La historia cultural. AAVV
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La historia cultural - AAVV страница 4
Con el mismo espíritu, Justo Serna y Anaclet Pons apelan a la existencia de un verdadero «colegio invisible», que reúne a una generación de historiadores de la Europa moderna (Robert Darnton, Natalie Zemon Davis, Peter Burke, Carlo Ginsburg, Roger Chartier...) y que desde los años setenta, desde París (École des hautes études en sciences sociales) a Princeton, ha contribuido a la construcción de una forma transnational de historia cultural.11
Si bien hay numerosas aportaciones que ofrecen la información recíproca, las diferencias nacionales de las historiografías siguen siendo, sin embargo, importantes.12 En este sentido, la historia comparativa está a la orden del día.13 El presente volumen pretende inscribirse en esta perspectiva preguntándose por la realidad de un «giro cultural» en la historiografía mundial. Catorce colaboradores han aceptado responder a un plan de trabajo en el que, partiendo de situaciones historiográficas nacionales, se analicen las modalidades de surgimiento y de estructuración de la historia cultural. La meta buscada no es normativa y contempla un planteamiento que combina el análisis de las obras, las singularidades de las coyunturas historiográficas y la organización de los mercados universitarios. Igualmente, se desea subrayar la importancia de las transferencias culturales con el fin de comprender la circulación, difusión y asimilación de los modelos historiográficos.
Roger Chartier propone, a modo de epílogo, una lectura transversal de estos doce ensayos. Subraya especialmente hasta qué punto cada una de las tradiciones nacionales ha asimilado, con desfases cronológicos y siguiendo diversas formas, las proposiciones procedentes de otras historiografías. Los dos grandes modelos historiográficos que identifica –los Annales y sus desarrollos sucesivos, por una parte, y una historiografía anglosajona procedente de un marxismo heterodoxo, por otra– forman a la vez dos grandes familias de historia cultural, que han fructificado en determinados autores. Añadamos que el exilio de profesores universitarios, de Weimar a Suiza y posteriormente al Reino Unido y a Estados Unidos, favoreció las asimilaciones, con algunos desfases en el tiempo, de la historia cultural germánica (Kulturgeschichte), antigua tradición cuya filiación se remonta a la construcción del sistema hegeliano14 por parte de los historiadores y los historiadores del arte.
La cuestión de la lengua sigue siendo esencial, más allá de las crecientes relaciones entre investigadores a escala mundial. Las formas de historia cultural identificables en los países en los que existe un plurilingüismo, como Canadá, Bélgica y Suiza, por ejemplo, confirman la importancia de esta cuestión. Por ello, como nueva lingua franca de los mundos científicos, el inglés es un potente vector del modelo anglosajón. Esta nueva lengua académica debería ser a la larga un factor de desnacionalización de la disciplina histórica.
Más allá de la lengua, existen algunas conexiones que facilitan las transferencias culturales de una historiografía a otra. El ejemplo de los historiadores americanos especializados en la historia de Francia, analizado en este volumen por Edgard Berenson, es bastante significativo. Estos historiadores desempeñan la función de transmisores entre las dos historiografías.15 De igual modo, el Instituto de Estudios Franceses de la Universidad de Nueva York se muestra especialmente receptivo hacia la versión francesa de la historia cultural, en toda su diversidad.16 Asimismo, cabe pensar que el debate franco-americano en torno a la posmodernidad ha cristalizado en parte en la cuestión del «género», puesto que los principales teóricos eran especialistas de la historia de Francia. El hecho de que los historiadores americanos (Joan Scott, Lynn Hunt, Laura Lee Downs) sean también especialistas de la historia de Francia ha facilitado asimismo los intercambios, precisamente cuando la historiografía francesa se abría más a las historiografías extranjeras. La traducción –por una vez, rápidade las principales obras ha reafirmado esa tendencia: Lynn Hunt: Le roman familial de la Révolution française, 1995 [1992]; Joan Scott: La citoyenne paradoxale. Les feministes françaises et les droits de l’homme, 1998 [1996] y Parité! L’universel et la différence des sexes, 2005 [2005]. En cambio, la traducción de los trabajos de la filósofa americana Judith Butler va más lenta: Trouble dans le genre. Pour un féminisme de la subversion, 2005 [1990] y Défaire le genre, 2006 [2004]. Estos textos constituyen en Francia una asimilación moderada de la teoría queer, que anima a pensar al margen de la dualidad masculinofemenino y la heterosexualidad, defendiendo prácticas transgénero.17
La cuestión de las áreas culturales no es la única que favorece los intercambios. Las especialidades temáticas han contribuido en gran medida a estas transferencias. El caso de los historiadores del libro y la lectura, señalado por muchos de los colaboradores, resulta particularmente ejemplar en este sentido. La puesta en marcha de redes internacionales basadas en la circulación de investigadores, la organización de encuentros científicos y de publicaciones colectivas, ha deslocalizado los planteamientos y ha favorecido los préstamos recíprocos.18
La bonanza de la historia cultural ha despertado algunas formas de escepticismo, rechazos y resistencias, más o menos explícitos, dependiendo de los usos que dominan, en un país u otro, los debates científicos. Con grandes tensiones en el mundo anglosajón, las polémicas se amortiguaron más en otros lugares, especialmente en Francia. La fundamental trata de las relaciones entre la historia social –forma dominante de la segunda mitad del siglo xx en muchas historiografías nacionales– y la historia cultural.19 Roger Chartier recuerda aquí con convicción que «la historia cultural es social por definición». En cambio, las relaciones entre la historia cultural y la historia de la política –configuración particularmente visible en el seno de la historiografía francesa–20 parecen menos problemáticas.
Además, la cuestión del «giro lingüístico», que interesó a los historiadores norteamericanos y británicos en los años ochenta y noventa, parece que se ha asimilado con mucha prudencia.21 La historiografía francófona –especialmente los principales teóricos de la historia cultural en Francia– se mantuvo más bien escéptica, aunque presentó las principales claves del debate.22 En Alemania, los puentes entre la historia cultural y las corrientes posmodernas no se encuentran tanto entre los que trabajan sobre las estructuras narrativas de la historiografía como entre los historiadores que se identifican con la tradición más antigua de la semántica histórica.23 Los puntos de unión son más densos con los cultural studies –especialmente con el impulso de sus fundadores británicos–. Peter Burke recuerda que su Culture and Society in Renaissance Italy (1972) es un homenaje al Culture and Society (1958) de Raymond Williams. En este caso, la recepción es también mucho más débil en el seno de las historiografías francófonas.24 En Francia, sin ser totalmente ignorado, el debate interesa sobre todo a las disciplinas literarias y las ciencias de la comunicación.25
La institucionalización de la historia cultural sigue estando en pañales. Aunque es perceptible en el Reino Unido, Canadá, Finlandia y Francia, se aprecia poco en la mayor parte de las otras historiografías nacionales. Este volumen colectivo tiene como principal ambición permitir un mejor conocimiento de las diferentes formas de historia cultural. Esta historia comparada, jalón para futuras investigaciones, es también una llamada al diálogo y a la superación de los provincialismos y etnocentrismos historiográficos.
Philippe Poirrier
Peter Burke y Roger Chartier han animado esta iniciativa desde el origen del proyecto. Vaya para ellos mi caluroso agradecimiento. El director de