Del pisito a la burbuja inmobiliaria. José Candela Ochotorena
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Excepción hecha de la conservación del valor del capital; estos factores explicaban la carestía de la vivienda, pero no podían dar cuenta de la persistencia de esa pulsión de los españoles a endeudarse de por vida para tener una vivienda en propiedad; pulsión que hoy, cada vez más, se desvela como el humus que alimenta la tendencia de la oferta a superar la demanda solvente, creando esa reserva de viviendas vacías que no salen al mercado de alquiler, y compiten por los recursos económicos y financieros con los sectores más intensivos en tecnología (Rodríguez, 2006). Estos hechos chocan con la teoría económica, que prescribe, en este escenario, bajadas de precio y parálisis de la oferta, lo cual nunca había ocurrido hasta que, integrados en el euro, la economía española ya no puede recurrir a la devaluación monetaria y la inflación, para mantener su estructura de oferta en el cambio de coyuntura posterior a 2007.
Nos encontramos, pues, con un panorama social complicado que difícilmente puede explicarse de manera satisfactoria con las herramientas de teoría económica disponibles. Pero tampoco es menos cierto que a lo largo de su historia las disciplinas económicas han tenido que dar respuesta a problemas mucho más complejos. En tales ocasiones esas respuestas se han formulado recurriendo a marcos teóricos construidos en conexión con otras ciencias o disciplinas sociales. Así, la economía política ha recurrido hoy a la historia, para explicar las burbujas de deuda (Hyman, 2011). Pero también a la filosofía, como es el caso de Marx cuando, en el siglo XIX, tuvo que afrontar el tema más controvertido de su época: el del valor del trabajo. De modo similar, al comienzo del último tercio del siglo XX, cuando Europa, en plena luna de miel con las políticas de inclusión social y pleno empleo, entró en crisis; de nuevo los economistas se han sentido incapaces de encontrar en los cuerpos teóricos al uso las herramientas necesarias, no solo para explicar lo que ocurre, sino incluso para formular las preguntas pertinentes. Los economistas que quieren comprender este cambio de siglo, recurren a la historia y la antropología, como el espacio en que los seres humanos construimos la cultura, esto es, unos determinados «sistemas de conocimientos y creencias»3 que pautan el consumo.
Consecuentemente, incluso para un economista, la pregunta: ¿de dónde viene esta inclinación tan arraigada en los españoles por la vivienda en propiedad?, solo puede encontrar respuesta en el proceso histórico de creación de la «preferencia por la propiedad de la vivienda». Si esa pulsión no existía en los españoles de las ciudades republicanas; sí aparece con fuerza a finales de los cincuenta y se consolida en los años sesenta, la explicación de esa presencia hay que buscarla en los procesos culturales que se desplegaron entonces. En algún momento las clases medias y trabajadoras urbanas adquirieron el hábito de preferencia por el disfrute de la vivienda en propiedad frente a la opción del alquiler. Una cultura que ha mantenido toda una actividad económica fuertemente determinante en el desarrollo económico de España, y que ha tenido repercusiones notables en la organización y sostén del poder político local.
Obligados por las circunstancias, como veremos, los españoles tuvimos que aprender «a vivir en las ciudades» y lo hicimos a lo largo de un periodo que podemos iniciar en 1939 y concluir, más o menos, en 1970, si bien los momentos más intensos de ese aprendizaje se vivieron en las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. Por lo que sabemos,4 en el auge inmobiliario del periodo 1969 a 1977 un porcentaje significativo de las promociones de pisos de las capitales de provincia fue financiado por remesas enviadas por emigrantes, que concentraban en la adquisición de la vivienda una parte muy importante de la inversión de sus ahorros. Este comportamiento es revelador de una «creencia» subyacente, la cual nos indica que entre el desarraigo del medio rural, por una parte, y la decisión de invertir en una vivienda en la ciudad por otra, media un aprendizaje que va desde el oficio conseguido en el lugar de inmigración5 a la certeza de que el proceso de urbanización no tiene vuelta atrás. Si, como hemos visto, las pautas de los países de destino, Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, etc., no avalarían la preferencia por la vivienda en propiedad, puede concluirse que la elección de invertir en un piso frente a la de formar un capital para un negocio y optar por vivir en alquiler, implica un hábito desarrollado en los años previos a la emigración.
¿Cuáles fueron los incentivos que fomentaron y dieron como resultado esos comportamientos? Veremos que los gobiernos de posguerra impulsaron la pauta de tenencia en propiedad de la vivienda desde organismos como el Instituto Nacional de la Vivienda y los Patronatos de funcionarios, o la Obra Sindical del Hogar y Regiones Devastadas. Comenzaron por la adjudicación de viviendas a la clase media: ciudades jardín, poblados corporativos y otras modalidades, o con casas para trabajadores, afiliados obligados a los sindicatos, y para agricultores. Luego vinieron los polígonos de vivienda social para familias inmigrantes, que habitaban en barrios de chabolas: Unidades Vecinales de Absorción (UVA), ciudades satélite, etc. Estas iniciativas gubernamentales se acompañaban de la utilización de mecanismos políticos, coercitivos y de inducción cultural, que combinaban el adoctrinamiento propagandístico, la represión de la movilidad, la financiación de hasta cincuenta años del coste, la promulgación de políticas claramente lesivas para el alquiler, la destrucción del patrimonio cultural inmobiliario para liberar suelo, e incentivos fiscales a la construcción de viviendas en propiedad (Betrán, 2002; Naredo y Montiel, 2011). Políticas que estaban dirigidas a una sociedad que, sobre todo, quería estabilidad, olvidar el pasado reciente, crear una familia, salir del agujero del subdesarrollo y la ignorancia, liberarse de las servidumbres de la vida rural, encontrar un lugar donde establecerse y proyectarse en un futuro para sus hijos. Porque, sobre todo, el deseo de los españoles y españolas en aquellos años era casarse y formar una familia, única manera imaginada de construir una vida.6 El conjunto formado por este icono del hogar y por el andamiaje social que lo hizo viable se convirtió en una institución de la sociedad española, con evidentes repercusiones económicas y sociales, aunque no haya merecido la atención de los investigadores hasta la hora presente.7
Ciertamente, otros investigadores han enfocado el tema de la vivienda durante el franquismo desde otras inquietudes científicas. Pero ninguno ha indagado en la cultura de propiedad y sus orígenes. En la tesis doctoral referenciada en páginas previas, se detalla el «Estado de la cuestión» (pp. 13-26) en relación con las investigaciones relevantes para nuestro trabajo, las cuales han sido realizadas por historiadores del franquismo, economistas, arquitectos y sociólogos, en torno a la vivienda durante el «primer franquismo». En nuestro libro se ha suprimido ese apartado, para hacer su lectura más fácil, entre otras cosas, porque la tesis completa está disponible en Internet con acceso libre a todo el texto. En ella, además, se define la metodología aplicada a la investigación (pp. 26-36), especialmente la utilización del concepto de «contingencia cultural», desarrollado por el antropólogo Clifford Geertz en su obra La interpretación de las culturas; así como la dialéctica institucional en las sociedades capitalistas modernas, según la ven Peter Blau (1998), Mary Douglas (1996) o Daron Acemoglu y James Robinson (2008); desde cuya perspectiva analizamos la preferencia por el régimen de propiedad de la vivienda que tienen los españoles; indagando en la cultura franquista de la vivienda, las instituciones con ella relacionadas, y los valores y necesidades ciudadanas que la nutren.
La investigación pretende concretar los hitos del proceso histórico que contribuyeron al nacimiento y consolidación de una cultura de la vivienda en propiedad. Mito cuyo simbolismo transita desde un contexto de cambio de la sociedad rural a la ciudadanía urbana, sometido a las reglas de juego de una dictadura fascista y nacional católica; a otro de consolidación del capitalismo moderno en una sociedad regida por las reglas de juego de la democracia