Breve historia de la Revolución. Mehran Kamrava
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No se equivoca Bayat al preguntarse si lo ocurrido en el mundo árabe fue una revolución o algo diferente, es decir, situaciones de caos o inestabilidad, guerras civiles alimentadas por conflictos regionales preexistentes, maniobras de terceros países, etc. Es cierto que, solo teniendo en cuenta el factor temporal, los levantamientos árabes carecieron del alcance y duración de la revolución francesa o iraní. Pero la ausencia de “conceptos y filosofías” caracteriza a todas las revoluciones espontáneas y el supuesto secuestro de la revolución por parte de otros grupos es una habitual cuando unos obtienen el poder frente a colectivos que también lo desean. De la misma manera que los opositores laicos al régimen del Sha en Irán sintieron que el ayatolá Jomeini y sus secuaces se habían adueñado de la revolución, los activistas y miembros de los Hermanos Musulmanes y las fuerzas armadas egipcias se acusaron recíprocamente de hacerlo en la “Revolución del 25 de enero”. Fue ese día fatídico el momento culminante de lo que muy rápidamente se convirtió una revolución de enorme relevancia histórica. Pero el golpe de Estado de julio de 2013 por parte del general Abdelfatah El-Sisi restauró los antiguos principios que regían las relaciones entre el Estado y la sociedad, revocando las primeras reformas. En otros lugares, como Libia, Siria y Yemen, a las fracturas existentes entre la élite se añadió la intervención extranjera, lo que sumió al país en una guerra civil. Hablar en esos casos de revolución, tal y como empleamos aquí el término, no tiene mucho sentido. Solo en Túnez se puede decir que se llevó a cabo una transición con poca violencia, en términos comparativos, y se inició un proceso de negociación. El resultado, al menos por ahora, no se puede decir que haya sido menos revolucionario.
La tesis de este ensayo se basa en los trabajos y análisis sobre la revolución ofrecidos por cuatro generaciones de investigadores, tal y como las clasificó en su momento George Lawson. Este ultimo diferenciaba cuatro etapas en los estudios sobre la cuestión, no necesariamente distintas[11]. La primera generación, aparecida antes de la Segunda Guerra Mundial, y representada por los trabajos de Crane Brinton, adoptó en sus contribuciones el punto de vista de la “historia natural”, centrándose en el estudio de los síntomas de la decadencia política y desequilibrio social producidos en los momentos precedentes y posteriores a la revolución. La segunda generación, tras la Guerra, se centró en los vínculos causales entre los procesos de modernización y los levantamientos, examinando o bien lo que se ha dado en llamar el fenómeno de la desincronización (Chalmers Johnson), bien el de las expectativas incumplidas (James Davies), o bien el de la degradación relativa (Ted Robert Gurr). Los análisis estructuralistas se popularizaron entre los años sesenta y ochenta, conformando la tercera generación de estudiosos. En ellos, se prestaba atención a la función de las estructuras nacionales e internacionales —por ejemplo, Estados mecenas más poderosos, clases nacionales como el campesinado y la burguesía, guerras, etc.—, como reflejan las obras pioneras de Barrington Moore, Theda Skocpol y Jack Goldstone. Una cuarta generación, a la que supongo que pertenece este libro, se dedica a analizar las complejas interacciones entre el ámbito de las relaciones internacionales, las crisis políticas y los desarrollos sociales que provocan el estallido revolucionario y, al mismo tiempo, dan forma a sus resultados y consecuencias.
En concreto, lo que pretendo en estos capítulos es llamar precisamente la atención sobre la concurrencia de cuatro factores en todas las clases de revolución, ya sean planificadas, espontáneas o negociadas. Al elaborar una teoría sobre la revolución, esos cuatro factores constituyen los pilares fundamentales del marco analítico. Se hace referencia, así, a la dimensión institucional, a la internacional, al liderazgo y la agencia y, finalmente, a la economía. Cualquier análisis sobre la revolución debe tenerlos en cuenta. Al mismo tiempo, se trata de factores interconectados y ninguno de ellos se puede separar del resto. Así, las instituciones determinan o influyen en las relaciones de poder, dentro del Estado, entre el Estado y la sociedad, y entre los actores sociales y quienes aspiran a adueñarse del control político. Pero estas relaciones institucionales tienen lugar en un contexto más amplio, como es el internacional, en el que se decide también la fortaleza o debilidad del Estado y los recursos con que cuenta. Estos y, más ampliamente, la economía, son también importantes, ya que la capacidad de las instituciones está en función de ellos, pero también, como veremos que sucedió en Europa del Este a finales de los ochenta, las prioridades de la sociedad y la dirección que ha de tomar el Estado tras las revueltas. Todo ello muestra la relevancia de lo que denominamos “agencia”, es decir, de la capacidad de los individuos para tomar sus propias decisiones. Especialmente en el caso de las revoluciones planificadas y en las coyunturas críticas que aparecen como consecuencia de la toma revolucionaria del poder, las decisiones adoptadas por los líderes pueden tener consecuencias duraderas y de vasto alcance[12]. Por decirlo lisa y llanamente, mientras que Nelson Mandela poseía convicciones democráticas, este no era el caso de Lenin, Mao, Ho Chi Minh, Castro o Jomeini. Y aunque estos no fueron las únicas figuras revolucionarias, sus ideas personales fueron las decisivas para el resultado y configuración institucional del Estado.
PLAN DEL LIBRO
Los siguientes capítulos presentan un marco teórico para el estudio de las causas, los procesos y los resultados de las tres categorías de revolución: las planificadas, las espontáneas y las negociadas. Los capítulos 2 y 3 se centran, respectivamente, en el estudio de las planificadas y las espontáneas. El capítulo 2 analiza tanto los medios como los métodos empleados por quienes aspiran a liderar la revolución, además de examinar los esfuerzos destinados a la toma del poder. Se concluye que, independientemente de su ideología, todas están motivadas por sentimientos nacionalistas hondamente arraigados, definen roles importantes para el liderazgo del grupo y del partido de vanguardia, y se canalizan mediante la lucha armada, la movilización de guerrilleros y la formación de un ejército de infantería revolucionario.
El capítulo 3 se dedica al examen de las revoluciones espontáneas, teniendo en cuenta especialmente la vulnerabilidad y el colapso del Estado, una situación que ofrecen la posibilidad para la aparición, primero, de acciones dispersas y desorganizadas de protesta y oposición. Después se conforma un movimiento social que, con el efecto bola de nieve, da lugar a la movilización revolucionaria de la población. En ese proceso, con el tiempo y aprovechando las oportunidades que surgen, se decanta quiénes asumirán el liderazgo en el orden posrevolucionario. Una vez triunfa la revolución, el nuevo Estado no solo es diferente al anterior, sino que también adopta un papel y un perfil distinto tanto a nivel nacional como internacional.
El capítulo 4 se centra en la estructura institucional y las prioridades del Estado después de la victoria. En concreto, veremos cómo los nuevos diseñan el aparato institucional para ejercer el gobierno y afrontar los desafíos tanto políticos como económicos que se presentan. La sociedad también cambia tras la revolución, adoptando una serie de características que no son solo resultado de su experiencia revolucionaria, sino fruto de las acciones y prioridades establecidas por el nuevo orden. El capítulo 5 analiza las relaciones entre el Estado y la sociedad después de la victoria. Las revoluciones liberan tensiones de sociedades sumidas durante mucho tiempo a regímenes dictatoriales y despóticos. La reacción más natural es aferrarse a los logros y libertades recién adquiridas, pero esto último no siempre casa bien con los intereses de quienes han heredado el poder. Lo que se produce no es siempre un tira y afloja entre el Estado y la sociedad, aunque es frecuente, sino entre esta y la pretensión del Estado de crear una nueva concepción de la ciudadanía acorde con los nuevos intereses políticos. En ese marco,