Contendiendo por nuestro todo. John Piper

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Contendiendo por nuestro todo - John  Piper

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1795 y 1810 hubo un amplio y general reavivamiento del interés por el cristianismo en todo el país».22 Francis Asbury y Charles Finney fueron los líderes principales de este Despertar. Ambos eran controversiales, pero ambos vieron un crecimiento asombroso.

      Cuando Francis Asbury llegó a América en 1771, había cuatro ministros metodistas que atendían a unos trescientos laicos. Cuando murió en 1816, había dos mil ministros y más de doscientos mil metodistas en los Estados Unidos y varios miles más en Canadá.23 Pero su apego al inglés John Wesley y sus métodos poco ortodoxos de ministerio llevaron a Asbury a la controversia con los patriotas americanos y los líderes de la iglesia. Por ejemplo, fue desterrado de Maryland porque no quiso firmar un juramento de lealtad al nuevo gobierno estatal.24 La bendición de Dios sobre su ministerio durante cuarenta y cinco años no se vio interrumpida por la controversia que se produjo a su alrededor.

      Finney, que abandonó su origen presbiteriano, era poco ortodoxo tanto en su método como en su teología. Él adoptó el controversial uso de la «banca de la ansiedad» y convirtió eso en la norma del avivamiento posterior.25 Él era más arminiano que John Wesley:

      Wesley afirmaba que la voluntad humana es incapaz de elegir a Dios sin la gracia preparatoria de Dios, pero Finney rechazaba tal afirmación. Él era un perfeccionista que creía que era posible alcanzar una etapa permanente de vida espiritual elevada, si se buscaba con todo el corazón. Siguiendo a los teólogos de Nueva Inglaterra, proponía una concepción gubernamental de la expiación, según la cual la muerte de Cristo era una demostración pública de la voluntad de Dios de perdonar los pecados, en lugar de ser un pago por el pecado como tal.26

      Ese tipo de teología está destinada a enfrentarse a la oposición. Un ejemplo de esa controversia puede verse al observar la relación que Finney tenía con sus contemporáneos Asahel Nettleton y Lyman Beecher. «Finney fue el portavoz de la religión fronteriza emergente que era tanto especulativa como emocional. Nettleton fue el defensor de la vieja ortodoxia de Nueva Inglaterra que se negaba a separarse de las amarras del pasado».27 Lyman Beecher era un pastor congregacional en Boston y compartía las opiniones calvinistas históricas de Nettleton. Ambos hombres tuvieron ministerios fructíferos, y el evangelismo itinerante de Nettleton fue bendecido con tantas conversiones que, Francis Wayland (1796–1865), uno de los primeros presidentes de la Universidad de Brown, dijo: «Supongo que ningún ministro de su tiempo fue el medio de tantas conversiones (…) Él (…) hacía oscilar al público del mismo modo en el que los árboles del bosque son movidos por un viento poderoso».28

      Pero la controversia entre Finney, por un lado, y Nettleton y Beecher, por el otro, era tan intensa que se convocó una reunión en New Lebanon, Nueva York, en 1827 para resolver las diferencias. Muchos clérigos preocupados vinieron tanto del lado de Finney como del lado de Beecher. La disputa terminó sin reconciliación, y Beecher le dijo a Finney: «Finney, conozco tu plan, y tú sabes que lo conozco; tú quieres venir a Connecticut y llevar una racha de fuego a Boston. Pero si lo intentas, vive el Señor, te veré en la entrada del Estado, y convocaré a toda una artillería de hombres, y pelearé por cada centímetro del camino hacia Boston, y combatiré contigo allí».29

      La controversia, la vitalidad, y el crecimiento son compatibles

      El objetivo de estas ilustraciones de la historia de la Iglesia es dejar de lado la idea de que el poderoso despertar espiritual sólo puede llegar cuando se deja a un lado la controversia. Aunque no quisiera insistir en ello como si fuera una estrategia, la historia parece sugerir lo contrario. Cuando hay un gran movimiento de Dios para traer avivamiento y reforma a Su iglesia, la controversia se convierte en parte del proceso humano. No sería descabellado decir como Parker Williamson que, al menos en algunos casos, la controversia no fue sólo un resultado sino un medio para la revitalización de la Iglesia.

      Históricamente, las controversias que han girado en torno al significado y las implicaciones del Evangelio, lejos de perjudicar a la Iglesia, han contribuido para darle vitalidad. Como el fuego de un refinador, el intenso debate teológico ha dado como resultado una convicción clara, una visión común y un ministerio vigorizado.30

      J. Gresham Machen llegó a la misma conclusión al repasar la historia de la Iglesia y la naturaleza de la misión de Cristo en el mundo:

      Cada verdadero avivamiento nace en la controversia, y produce más controversia. Eso ha sido una realidad desde que nuestro Señor dijo que no había venido a traer paz a la tierra; sino espada. ¿Y saben lo que creo que sucederá cuando Dios envíe una nueva reforma a la iglesia? No podemos saber cuándo llegará ese bendito día. Pero cuando ese bendito día llegue, creo que podemos estar seguros de que tendrá al menos un resultado. En ese día no escucharemos nada acerca de los males de la controversia en la Iglesia. Todo eso será arrasado como por un poderoso diluvio. Un hombre que está encendido con un mensaje nunca habla de esa manera miserable y débil, sino que proclama la verdad con gozo y sin temor, en presencia de toda cosa elevada que se levanta contra el evangelio de Cristo.31

      Probablemente la presencia regular de la controversia en tiempos de avivamiento y reforma se debe a varios factores. En estas temporadas de vida espiritual emergente, las pasiones se elevan muy alto. Y cuando las pasiones están elevadas, la controversia es más probable. Por otra parte, Satanás también alcanza a ver los peligros que el avivamiento levanta en contra de su causa, y seguramente hará lo que pueda para traer desunión y descrédito a los líderes de la iglesia. Pero más esencialmente, el avivamiento y la reforma son causados e impulsados por una percepción más clara de las glorias de Cristo y de la repugnancia del pecado; y cuando éstas se ven más claramente y se habla de ellas con más precisión, la división es más probable que cuando se habla de Cristo en términos vagos y la gente se preocupa poco por Su nombre. Si a esto añadimos que en tiempos de avivamiento la gente ve más claramente que la eternidad está en juego en lo que creemos, esto es algo que afila nuestra doctrina. Las cosas cobran mayor importancia cuando entendemos que «nuestro todo» está en juego.

      El testimonio de la Escritura con respecto

      al lugar de la controversia

      Además del testimonio de la historia de la Iglesia, la Biblia misma testifica que hay un cuerpo de doctrina acerca de Dios y Sus caminos que existe objetivamente fuera de nosotros mismos, y que esa verdad es tan importante que, si es necesario, vale la pena entrar en controversia para preservarla. El apóstol Pablo identifica este cuerpo de doctrina como la «forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Romanos 6:17). Esa forma de doctrina funciona como un estándar, como una vara de medir, o como un patrón. Podemos medir todas las demás verdades a través de ella. En otra parte se le denomina como «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27), como «la forma de las sanas palabras» y como «el buen depósito (…) que mora en nosotros» (2 Timoteo 1:13–14). En otras palabras, es algo que no cambia.

      Está de más poner demasiado énfasis en la importancia de esta verdad revelada acerca de Dios y Sus caminos. Esta revelación aviva y sostiene la fe;32 es la fuente de la obediencia;33 libera del pecado;34 libera de los lazos de Satanás;35 aviva y sostiene al amor;36 salva;37 y es el fundamento del gozo.38 Y, sobre todo, como suma de todo lo demás, este cuerpo de verdad bíblica es el medio para tener a Dios el Padre y a Dios el Hijo: «El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo» (2 Juan 9).

      El cristianismo ha sido muy poco agradable para la mentalidad pragmática que se resiste por completo a la controversia, y eso se debe a que el núcleo de la fe cristiana consiste de la historia y la doctrina que no cambian. En ese sentido, Machen, con la claridad que lo caracteriza, afirma lo siguiente:

      Desde el principio, el evangelio cristiano, tal como el nombre «evangelio» o «buenas noticias» lo indica, consistía en un relato de algo que

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