Dios te salve, Reina y Madre. Scott Hahn
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Al comparar y contrastar a Eva con María, Justino sigue las reflexiones de Pablo acerca de Cristo y Adán. San Pablo señala que «en Adán todos mueren», mientras que «en Cristo serán todos vivificados» (1 Cor 15, 22). «Adán fue hecho un ser viviente», mientras que «el último Adán fue hecho espíritu que da vida» (1 Cor 15, 45). Adán nos traspasó el parecido de familia mortal y terrena; Cristo nos hizo parte de una familia inmortal y celestial (1 Cor 15, 49).
San Justino, por su lado, hace notar que Eva y María eran vírgenes; Eva concibió la «palabra de la serpiente», en tanto que María concibió la Palabra de Dios. Por providencia divina, concluye San Justino, la obediencia de María se convirtió en medio de deshacer la desobediencia de Eva y sus devastadores efectos.
LA GUARIDA DEL LYON
El rastro documental de María pasa de Justino a San Ireneo de Lyon, que afinó más la comprensión de María como nueva Eva. Ireneo podía hacer remontar también su «pedigrí» de discípulo hasta el apóstol San Juan: aprendió la fe de San Policarpo de Esmirna, quien a su vez fue instruido por San Juan. Una vez más, quizá, fue la influencia de Juan la que llevó a San Ireneo a hablar de Cristo como el nuevo Adán y de María como la nueva Eva, como hizo en varios lugares[4].
Esa doctrina, de hecho, era esencial para una de las ideas centrales de Ireneo: lo que llamaba recapitulación de la creación en Cristo. Apoyándose en San Pablo, escribió que cuando Cristo «se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia del hombre, resumiendo y dándonos la salvación de forma que pudiéramos recibir de nuevo en Cristo lo que habíamos perdido en Adán... esto es, la imagen y semejanza de Dios»[5].
Como San Juan, Ireneo vio el importante lugar que ocupa la nueva Eva en esta recapitulación. «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva había fuertemente ligado con su incredulidad, la Virgen María lo desligó con su fe»[6]. Seguidamente, San Ireneo contrapone la obediencia de María con la desobediencia de Eva, analizando los textos de la Sagrada Escritura.
En un libro posterior, desarrolló aún más esa idea: «si aquella [Eva] había desobedecido a Dios, ésta [María] se inclinó a obedecerle, y así la Virgen María vino a ser la abogada de la virgen Eva. Y tal como el género humano fue llevado a la muerte por una virgen, así fue desligado por una virgen»[7]. En este punto, la reflexión de Ireneo acerca de María como abogada (que vuelve a tomar en su Demostración de la enseñanza apostólica) sugiere, al menos a este lector, su poder intercesor en Caná[8].
Finalmente, San Ireneo extiende la maternidad de María desde Cristo a todos los cristianos, cuando habla de Ella como tipo de la Iglesia. Describe el nacimiento de Jesús como «el ser puro que abriría con toda pureza el puro seno que regenera a los hombres en Dios»[9].
MEMORIAS DE ÁFRICA
San Justino en Éfeso y San Ireneo en Francia podrían reivindicar que eran descendientes espirituales del apóstol San Juan. Por su parte, San Juan enseñaba desde una experiencia privilegiada, pues había vivido tres años junto a Jesús, y después, en los años siguientes, en la misma casa que la Virgen María. El cardenal John Henry Newman reflexionaba:
«Si hay un apóstol en quien deberíamos tener fijos los ojos a la hora de que nos instruya sobre la Santísima Virgen, ése es San Juan, a quien la confió nuestro Señor en la cruz... con quien, como dice la tradición, vivió en Éfeso hasta que murió. Este presentimiento tiene su confirmación; pues, como he dicho antes, uno de nuestros informadores más antiguos y completos en lo relativo a su dignidad, como segunda Eva, es Ireneo, que vino a Lyon desde Asia menor y había sido formado por los discípulos inmediatos de San Juan»[10].
Pero hubo otros, posiblemente al margen del ámbito de influencia directa de San Juan, que también vieron a María como la nueva Eva. Tertuliano —en el norte de África a principios del siglo III— habló de esta realidad con precisión:
«En efecto, así como la palabra [del demonio] productora de muerte había entrado en Eva, que aún era virgen; de un modo semejante el Verbo de Dios, autor de la vida, debía entrar en la Virgen, a fin de que lo que había perecido fuese reconducido a la salvación a través de idéntico sexo. Eva había dado fe a la serpiente, María dio fe a Gabriel: el pecado que cometió Eva prestando ese asentimiento, fue eliminado por María, prestando también Ella su asentimiento»[11].
Esta precisión es aún más notable si tenemos en cuenta que su mariología, en otras áreas, es bastante confusa, errónea, y discrepa de las demás fuentes.
La nueva Eva, por tanto, no es precisamente una lectura del Evangelio con innovaciones medievales o modernas. Más bien es una antigua y venerable tradición, transmitida —probablemente desde el mismo apóstol Juan— a través de los tiempos, que sería enseñada por San Justino, San Ireneo, Tertuliano, San Agustín, San Juan Damasceno, Santo Tomás de Aquino y muchos otros miles.
Todos esos maestros percibieron claramente el mensaje de la nueva Eva. Es éste: obedeced a Dios, que es su Hijo, su Esposo, su Padre. «Haced lo que Él os diga». Los poetas medievales lo resumieron netamente señalando que el Ave del ángel Gabriel (el saludo latino) era el nombre de Eva al revés. Así también, se dio la vuelta a la inclinación a la rebeldía que Eva nos legó a sus hijos —a ti y a mí— y fue reemplazada con la disposición a la obediencia, que María quiere enseñarnos.
[1] Sobre el tiempo de la narración en el Evangelio de Juan, cf. R. A. Culpepper, Anatomy of the Fourth Gospel: A Study in Literary Design, Fortress Press, Philadelphia 1983, pp. 53-75.
[2] Para otros ejemplos, cf. 1 Re 19, 20; Gn 23, 15; Lc 8, 26-39; Mt 8, 28-34; Mc 1, 23-28; Lc 4, 31-37; Mc 5. Cf. también M. Miguens, Mary, «The Servant of the Lord»: An Ecumenical Proposal, Daughters of St. Paul, Boston 1978, pp. 109-129; Thor Strandenaes, «John 2:4 in a Chinese Cultural Context: Unnecessary Stumbling Block for Filial Piety?», en T. Fornberg y D. Hellholm, eds., Texts and Contexts: Biblical Texts in Their Textual and Situational Contexts, Scandinavian University Press, Oslo 1995, pp. 956-978.
[3] Justino, Diálogo con Trifón, n. 100. Cf. exposición en Johannes Quasten, Patrología, vol. I, Edica, Madrid 1961, pp. 195-197; Luigi Gambero, Mary and the Fathers of the Church, Ignatius Press, San Francisco 1999, pp. 44-48 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos. Antología patrística, Ciudad Nueva, Madrid 1994, p. 24].
[4] Cf. Cardenal John H. Newman, The Mystical Rose, Scepter, Princeton, N. J., 1996, p. 20.
[5] Citado en Quasten, Patrología, vol. 1, cit., p. 285.
[6] Ireneo, Contra los herejes, 3, 22, 4 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos, cit., p. 28].
[7] Ibid., 5, 19, 1 [traducción en G. Pons, Textos marianos de los primeros siglos, cit., p. 30].
[8] Demostración de la enseñanza apostólica,