Visionando lo más bello. John Piper
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Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia
El propósito de Dios, tanto en la cruz como en la elección, es que «nadie se jacte en su presencia» (v. 29). Ese es el primer criterio de la buena elocuencia: no proviene del orgullo ni de la jactancia. No proviene de un ego que busca la exaltación a través del habla inteligente.
Luego continúa en los versículos 30–31,
Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
El segundo propósito de Dios, no solo en la cruz y en la elección, sino también en la gracia soberana de la regeneración (v. 30, «Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús») consiste en que toda la jactancia esté en el Señor Jesús, Quien fue crucificado y resucitado. «El que se gloría, gloríese en el Señor». Entonces, el segundo criterio de una buena elocuencia es que exalta a Cristo, especialmente al Cristo crucificado.
Esfuerzo poético que se humilla a sí mismo y que exalta a Cristo
Así que aquí está la primera razón por la que no creo que este libro contradiga 1 Corintios 1:17, donde Pablo dice: «no con sabiduría de palabras», o 1 Corintios 2:1–2, donde dice: «[No] con excelencia de palabras o de sabiduría». El punto de estos dos textos no es que todo esfuerzo poético (o elocuencia que exalta a Cristo) sea incorrecto. Más bien, las palabras que pretenden alimentar el orgullo y son usadas para la auto exaltación a través de la demostración de la sabiduría humana, son incompatibles con hallar nuestra vida y gloria en la cruz de Cristo. Debemos gobernar nuestro uso de las palabras con estos criterios dobles: la auto–humillación y la exaltación de Cristo.
Si ponemos estos dos criterios al frente de todo nuestro esfuerzo poético —todos nuestros intentos de tener un impacto a través de la selección, el acomodo y la expresión de las palabras— estaremos protegidos del tipo de elocuencia que Pablo rechazó.
2. La elocuencia cristiana que exalta a Cristo puede no ser la razón por la que se rechaza la cruz
La segunda razón por la que no creo que el esfuerzo poético sea ajeno a la comunicación que exalta a Cristo y que se humilla a sí misma es la siguiente: las acusaciones de que el problema es la elocuencia a veces están mal encaminadas. Esto no es prueba del punto. Es simplemente una eliminación de un contraargumento mal utilizado.
La piedra de tropiezo de Benjamin Franklin
En la primavera de 1740, George Whitefield estaba en Filadelfia predicando al aire libre a miles de personas. Benjamin Franklin asistió a la mayoría de estos mensajes. Franklin, que no creía en lo que estaba predicando Whitefield, comentó sobre estos sermones perfeccionados:
Su exposición (…) era tan embellecida por la repetición frecuente, que «Cada acento, cada énfasis, cada modulación de voz, estaba tan perfectamente bien dirigida y bien colocada, que aunque uno no tuviera interés en el tema, era imposible sentirse complacido con el discurso: un placer muy similar al recibido de una excelente pieza musical.26
Es terrible pretender hablar en nombre de Cristo, y ser alabados por nuestra elocuencia en vez de por nuestro Cristo. Pero antes de llegar a la conclusión de que Whitefield estaba descuidando el consejo de Pablo de no hacer vana la cruz con su elocuencia, considera esto. Creo que hay personas que han escuchado mi propia predicación durante años sin comprender con el corazón lo que estaba diciendo. Permanecieron espiritualmente muertos a lo que estaba diciendo a pesar de muchos cambios en la manera de predicar, de la más simple a la más compleja, de la más tierna a la más dura, de una historia llena de suspenso a un argumento cuidadoso. Sin embargo, volvían a venir, no porque amaran lo que se predicaba, sino porque les gustaba la manera en cómo se hacía. Ellos mismos me lo dijeron. Conversé con ellos cara a cara, les rogué, les advertí, les reprendí, oré con ellos. Pero aún así, hasta donde sé permanecieron ciegos a «la luz del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Corintios 4:4). Lamentablemente, no detecté en ellos ningún gusto por la verdad, ni la belleza de Cristo.
No creo que esto se deba a que haya echo vana la cruz despojándola de su poder con una elocuencia vana en todos esos mensajes. Más bien, creo que se debió a lo que Pablo dijo en 2 Corintios 2:15–16: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida». En otras palabras, la vanidad y la elocuencia carnal del predicador no son los únicos obstáculos para la fe.
Jesús, Juan el Bautista y la piedra de tropiezo de la verdad
Herodes un día decapitaría a Juan el Bautista, pero no podía dejar de escucharlo: «y oyéndole, se quedaba muy perplejo, pero le escuchaba de buena gana». (Marcos 6:20). Lo mismo sucedió con el mismo Jesús: «Y gran multitud del pueblo le oía de buena gana» (Marcos 12:37), pero muy pocos entendían lo que estaba diciendo y realmente creyeron. Ni Jesús, ni Juan el bautista pretendían complacer los oídos de los reyes y del pueblo con palabras persuasivas o vana elocuencia. Ellos en ninguna manera estaban contradiciendo las palabras de Pablo. Pero, con todo eso, su predicación estaba «sazonada con sal» (Colosenses 4:6) y ocasionaba que tanto los reyes, como las personas comunes regresaran a escucharlos.
Jesús dijo: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Juan 10:25–27). Quizás Jesús habría dicho esto sobre Benjamin Franklin cuando se negó a creer en el mensaje de George Whitefield. Quizás la elocuencia de Whitefield no fue un obstáculo para su fe, sino una excusa de su incredulidad, mientras que otros encontraron que era el camino a la cruz.
3. Dios inspiró a los hombres a hacer un esfuerzo poético
La tercera razón por la que no creo que el apóstol Pablo (o cualquier otro escritor bíblico) descartara el esfuerzo poético en el servicio de Cristo es que Dios mismo inspiró a los hombres a hacer un esfuerzo poético en la escritura de las Escrituras. Ya hemos visto que en el mismo argumento contra la vana elocuencia humana, Pablo eligió palabras muy fuera de lo común para dar un golpe inolvidable: «Lo insensato de Dios» y «Lo débil de Dios» (1 Corintios 1:25). Esto es a lo que me refiero con esfuerzo poético. Esta es una especie de elocuencia de impacto, y la usó mientras condenaba la elocuencia vana.
El esfuerzo poético de Pablo
Este no fue el único lugar en el que Pablo eligió palabras que eran inusuales o metafóricas o de impacto emocional cuando podría haber usado palabras menos sorprendentes, conmovedoras o punzantes. Por ejemplo,
• llamó al hablar en lenguas sin amor «metal que resuena, o címbalo que retiñe» (1 Corintios 13:1);
• describió nuestro conocimiento incompleto en esta tierra comparado con el conocimiento en el cielo como