Emprender con equilibrio. Carolina Nieto
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Mi propósito
No todas las mujeres nacemos con las mismas oportunidades para enfrentar el mundo cambiante y los retos para crear nuestros sueños, pero todas podemos apoyarnos en otras personas para aprender lo que es necesario.
Para tener éxito en los negocios se requiere de muchas habilidades que no necesariamente se aprenden en la escuela, sino que más bien se heredan cuando crecemos en familias en las que el trabajo, el negocio y las actividades productivas son parte de la vida cotidiana; pero en mi familia no había negocios y nadie me enseñó a vender o a administrar una empresa.
No fui a la universidad cuando correspondía porque quería ser artista, me gustaba pintar y crear con las manos. Estudié una carrera técnica mientras me casaba solo porque mi madre insistió, y cedí al entender que ella no había tenido esa oportunidad y yo sí. Tiempo después, cuando ya tenía a mis tres hijos y regresé al trabajo, pensé que sería bueno estudiar de nuevo y me inscribí a la preparatoria abierta, a mis cuarenta años. Mis hijos estudiaban lo mismo que yo, así que aproveché para que me ayudaran. Siempre sentí que había hecho todo al revés.
Tuve varias oportunidades que cambiaron mi vida, una de ellas fue la de encontrarme con dos grandes maestros que guiaron mi camino; el primero fue el doctor Fernando Flores, con quien me formé profesional y personalmente. Gracias a él inicié mi experiencia como consultora de empresas —que hoy he trasladado a los emprendimientos de mujeres— y estudié cinco años llevando sus enseñanzas y disciplina como la base de todo lo que he construido profesionalmente. Toda mi gratitud por la fortuna de haberlo encontrado en mi vida.
Años después me crucé con Guadalupe Maldonado, una gran maestra de vida que me enseñó a vivir en equilibrio, a fluir con serenidad, con aceptación, siempre entendiendo que «lo que viene, conviene». A ella le agradezco mi paz y mi camino espiritual, además de la fortaleza para enfrentar las diversas situaciones difíciles que me han tocado vivir.
Gracias a ambos, a estas alturas de la vida he aprendido a encontrar alegría y profunda satisfacción en lo que hago en todos los espacios de mi vida: con mis hijos y mis nietos, con mis amigas y amigos, con mis colaboradores y compañeros de viaje, en el trabajo diario y los proyectos, en mi tiempo libre y mi espacio espiritual. Todo ello a pesar de los momentos de pérdidas, de tristeza, de dolores inevitables y necesarios que he experimentado para poder vivir la vida profundamente.
Así que esta tercera década en mi vida laboral es un gran regalo para ofrecer lo mejor de mí, mi experiencia y aprendizaje dirigiendo a otros y enseñando todo lo que he logrado. También incluye aprender a vivir este proceso con paz y equilibrio, compartiendo mi creatividad y pasión por la vida. Más importante aún es poder escribir todo lo que quiero decir a otras mujeres.
Durante muchos años, mis compañeras me animaron para que escribiera lo que enseñaba a las mujeres, porque constatábamos su transformación cuando descubrían oportunidades y desarrollaban nuevas habilidades para alcanzarlas. Con frecuencia hablamos de esos momentos trascendentales en donde hubo un maestro que nos abrió el panorama o nos enamoró de su materia; de aquella persona que nos guio hacia un camino determinado. Escuché a varias decir que cuando supieron lo que costaba su hora de trabajo comenzaron a valorarse a sí mismas, y eso es lo que hoy me invita a escribir.
Pertenezco a una época en la que las mujeres prácticamente trabajábamos entre hombres. Por muchos años impartí talleres a grupos de ejecutivos y funcionarios en los que nunca participaba una mujer, lo que representaba un reto enorme. Con frecuencia sentía actitudes de descalificación y de rechazo, incluso comentarios sobre lo «incómoda» que resultaba para ellos mi presencia. Era perfectamente «aceptable» que los hombres no nos quisieran en su espacio.
Aprendí entonces a validarme como mujer y a pelear mis espacios mientras atendía a mi familia, entre la satisfacción de ser madre y la culpa de ser profesionista. Estaba convencida de lo que deseaba y del compromiso con mi carrera, pero mi madre y el entorno social no agradecían que trabajara y «descuidara a mis hijos», como ella decía. Mamá era una mujer de casa que valoraba el rol de madre y esposa. En ese tiempo las mujeres apenas comenzaban a participar en otras áreas que no fueran el hogar y la familia, y los hombres tenían que acostumbrarse poco a poco. Y también las mujeres como mi madre.
Afortunadamente, tuve la suerte de contar con una pare-ja que creyó en mí y me impulsó sin condiciones, y también con muchas otras mujeres que ya habían dado el paso pa-ra construir su vida profesional y son mi ejemplo.
Años después de esta etapa de tanto estrés y exigencia conmigo misma descubrí el trabajo con mujeres, y no dudé ni un momento en darle un giro a mi vida para dedicarme a ellas. Comencé participando en una red llamada Mujeres y Punto, en donde aprendí del mundo social, ciudadano y político, desarrollando proyectos de capacitación para el liderazgo, de cómo construir la confianza, sobre temas de autovaloración, crecimiento personal y todo aquello que las ayudara a salir de casa para participar en la vida de sus comunidades. Definitivamente esta experiencia cambió mi vida.
Así surgió todamujer.com, un sitio virtual donde pudieran aprender y compartir sobre sus temas de interés: desde el hogar, la pareja y los hijos, hasta la profesión, el emprendimiento y la equidad de género. Este fue uno de mis grandes proyectos y lo disfruté hasta el final. Lo arranqué sin tener idea de internet, pero me lancé junto con una socia, iniciando un proyecto completamente nuevo, desconocido, con alto riesgo y con un gran potencial.
Esa fue tal vez la experiencia profesional más intensa en mi vida porque no solo retó mis capacidades, sino porque me expuso a la inequidad de género cuando tuve que solicitar recursos para una empresa manejada por mujeres. La discriminación que viví entonces fue una de las razones que me impulsó a trabajar en el tema del emprendimiento femenino, buscando siempre abrir nuevas oportunidades en un mundo dominado por los hombres.
Me fue muy útil para adentrarme en las diferencias de género cuando se trata de comenzar un proyecto, pues al escribir al respecto en una sección llamada «Atrévete a emprender» conocí las preocupaciones, los intereses y los propósitos que llevan a las mujeres a iniciar su propio negocio. Ahí constaté, al conversar con muchas de ellas, que sin autonomía económica no hay libertad para decidir nuestra vida, pero también que el dinero no es el móvil más importante, aunque lo parezca.
Fue en estas conversaciones que surgió la idea de conectar a mujeres de distintas ciudades: a las que estaban más orientadas al servicio y los negocios de venta de productos con aquellas que eran productoras (generalmente ubicadas en zonas aisladas y vulnerables). Estaba convencida de que si unía estas dos necesidades lograría una cadena de valor con gran impacto para ambos lados. Sin embargo, en la primera experiencia se hizo evidente que lo que se producía en las comunidades no era atractivo para el mercado en la ciudad, y que había que hacer un gran trabajo de diseño, de calidad y de cumplimiento en tiempo y forma. Decidí entonces que mi labor tenía que centrarse en desarrollar las capacidades de las mujeres productoras para poder incluirlas en el mercado y también, de pasada, de las emprendedoras que buscaban desarrollar su negocio.
Poco a poco trasladé mis actividades al mundo social, a zonas rurales y a proyectos con mujeres vulnerables que recibían lo que yo daba con el corazón abierto y con una mente ávida de conocimiento. Mi vida cambió radicalmente cuando «toqué» la realidad de mujeres tan distintas, pobres económicamente, pero ricas en sabiduría, en tradiciones y en hermosos espacios naturales: artesanas, indígenas y mestizas que trabajan con las manos o en el campo; que me mostraron la profunda conexión que compartimos porque tenemos los mismos anhelos, necesidades e inquietudes a pesar de las diferencias en nuestro estilo de vida, en nuestra economía, en nuestros valores o creencias. Todas, de mundos tan diversos y desiguales, nos parecíamos cuando hablábamos de la familia, de los hijos, de la pareja, de los padres.