Dios te salve, Reina y Madre. Scott Hahn
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SE RUEGA RESPETO
Jesús llega al banquete nupcial con su madre y sus discípulos. En la cultura judía de entonces, la celebración de una boda duraba normalmente una semana. Pero sucede que, en esta boda, el vino se agotó muy pronto. En ese momento, la madre de Jesús señaló algo que era una obviedad: «no tienen vino» (Jn 2, 3). Es una simple constatación de hecho. Pero parece que Jesús responde de una forma que no guarda proporción con la simple observación de su madre. «Mujer», dice, «¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora».
Para que podamos entender la reacción de Jesús, aparentemente desmesurada, tenemos que comprender la frase «¿qué nos va a ti y a mí?»[2]. Algunos comentaristas sostienen que expresa un brusco reproche de Jesús a su madre. Sin embargo, esa interpretación no resiste un atento estudio.
En primer lugar, deberíamos fijarnos en que al final Jesús cumple la petición que infiere de la observación de María. Si lo que pretendía era reprenderla, seguramente no habría accedido a su ruego después de haberle dirigido el reproche.
Con todo, la prueba decisiva contra la lectura que lo interpreta como una reprensión, viene del mismo presunto reproche. En tiempos de Jesús, «¿Qué nos va a ti y a mí?» era un modismo común, una expresión corriente, en hebreo y griego. Se encuentra en otros lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como en fuentes extrabíblicas. En todos los demás lugares en que aparece, no indica, de ninguna manera, reproche o falta de respeto. Todo lo contrario: expresa respeto e incluso deferencia. Fíjate en Lucas 8, 28, en que la frase es usada al pie de la letra por un hombre poseído por un demonio. Es el demonio quien pone esas palabras en boca del poseso, y su intención es reconocer la autoridad de Jesús sobre el hombre y sobre el demonio. «Te lo suplico, no me atormentes», continúa, afirmando así que debe cumplir lo que Jesús le mande.
En Caná, Jesús se somete respetuoso a su Madre, aunque Ella nunca le manda nada. Tan sólo les dice a los criados: «haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5).
HIJA-MADRE-ESPOSA: MUJER
Pero volvamos por un momento a la respuesta inicial. ¿Te has dado cuenta de cómo se ha dirigido a Ella? No la ha llamado «madre», ni siquiera «María», sino «mujer». De nuevo, los comentaristas no católicos sostendrán de vez en cuando que Jesús empleó el epíteto «mujer» para expresar falta de respeto o recriminación. A fin de cuentas, ¿no debería dirigirse a Ella como «madre»?
En primer lugar, hemos de señalar que Jesús fue obediente a la Ley toda su vida, por lo que no es probable que mostrase alguna vez desdoro hacia su madre, violando así el cuarto mandamiento.
Segundo, Jesús volverá a dirigirse a María como «mujer», pero en circunstancias muy diferentes. A punto de morir en la cruz, la llamará «mujer», cuando se la dé como madre al discípulo amado, Juan (Jn 19, 26). Seguramente en esa ocasión no pretendía manifestar reproche o deshonor.
Pero si reducimos la palabra «mujer» a un insulto, se nos escapa algo más que el hecho de que Jesús no tenga pecado. Pues el uso que hace de esa palabra, conlleva otra resonancia del Génesis. «Mujer» es el nombre que Adán da a Eva (Gn 2, 23). Jesús, pues, se está dirigiendo a María como la Eva del nuevo Adán... lo que hace que el banquete de bodas al que asisten tenga una significación más elevada.
De todos modos, podemos anticipar alguna indignada objeción: ¿cómo puede María ser su esposa, si es su madre? Para responder a eso, tenemos que tener en cuenta la profecía de Isaías acerca de la futura salvación de Israel: «Ya no serás llamada más “abandonada” [...] sino que serás llamada “mi complacencia”, y tu tierra “desposada”. Pues como un joven se casa con una virgen, se casarán contigo tus hijos, y como el esposo se alegra por su novia, así tu Dios se regocijará por ti» (Is 62, 4-5; la cursiva es añadida). Muchas cosas se encuentran sugeridas en esos dos densos versículos: la maternidad virginal de María, su concepción milagrosa y su matrimonio místico con Dios, que es a la vez Padre, Esposo e Hijo. El misterio de la maternidad divina está presente, porque el misterio de la Trinidad está aún más presente.
MATERNIDAD ATACADA
«Mujer» redefine la relación de María no sólo con Jesús, sino también con todos los creyentes. Cuando Jesús se la entregó al discípulo amado, se la dio en efecto a sus discípulos amados de todos los tiempos. Como Eva, a quien Génesis 3, 20 llama «madre de todos los vivientes», María es madre de todos los que tienen nueva vida por el bautismo.
En Caná, pues, la nueva Eva cambia radicalmente la fatal decisión de la primera Eva. Mujer fue quien condujo al viejo Adán a su primer acto malo en el jardín. Mujer fue quien condujo al nuevo Adán a la primera obra en que manifestó su gloria.
La figura de Eva vuelve a aparecer más adelante en el Nuevo Testamento, en el libro del Apocalipsis, atribuido también al evangelista Juan. En el capítulo 12, encontramos a «una mujer vestida de sol» (v. 1), que se enfrenta a «la antigua serpiente, que es llamada diablo» (v. 9). Estas imágenes remiten al Génesis, donde Eva se encuentra cara a cara con la serpiente diabólica en el jardín del Edén y Dios maldice a la serpiente, prometiendo «poner enemistad entre ti y la mujer, y entre tu descendencia y la suya» (Gn 3, 15). Pero las imágenes del Apocalipsis apuntan también hacia una nueva Eva, una que dio a luz a un «niño varón», que «gobernará todas las naciones» (12, 5). Ese niño sólo podía ser Jesús; y por tanto la mujer no podía ser otra que su madre, María. En el Apocalipsis, la antigua serpiente ataca a la nueva Eva porque la profecía de Génesis 3, 15 está fresca en su memoria. Sin embargo, la nueva Eva aparece prevaleciendo sobre el mal, a diferencia de su antiguo tipo del jardín del Edén.
LOS TIEMPOS DE JUSTINO
Los paralelismos entre el Evangelio de San Juan y el Génesis son sorprendentes. Aun así, sé que algunos escépticos los despreciarán como producto de una imaginación desbordada. ¿No habremos leído demasiado los católicos en el texto de Juan? ¿No estaremos imponiendo a un autor doctrinas medievales o modernas que ni siquiera se le habrían pasado por la imaginación?
Se trata de preguntas razonables. Comenzamos por investigar los testimonios desde los primeros cristianos, empezando por los círculos más cercanos al apóstol Juan. A medida que vamos estudiando estos padres más antiguos de la Iglesia, nos encontramos con que sí que hablaron de una nueva Eva. ¿Quién dijeron que era? Abrumadoramente, la identificaron con María.
El testimonio más antiguo que nos ha llegado se encuentra en el Diálogo con Trifón del mártir San Justino. Escrito hacia el año 160, el Diálogo describe las conversaciones que Justino había tenido con un rabino en torno al año 135 en Éfeso, ciudad en la que Justino había sido instruido en la fe cristiana. Según la tradición, Éfeso era también la ciudad en la que vivió el apóstol San Juan con la Virgen María.
La doctrina de San Justino acerca de la nueva Eva está en consonancia con la del mismo Juan, y puede ser la prueba de una mariología desarrollada por San Juan como obispo de Éfeso y continuada por sus discípulos en tiempos de Justino... que vivió poco más de una generación después de la muerte del apóstol.
El texto de San Justino es denso, pero rico:
«Cristo [...] nació de la Virgen como hombre, a fin de que por el mismo camino que tuvo principio la desobediencia de la serpiente, por ése también fuera destruida. Porque Eva, cuando aún era virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que le dijo la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; pero María, la virgen, concibió