Clima, naturaleza y desastre. AAVV

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Clima, naturaleza y desastre - AAVV Oberta

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fuerte irregularidad interanual, episodios de signo contrario que se suceden en poco tiempo y alcanzando valores de gran intensidad»,57 con inversión en el comportamiento de los patrones barométricos de algunas estaciones del año (especialmente acusado en los veranos), y fuertes y persistentes patrones de circulación meridiana, con bloqueos anticiclónicos intensos y persistentes.58 Ya anteriormente, Font Tullot había caracterizado esta década como de transición a una nueva fase fría dentro de un siglo que en general se había mostrado mucho más benigno que el anterior.59 Como prueba, este autor se refería a las intensas heladas en el interior peninsular de diciembre de 1763; en cuanto a precipitaciones, Font mencionaba un claro aumento, comenzando por la vertiente mediterránea en la primera mitad de la década, y en la segunda en la Meseta. Sin embargo, no se habrían producido grandes sequías o avenidas fluviales en esos años. Esta imagen ha sido profundamente matizada en trabajos posteriores. Al margen de la identificación de la «Anomalía Maldà» efectuada por Barriendos y Llasat, A. Alberola ha llamado la atención sobre la intermitente sequía que desde comienzos de los años sesenta provocó una sucesión de malas cosechas y escasez de granos tanto en el interior peninsular como en el litoral mediterráneo, poniendo como claro ejemplo de sus consecuencias las graves crisis de subsistencias de 1762 y 1765, que vinieron acompañadas de la crisis de mortalidad más extensa e intensa de todo el siglo. Sequía extrema que convivió con episodios meteorológicos de signo contrario (precipitaciones intensas, inviernos rigurosos, pedriscos y heladas), como las heladas de diciembre de 1763, el gélido invierno de 1765-1766, abundantes nevadas, y un verano anómalamente frío en 1766 en todo el norte peninsular, entre otros muchos testimonios. Es bien conocido que, la mala cosecha de 1765 derivaría en los graves motines de 1766.60 En la vertiente mediterránea, Valencia y su huerta habían sufrido en 1761 durante cerca de seis meses intensas lluvias, fenómeno que se repetiría en el otoño de 1763 y al final de 1765, con violentas inundaciones a principios de 1766.61 Las dificultades meteorológicas, con el incremento de la variabilidad, no cesaron de aumentar en los años sucesivos.

      ¿En qué medida la correspondencia de Carlos III, hasta principios de 1765, responde a estos modelos?

      Previamente a responder esta cuestión, y tras haber expuesto más arriba las precauciones que son del caso en el análisis de este tipo de fuentes –que por naturaleza son cualitativas–, la cuestión de su tratamiento cuantitativo ha cristalizado en un conjunto de debates y propuestas metodológicas ampliamente aceptadas en el ámbito de la climatología histórica. Por nuestra parte, emplearemos la concretada por M. Barriendos, elaborando índices hídricos y térmicos a resolución mensual con valores comprendidos entre –3 y +3.62

      Una primera y llamativa nota viene dada por el hecho de que tan extenso conjunto de cartas no refleja ningún suceso de signo catastrófico o con graves consecuencias humanas o sociales. Así, no se efectúa –salvo en lo que se refiere a las operaciones militares en Portugal en la primavera y el verano de 1762, detenidas por intensas lluvias y desbordamientos de ríos–, la menor indicación a sucesos climáticos catastróficos o de extensión generalizada: sin ir más lejos, no hay la menor indicación a las referidas heladas ocurridas en el interior peninsular en diciembre de 1763, mes del que conservamos todas las misivas semanales.63

      Hecha esta apreciación general, y siguiendo el método indicado, hemos trasladado las impresiones de Carlos III sobre el clima en los Reales Sitios a sendos cuadros (1 y 2), reducidos a escala mensual, donde respectivamente reflejamos precipitaciones y temperaturas.

      CUADRO 1

      Precipitaciones en los reales sitios (1759-1765)

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      Fuente: ASP, Carpette borboniche.

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      Fuente: ASP, Carpette borboniche.

      El rey alude a las precipitaciones (lluvias, nieves, granizo) por motivos contados. El más repetido: porque dificultaban sus cacerías. Esta –por así decirlo– queja, sólo cede cuando la ausencia puede perjudicar a las cosechas; en otras ocasiones, porque retrasaban los correos o hacían difíciles los desplazamientos; finalmente, porque suponían graves obstáculos a las operaciones militares ofensivas. A menudo, cuando habla de lluvias, el monarca añade que ha sido admirable para los campos. Pero no deja de resultar un mero formulismo: sólo en cuatro momentos manifiesta explícitamente que la falta de lluvias se había convertido en preocupante. Así ocurre en el otoño de 1760, cuando, superando la fórmula habitual, le dice a su hermano que: «ha estado muy lluvioso estos días, pero doy mil gracias a Dios por ello pues ha sido admirable para los campos que ya lo necesitaban» (47;64 la cursiva es nuestra). Idéntica expresión se repite en el otoño del año siguiente (90). Pero sobre todo en 1764, quizá el año más anómalo de todos los estudiados aquí. En abril decía: «Nos continúa el buen tiempo, pero desearíamos que lloviese algo, pues aría gran provecho para los campos, y assí espero que Dios nos envíe el agua si conviniesse» (191); como sabemos, la sequía dio lugar a la celebración de rogativas en abril y mayo de ese mismo año en Toledo.65 Pero es sobre todo en noviembre, cuando en tres cartas sucesivas escritas desde El Escorial (213, 214, 215) y en el contexto de un otoño especialmente frío, el rey expresa su claro deseo de que llueva, impetrándolo del mismo Dios en la última de ellas, para que «nos embíe presto el agua que se desea para los campos» (215).

      En honor a la verdad, si atendiéramos sólo a las cartas, estas sequías habrían sido de breve consideración, pues las precipitaciones (en forma de lluvia o de nieve) no tardaron en producirse, si es que no da ya en el mismo correo la noticia de haberlo hecho, salvo en el caso de la de la primavera de 1764.66 De hecho, el extremo contrario, representado por el exceso de precipitaciones, no está ausente del epistolario, especialmente a comienzos de 1763, cuando desde El Pardo decía que: «Quitados tres días que hemos tenido buenos [desde su llegada allí] los demás ha llovido muchísimo», por lo que volvía a pedir a Dios que se compusiese el tiempo, «pues aquí ya se necesita para los campos» (149). En este caso, también sabemos que en febrero tuvieron lugar en Toledo rogativas pro serenitate.67

      En cuanto al resto de los meses, ciertamente es imposible conocer exactamente las intensidad y la extensión de las precipitaciones mencionadas en las cartas, pero de los 65 meses comprendidos entre diciembre de 1759 y abril de 1765, en al menos 37 de ellos (el 57%) tiene lugar alguna lluvia o nevada, 17 de los cuales han sido trasladados a la tabla con un valor +1 debido a que el rey juzgaba que el agua caída había sido mucha, o a que las precipitaciones se repiten durante varias semanas.68 Si consideramos que de los restantes meses, en 6 no contamos con información suficiente (ya que sólo se conserva una carta mensual), por lo tanto tan sólo podríamos considerar que 22 de los 65 totales (el 34%) fueron enteramente secos. Siete de ellos se concentraron en 1760, que resultaría por tanto el año más seco, mientras que en 1761 julio es el único mes en el que no habría llovido. En el resto de los años, no se excede de los 5 meses sin precipitación, ni en ningún caso se suceden más de tres meses sin que ésta se produzca. Así pues, no transmite la correspondencia de D. Carlos la imagen de unos años especialmente secos, de donde la necesidad de contrastar esta fuente con otras adicionales.

      Hemos insistido en que una de las peculiaridades que ofrecen los epistolarios manejados viene representada por la existencia de abundantes referencias a las temperaturas. Más aún si cabe, con las prevenciones metodológicas antes formuladas, consideramos que como en el caso de las precipitaciones –o en combinación con ellas– es posible identificar algunos episodios de indudable significación (cuadro 2).

      En

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