Neuromotivación y automotivación. Néstor Braidot

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Neuromotivación y automotivación - Néstor Braidot Colección Cerebro Vivo

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pesar de los tropezones y aprovechando al máximo los logros obtenidos?

      Los conocimientos que aportan las neurociencias nos traen una excelente noticia: cada uno puede ser el escultor de su propia motivación.

      Es decir, todos podemos construir nuestro esquema de motivación, encauzar nuestro plan de acción para poder lograr aquello que nos proponemos.

      No es una tarea sencilla: no existe un botón en el organismo que se presiona y listo ni una pastilla que pueda ingerirse que nos dé el superpoder.

      La motivación está apoyada en esquemas fisiológicos, neurológicos y psicológicos y es necesario encarar un trabajo de entrenamiento y considerar una serie de recomendaciones para poder obtener, una vez más, el máximo posible de lo que nuestro cerebro tiene para darnos.

      Espero que las páginas de este libro resulten, desde todas las perspectivas posibles, motivadoras.

      Motivación: primeras definiciones

      El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta.

      Charles Dickens

      Desde la perspectiva de la psicología, la motivación es el conjunto de estímulos que impulsan a una persona a realizar determinadas acciones y a persistir en ellas para su culminación.

      Es el impulso que inicia, guía y mantiene el comportamiento hasta alcanzar la meta u objetivo deseado, el motor neurofisiológico que apalanca las acciones y las conductas necesarias para llegar a esos logros.

      Es lo que nos mueve hacia la meta. La zanahoria que hace que nuestro conejo interior siga corriendo.

      Muchas veces planteamos los objetivos de manera consciente pero no contamos con la fuerza para llevarlos a cabo.

      En esos casos, es la motivación la que nos aporta el combustible adicional, lo que nos da el empujón para llegar hasta la señal de llegada, independientemente de las piedras que surjan en el camino.

      La motivación es el motor de la acción. Si queremos acción, necesitamos motivación. Y si queremos motivación, necesitamos acción.

      En el ámbito de las neurociencias, se analiza el conjunto de procesos cerebrales (cognitivos y emocionales) que determinan, en una situación dada, con qué fuerza actúa una persona y en qué dirección encauza su energía.

      En general, podemos decir que la motivación surge de una combinación de tres tipos de procesos:

       Intelectuales.

       Fisiológicos.

       Psicológicos.

      Es esencial conocer los mecanismos que nos permitan “encender la llama”, contar con ese fuego interior que produce un plus de energía para dar el siguiente paso.

      Es posible lograr la motivación suficiente para alcanzar los objetivos que nosotros mismos definimos siempre y cuando usemos las herramientas adecuadas para orientar al cerebro hacia nuestras necesidades.

      Existen dos tipos de estímulos que ayudan a la motivación:

       Los externos, que corresponden con vivencias reales o situaciones concretas que se producirán una vez alcanzado el objetivo.

       Los internos, relacionados con lo que uno imagina que sucederá una vez alcanzada la meta.

      No son excluyentes: ambos pueden producirse en simultáneo.

      Veámoslo con un ejemplo concreto.

      Los amantes del fútbol deben haber escuchado miles de veces la expresión “estamos muy motivados” por parte de los jugadores.

      ¿Qué genera esa motivación?

      Para alguno de los deportistas, pueden ser factores externos. Tal vez la esperanza de que lo transfieran a un equipo más importante y, gracias a eso, ganar más dinero. O el propio premio que reparte la copa en juego. O superar algún record.

      Para otro, es posible que corresponda a algún factor interno: la ensoñación de verse a sí mismo alzando el trofeo delante de la multitud.

      Un dato no menor: la experiencia real y la propia imaginación pueden tener idéntico poder a la hora de motivar. En particular, cuando la imaginación está orientada, gracias a algún ejercicio de visualización creativa.

      Por eso, nunca está de más tomarse unos minutos para ejercitar la visualización creativa, que consiste en utilizar la imaginación para influir positivamente en el logro de determinados objetivos.

      Luego de relajarse por completo mediante la respiración, es posible trabajar con representaciones mentales para inducir cambios emocionales positivos, siempre considerando que el cerebro no distingue entre lo real y lo imaginario.

      El objetivo final de esta práctica es alcanzar una sensación de bienestar o, puntualmente en este caso, estimular la motivación.

      Los pasos a seguir para completar el ejercicio son:

       Relájese con la técnica que prefiera.

       Visualice como si estuviera viendo en la pantalla de un cine sus metas, ya realizadas. Proyecte una película en la pantalla donde se vea a usted mismo logrando lo que desea. Por ejemplo, si lo que quiere es obtener un ascenso, visualice el momento en que su jefe viene a comunicárselo.

       Incluya otros eventos y agrándelos: obsérvese en su nueva oficina, diga como si estuviera ocurriendo en la realidad sus primeras instrucciones en ese cargo, imagine cómo construye su equipo de trabajo ideal.

       Utilice todos sus sentidos. “Mire” su nueva lapicera, “sienta” la textura de su silla, “escuche” cómo le indican cuáles serán sus nuevas responsabilidades, “saboree” el café que le trae su asistente antes de comenzar la jornada, “huela” el perfume que se vistió para su primer día.

       Incorpore, en forma consciente y proactiva, todo lo que desea que su cerebro asuma y registre como real.

      La conclusión es que no necesitamos elementos externos para lograr estados de motivación: es nuestra tarea desarrollar esos estímulos en nosotros mismos.

      Otro punto fundamental:

      Lo trascendente guía la motivación.

      Un hombre va caminando por la calle y se cruza con una persona que, cansina, pega un ladrillo encima de otro.

      - ¿Qué está haciendo? –pregunta el transeúnte.

      - Estoy cementando ladrillos – responde simplemente el otro, mientras sigue con su tarea, con rostro aburrido y el cuerpo encorvado.

      El hombre continúa su recorrido y pasa delante de una segunda persona que pega un ladrillo encima de otro. La diferencia es que éste tenía una sonrisa en la cara.

      -

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