Sueños de ciencia. Jesús Navarro Faus
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En los años 1860 inició una buena amistad con Félix Tournachon, más conocido como Nadar. Era un fotógrafo famoso y un apasionado de la aerostática, así que no es de extrañar que fuera el pionero de la fotografía aérea. Nadar era un intrépido personaje que tenía como divisa: «Todo lo que es posible será». Probablemente, Verne y Nadar se conocieron cuando el primero ya había escrito las Cinco semanas en globo, pero en cualquier caso, Nadar siempre negó haber influido en Verne, ni en ésta ni en ninguna otra de sus novelas. Curiosamente, a pesar del mutuo interés por los globos, ambos pensaban que el futuro de la navegación aérea no estaba en los globos, que no se pueden controlar, sino en los aparatos más pesados que el aire, y en 1863 fundaron una sociedad, con el poco poético pero descriptivo nombre de Sociedad para Impulsar la Locomoción Aérea por medio de Aparatos más Pesados que el Aire. En 1865 Verne ingresó en la Sociedad de Geografía de París, de la que Nadar ya era socio.
Aparte de una gran amistad, Nadar le proporcionó la posibilidad de conocer a sus amigos científicos, ingenieros y geógrafos. En conjunto, Verne frecuentaba ambientes muy diversos durante sus años en París. Músicos como Delibes, financieros como Wallut, director de La Monnaie, políticos como Raoul-Duval, o industriales como Joëssel, director de las fundiciones de Indret. Tenía amistades entre republicanos, laicos, socialistas y anarquistas, pero también visitaba al conde de París, al duque de Montpensier y a otros miembros de la familia de los Orleáns. Seguramente, en la Sociedad de Geografía conoció a Elisée Reclus, con quien mantuvo buenas relaciones toda su vida. Reclus era un conocido geógrafo, autor de libros sobre geografía descriptiva universal y sobre la Tierra. Era de ideología anarquista, amigo de Kropotkin, que también era miembro de la Sociedad de Geografía. Reclus tuvo que exiliarse cuando se estableció el imperio, y su destacado protagonismo durante la comuna de París le supuso un segundo exilio. Verne leyó todos sus libros, y le menciona en varias novelas, siempre en términos elogiosos.
En 1869 decidió dejar París para ir a vivir a Crotoy, un pueblecito de pescadores en la desembocadura del río Somme, en donde ya desde 1865 pasaba muchos períodos de vacaciones. Además, se encontraba a unos 50 kilómetros de Amiens, la ciudad donde residía la familia de Honorine. En Crotoy se compró una barca de pesca, con los ingresos obtenidos con su Geografía de Francia y de sus colonias. La barca se transformó en el Saint-Michel, para la navegación de placer y también para trabajar a bordo. Para navegar, contrató a dos marinos retirados y empezó a hacer salidas, a lo largo de la costa, visitando Normandía, Bretaña e Inglaterra. En el Saint-Michel escribió varias de sus obras más importantes, entre las cuales, y significativamente, Veinte mil leguas de viaje submarino. Pero también empezó a bordo su Historia de los grandes viajes y de los grandes viajeros, auténtica enciclopedia que va desde Heródoto hasta Livingstone, a la que dedicó diez años de trabajo.
Los años de su estancia en París coincidieron con una gran agitación política. Verne llegó en 1848 coincidiendo con el derrocamiento de la monarquía y la proclamación de la segunda república, presidida por el príncipe Luis Napoleón. Éste dio un golpe de estado a finales de 1851 y se proclamó emperador, con el nombre de Napoleón III. El régimen autoritario, dirigido personalmente por Napoleón, suspendió las libertades de expresión y de asociación y mandó al exilio a más de treinta mil republicanos, entre los cuales estaban el político Adolphe Thiers y el escritor Victor Hugo. También fueron exiliados el editor Pierre Hetzel, así como Nadar y Reclus, que posteriormente fueron amigos de Verne. El exilio duró hasta 1859, cuando se promulgó un decreto de amnistía. Durante el imperio, que se mantuvo hasta 1870, se desarrolló la industrialización de Francia, se completó la red de canales, carreteras y ferrocarriles, y el Estado se convirtió en el Estado providencia para el gran capitalismo. Al mismo tiempo, continuó la expansión colonial en África central, Siria, Cochinchina y Camboya, y se completó el dominio francés sobre Argelia, sometiendo la región de Cabilia en 1857. Los ingenieros franceses exportaban su saber hacer, como atestigua la construcción de ferrocarriles en Europa, promovida por la banca francesa, y más espectacularmente, la construcción por Ferdinand de Lesseps del canal de Suez en 1869. La actividad diplomática de Napoleón III intentaba romper el dominio de las potencias europeas que apoyaron la Santa Alianza, y no siempre tuvo éxito. En particular, las relaciones con la Alemania de Bismarck acabaron en la guerra de 1870, que significó el final del segundo imperio. Perdida la guerra, Francia tuvo que ceder a los alemanes las regiones de Alsacia y de Lorena, cesión que mantuvo un punto de fricción entre los dos países hasta la segunda guerra mundial. Durante la guerra de 1870, Jules Verne fue movilizado como miembro de la Guardia Nacional, y con su barco patrullaba por la costa. Tras la derrota, se instauró en Francia la tercera república, que duró hasta 1940, y de la que Adolphe Thiers fue su primer presidente. Las ideas políticas de Verne, que hasta ese momento no eran demasiado explícitas, quedan claras en una carta a su padre:
Tengo la esperanza de que en París tarden aún en disolver las unidades móviles de la Guardia Nacional, para que puedan así fusilar como a perros a los socialistas.
Eso fue precisamente lo que sucedió con la represión de la comuna de París (1871). A pesar de algunas apariencias, las ideas políticas de Verne siempre estuvieron en la derecha conservadora.
AMIENS
Después de la guerra franco-prusiana y de la posterior guerra civil, la situación económica no recuperó la normalidad inmediatamente. Verne tuvo que volver a trabajar como agente bursátil durante unos meses, mientras se aclaraba la situación financiera de su editor, que le debía bastante dinero y no podía volver a poner rápidamente en marcha su editorial. A finales de 1871, decidió instalarse definitivamente en Amiens, ciudad de unos 60.000 habitantes, con industrias textiles que daban trabajo a unos 30.000 obreros.
Por deseo de mi mujer, me instalo en Amiens, ciudad sensata, limpia, sin sorpresas. La sociedad es cordial y culta. Estamos próximos a París, lo bastante cerca para que lleguen sus reflejos, pero sin el ruido insoportable y la agitación estéril.
El tren llevaba a París en poco más de hora y media, con más de quince trenes diarios, y así podía resolver sus asuntos en París y estar de regreso en el mismo día. No le gustaba el ambiente de París: «No se puede trabajar aquí. Este lugar me pone nervioso. Es demasiado febril, tiene demasiado ruido». Y Verne necesitaba justamente tranquilidad para escribir la mayor parte de su obra, a un ritmo de tres volúmenes por año, posteriormente reducidos a dos volúmenes, aparte de los artículos y adaptaciones teatrales de algunas de sus novelas. Era ya un autor conocido, y la Academia Francesa le otorgó su premio en 1872 por el conjunto de los Viajes extraordinarios, es decir, por la escasa decena de novelas publicadas hasta entonces.
Además de tranquilidad, el plan de trabajo de Verne requería también una disciplina estricta, que mantuvo prácticamente hasta su muerte. Todos los días se levantaba a las cinco de la mañana, y escribía hasta las once. Después de comer se dedicaba a leer, consultar notas o corregir pruebas de imprenta en casa; iba a leer a la biblioteca municipal o, más frecuentemente, a la sala de lectura de la Société Industrielle de Amiens, de la que era socio. Había conseguido que la Société Industrielle se suscribiera a todas las revistas científicas e industriales publicadas en Francia, y Verne las hojeaba regularmente, tomando notas de los artículos que consideraba interesantes para sus novelas. Daba un paseo corto, cenaba y aún leía un rato en la cama antes de dormir.
En la entrevista hecha en 1895, Verne explicaba a la periodista Marie Belloc su método de trabajo:
Empiezo siempre haciendo un plan de mi próxima novela. No empiezo nunca un libro sin saber cómo serán el principio, el medio y el final. También he tenido siempre la buena fortuna de tener no uno, sino media docena de esquemas en la cabeza. Si me parece que se hace demasiado pesado, soy partidario de abandonar el trabajo y continuar más tarde. Una vez completado el plan primitivo, hago el esquema de los capítulos y escribo la redacción real a lápiz,