De Rodillas. Shanae Johnson

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De Rodillas - Shanae Johnson

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a los nuevos seguros para mascotas. Cuando la señora y su gato se fueron, la expresión alegre se disipó de su rostro y fue reemplazada por molestia.

      Maggie odiaba a ese hombre. ¿Cómo podía alguien trabajar con animales y que no le importen? Para él no significaban más que dinero. Como médica veterinaria podía darse el lujo de no ser tan insensible.

      Ella realmente no tenía ningún lujo. Definitivamente ya no tenía dinero para costear a otro animal herido. Maggie miró hacia abajo, al animal dormido. Una lágrima cayó por su mejilla, y las compuertas se abrieron.

      Maggie volvió a mirar al Dr. Cooper y pretendió sonreír. “Por qué no te adelantas y te vas? Yo puedo ocuparme de esto y cerrar el negocio.”

      El Dr. Cooper la miró con sospecha. Luego miró al perro. “No tendremos más problemas, ¿verdad? Ya has causado problemas antes, si lo vuelves a hacer, tendrás que irte.”

      Eso es algo característico de los médicos, son las personas más inteligentes. La última vez que le pidieron a Maggie que dejara ir a un perro, ella lo había sacado a escondidas por la puerta trasera de la clínica. Ahora descansaba tranquilo en su casa. Probablemente en su armario sobre su pila de zapatos.

      “Este animal no tendrá ninguna calidad de vida”, dijo el Dr. Cooper. “Se necesitarían cientos de dólares por mes para mantenerlo.”

      Una sola vida bien lo valía, quiso decir ella. Pero no lo hizo. En cambio, le dijo la verdad. “Comprendo. Aprendí mi lección. Necesito este trabajo para ocuparme de los animales que ya tengo.”

      Ella tenía cuatro perros, todos con heridas graves y enfermedades que le costaban más que su renta. Si perdía ese empleo, no hubiera tenido el dinero para ocuparse de ellos o de pagar un techo.

      Maggie cogió la aguja e hizo un movimiento con el dedo índice.

      El Dr. Cooper la miraba. El momento de irse había llegado como ella esperaba. Se puso sus caras botas de cocodrilo y salió del local.

      Maggie respiró aliviada y dejó la aguja. Vendó al perro. Había sido lastimado hacía mucho tiempo y el tiempo de sanar había comenzado. Ahora sólo necesitaba curar su espíritu junto con su cuerpo.

      Maggie envolvió al perro en una manta, y se dirigió a la parte de atrás. Estaba saliendo para alcanzar la esquina. El Dr. Cooper levantó la vista de su reloj y la miró. Y, por supuesto, fue entonces cuando el perro decidió despertarse de sus medicamentos y ladrar.

      Era un ladrido bajo y atontado que podría haberse interpretado como su propio estómago gruñendo. De nuevo había saltado el almuerzo. Pero no tenía excusa para el hilo de líquido que salía de la manta y caía sobre las caras botas del Dr. Cooper. En realidad, estaba bastante complacida con eso.

      El perrito era un buen muchacho. Ella no sabía cómo habría podido cuidarlo ahora que se había quedado sin empleo, pero lo conservaría.

      Capítulo tres.

      Dylan regresó a los establos después de su sesión con el Dr. Patel. El buen doctor no lo había presionado sobre sus falsas pesadillas. Tampoco había seguido hablando del argumento de las citas. Había hecho algo mucho peor. Había querido hablar con Dylan sobre su promesa incumplida.

      Hilary Weston era la chica de al lado. Pero eso era un piso debajo del pent-house en uno de los edificios más exclusivos de Nueva York. Viendo su vida desde arriba, viéndola como se arreglaba, era inevitable que terminara en sus brazos.

      Hilary había sido la primera en todo para Dylan. Su primer crush. Su primera novia. Su primera… todo.

      Ella no se había alegrado cuando le dijo que quería ser militar. Con el dinero de su familia y sus ahorros, Dylan hubiera podido sentarse en sus laureles por varias vidas. Pero sintió el llamado.

      Se fue con la promesa de que estaría poco tiempo y de que luego regresaría para la boda, tan grandiosa como ella quisiera. Habían bromeado que le llevaría ese mismo tiempo planear el evento social de la década. Pero luego, Dylan volvió lleno de heridas y sin una de sus piernas, por lo que Hilary cambió de planes.

      A ella no le interesaba que él hubiera podido ocuparse de ella financieramente, ella también era una heredera. A ella no le importaba que él fuera un héroe de guerra. Ella era una muchacha de la alta sociedad, que estaba permanentemente en las páginas de chismes. Las apariencias le importaban a Hilary Weston, y tener a un guerrero lastimado cubierto de heridas y sin una extremidad no era una buena apariencia.

      Había cerrado la puerta detrás de ella y se había ido del hospital militar. Se había comprometido con otro hombre y se había casado con él antes de que hubieran pasado seis meses. Dylan supo que era una estrella de un programa de telerrealidad, y que ahora Hilary también lo era.

      Le hubiera gustado pensar que había esquivado una bala. Pero las había esquivado en la vida real. Su rechazo dolió.

      Pero esa vida se había terminado. Esa era su nueva realidad. Y se sentía bien allí.

      Dylan abandonó sus amargos recuerdos y miró alrededor del rancho. Había renunciado a la vida de la alta sociedad para limpiar puestos y trabajar la tierra. Fue la mejor decisión de su vida.

      El rancho era bastante modesto antes de que él invirtiera buena parte de su herencia. Sus padres se habían opuesto a ello hasta que se dieron cuenta de que su hijo herido estaría a salvo alejado de los ojos de la sociedad. Al igual que Hilary, los Banks se preocupaban por las apariencias. Un soldado condecorado por servir a su país se vería bien. Un amputado que cojeaba, no.

      Por segunda vez ese día, el sonido de los camiones le recordó al fuego de la artillería. Pero Dylan no sufría de PTSD de la forma habitual. Sólo era el trauma de su familia lo que lo afectaba. Por eso, cuando vio a Sean Jeffries dando un trote, sólo pudo sonreírle.

      Jeffries había vuelto de la guerra con todas sus extremidades. Pero como todos los hombres en el rancho, Jeffries había dejado una parte de él atrás, en la guerra. Jeffries bajó la cabeza a modo de saludo y se cubrió la frente morena con el sombrero de vaquero. Tonos oscuros cubrían su rostro. Las gafas de sol proyectaban al hombre oscuro sobre el corcel en una sombra total. A Jeffries no le gustaba que la gente mirara las cicatrices de su rostro.

      Jeffries mantenía su postura y su cabeza en alto. La vida se veía diferente desde lo alto del caballo. No sólo la terapia ayudaba a mejorar las heridas psicológicas, también ayudaba a mejorar el balance, el control, la coordinación de la mente. Manteniendo el control de una gran bestia y el suyo propio, aumentaba su autoestima y le daba una sensación de libertad.

      El rancho no sólo ofrecía equino-terapia. La jardinería ayudaba a los sentidos y a las funciones táctiles. Tareas como empujar una carretilla, rastrillar, utilizar la azada, quitar las malezas, plantar e incluso arreglar flores, todas construían o reconstruían las habilidades motoras.

      Reed Cannon estaba arrodillado en el jardín. Cannon removía la tierra y plantaba flores. Los dedos de una mano trabajaban en la tierra fértil, mientras que los otros permanecían rígidos contra la tierra. La mano rígida era una prótesis. Había perdido su mano verdadera en la misma explosión que se llevó a la pierna de Dylan.

      Dylan siguió caminando por el refugio, pasando junto a las campanillas de color púrpura que daban nombre al rancho. No sólo estaban los jardines de flores y vegetales en ese santuario. También había un jardín de mariposas que ofrecía paz y tranquilidad a los veteranos.

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