazine, de Londres.3 En un momento la mujer de Verne, presente en la entrevista, explica a la periodista que «muchas de las “anticipaciones” de mi marido, supuestamente imposibles, se han convertido en realidad». Pero Verne no está de acuerdo y declara:
Es una simple coincidencia, y sin duda ello se debe al hecho de que cuando yo he inventado completamente una «anticipación» científica me he esforzado en hacerla tan simple y tan verosímil como fuera posible. La exactitud de mis descripciones se debe al hecho de que desde hace mucho tiempo tengo la costumbre de tomar muchas notas de libros, diarios y revistas científicas de todo tipo. Estas notas, ordenadas por materias, me han suministrado un arsenal de un valor incalculable para mí. Estoy abonado a una veintena de diarios. Soy lector asiduo de publicaciones científicas y naturalmente estoy al corriente de todos los descubrimientos o inventos que se producen en todos los campos de la ciencia, astronomía, fisiología, meteorología, física o química.
En otra entrevista, aparecida en el diario americano The Pittsburgh Gazette en 1902, dice Verne refiriéndose a los automóviles, submarinos, dirigibles o artefactos semejantes:4
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