Universidad de Guadalajara: caleidoscopio e identidades. María Alicia Peredo Merlo

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Universidad de Guadalajara: caleidoscopio e identidades - María Alicia Peredo Merlo

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discursivas y a las potencialidades de los agentes articuladores. Esto puede ser analizado desde, por ejemplo, la disciplina en la que se percibe una hibridación entre las estructuras cambiantes de la institución, el ambiente exterior y la disciplina. De hecho, la cultura como construcción social en las universidades puede ser analizada desde la organización interna de la institución: su misión, visión y estructura, desde la disciplina y desde las interacciones de ambas variables (Álvarez Rojo y García, 2008).

      Algunos autores como Mary Henkel (2005) analizan la identidad académica específicamente relacionándola con la autonomía. En este sentido, es sumamente interesante el planteamiento de la identidad como pertenencia a un conglomerado, por ejemplo, de profesionistas docentes universitarios, y al mismo tiempo hablar de la autonomía de cátedra, de orientación en la investigación y de las decisiones en materia de trabajo intelectual a la que tienen derecho todos los académicos. Para Henkel, las teorías liberales y esencialistas, dentro de la teoría social, política e institucional, son representativas de la libertad individual. Mead (1934, citado por Henkel) argumenta que el “yo” (self) se desarrolla cuando el individuo integra actitudes y valores de la comunidad: los individuos logran un sentido de identidad a través de la internalización subjetiva de sí mismos. Jenkins (1996, citado por Henkel) propone un proceso más cognitivo: sugiere que todas las identidades individuales y colectivas se constituyen en un proceso dialéctico interno/externo; en la definición de sí mismos y de otros. Esto como una acción reflexiva. Taylor (1989, citado por Henkel) destaca el papel del lenguaje, por ejemplo, en los actos conversacionales comunitarios en donde se introducen mitos que tienen valores comunitarios y se aprenden estructuras cognitivas que configuran la experiencia. Se aprende tanto lo trivial como lo trascendente, es una transición entre el individuo y su comunidad. Esto, sin duda, refleja lo que ocurre en las escuelas en donde no sólo se aprende el contenido académico, sino las diversas formas de socialización, y se van conformando los espacios para la construcción de la identidad de todos los pertenecientes a una institución educativa. En este mismo sentido y en otro texto, Henkel (2005) afirma que actualmente existe una proliferación de marcos de referencia que hace que los individuos estén abiertos a nuevas influencias extraacadémicas y que estén variando las concepciones de tiempo, espacio y valor en las disciplinas, además de que cada día, y a partir de las nuevas tecnologías, los académicos están menos constreñidos.

      El proceso de identidad académica está ligado a la internalización de la identidad disciplinar que incluye la lógica discursiva y el conocimiento particular de la misma. Podemos afirmar que cada disciplina tiene discursos y audiencias particulares que dan una identidad social estrechamente arraigada en la lógica de construcción del conocimiento que la distingue (Peredo, 2016). Otra variable relacionada con esta identidad disciplinar es la autonomía. Podemos, incluso, pensar que la identidad relacionada con la autonomía está, hasta cierto punto, condicionada a la disciplina. Pero Henkel advierte que el académico entra a la disciplina de forma crítica. Esto, en el mejor de los casos, no invalida nuestro argumento de que la disciplina condiciona con ciertos límites la autonomía, a la que más bien puede entenderse como libertad intelectual. Lo que sí es un hecho es que la identidad y la autonomía están relacionados conceptualmente a través del proceso mismo de institucionalización de los sistemas académicos y de la influencia del pensamiento ilustrado. El discurso identitario, en el caso de la disciplina, refleja los valores asociados y, por consecuencia, hay una estrecha relación con el uso apropiado del lenguaje, lo que para Morales y Cassany (2008) conforma las comunidades discursivas según los géneros científicos. Entonces, podemos relacionar la identidad con comunidades discursivas que generan cierto tipo de lenguaje identitario. En síntesis, algunas variables asociadas a la identidad académica son: la disciplina, la autonomía, el discurso, y todo esto en el entramado cultural con significaciones simbólicas.

      Otro constituyente de la identidad, que es muy importante, se refiere a los valores. El concepto del valor expresa una relación entre los sentimientos de una persona y sus categorías cognoscitivas particulares. De esta manera, podemos decir que los valores son, en parte, cognoscitivos y afectivos. La mayoría de los valores están condicionados por la experiencia. Mantenemos una identidad, pero principalmente una colectiva, cuando le asignamos un conjunto suficiente de valores deseables que nos permiten satisfacer aspiraciones, expectativas, deseos, necesidades y perspectivas de un adecuado futuro personal y colectivo. Entender la relación entre valores e identidad es, en parte, legitimar los códigos particulares de la conducta académica. Las universidades, sobre todo las públicas, están cargadas de valores sobre la libertad intelectual, sobre el conocimiento y la verdad (Winter y O’Dohohve, 2012), lo cual no está exento de tensiones.

      Los valores, como otras variables relacionadas que ya hemos enunciado, no son entidades fijas; más bien aludimos a la ductibilidad de éstas a la manera de Bauman. La modernidad ha reemplazado la predeterminación por una autodeterminación. Los individuos contemporáneos ya no buscan un espacio social afirmativo de identidad para conservarlo; ahora hay una identidad por construir (González, 2007). La identidad moderna es abierta, diferenciada y reflexiva (Berger y Kellner, 1979, citado por González, 2007). El mundo externo se acentuó y con la era digital se difuminaron los espacios y las diferencias. Esto nos conduce a una posible nueva relación entre la identidad y las tradiciones o la modernidad y el cambio institucional. En este estudio nos interesa en particular el cambio identitario, si es que éste se dio, a partir de la Reforma en la Universidad de Guadalajara en el año 1993.

      Como podemos advertir, la combinación de variables cuando hablamos de identidad institucional y académica es múltiple. Para Koes (2002, citado por Trainer, 2013), las instituciones, cuando entran en un proceso de reforma o cambio, atentan contra el relato fundacional y ocurren resistencias. El meollo del asunto es la forma en la que se intenta poner nuevos significantes en el orden simbólico que permitan comprender una nueva realidad y una nueva agencia institucional. Por ejemplo, un cambio generacional que, por cierto, es natural y no crítico, es una forma del cambio en el relato y la identidad institucional que hace a las personas mayores pensarse como imprescindibles, porque han hecho de la institución la novela de su vida. Al respecto es importante traer a cuentas la teoría de los imagos de Mc Adams (1993) para quien todas las personas tenemos una historia de vida que narrar y construimos imaginarios muy parecidos a la dramaturgia griega. Podemos ser héroes o mártires de nuestra biografía. La institución donde se trabaja por muchos años puede constituirse como una parte muy importante de nuestra vida, hasta convertirse en tema central de la identidad.

      Esta última variable, la generación a la que se pertenece, también es sumamente interesante, ya que introduce no sólo la maleabilidad de la identidad, sino la búsqueda de pertenencia o de seguir perteneciendo dentro de una misma narrativa institucional; es decir, se hace visible la resistencia al cambio.

      Ahora bien, Torres Espinosa (2015) advierte que el cambio institucional no es caótico, por lo general está regulado y es la forma en la que las instituciones se adaptan e interpretan los factores endógenos y exógenos. Sin embargo, consideramos que el cambio no puede borrar la historia institucional ni sus mitos fundantes. Dice Segovia (2010) que la memoria institucional, como fuente de conocimiento, no es simple, más bien es algo muy complejo porque se encuentra intervenida por el deseo, como expresión de ideales y significados contextuales. Esta memoria es recuperable desde los relatos de vida organizativa y explica algunas razones de los procesos que ocurrieron. Ahora bien, cada que se relata algo, se hace intentando clasificar e interrelacionar explicaciones coherentes dentro de una realidad histórica. Balasubramanian (1994, citado por Segovia) defiende que en la memoria institucional existen datos duros (hechos, figuras, reglas) y datos suaves (conocimiento tácito, experiencias, anécdotas) en los que se guardan las estructuras de creencias, como elementos culturales, a modo de regla que se aplica automáticamente a cualquier información. Ackerman (1996, citado por Segovia: 6) distingue dos tipologías de memoria: la ideal y la constreñida. Evidentemente, la primera obvia problemas orgánicos y la segunda minimiza y selecciona signos y símbolos. Dado que la memoria institucional encuentra problemas similares a la historiografía, lo que importa es la credibilidad y la coherencia en los relatos individuales, hasta llegar al punto de saturación. De hecho, los relatos de vida institucional

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