Incursiones ontológicas VII. Varios autores
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El tono de los reclamos subió llegando al punto de rabia extrema, o valentía, no sé cómo describirlo, pero los eché de mi casa, y de paso, cerré la puerta y clausuré mi pertenencia a este grupo; oficialmente estaba excluido, ya no hacía parte de ellos. Hoy, pensándolo bien y recordándolo, ya no me sentía digno de pertenecer al grupo, y más aún, de no ser digno, al reprobar enérgicamente lo ocurrido, ni siquiera quería ser parte, prevalecía mi dignidad como persona, había hecho respetar mi nuevo hogar, pero quedó comprometido el ser digno de estar con mi esposa en este nuevo proyecto de vida, lo cual me hace pensar en que, cuando cedes algo en retribución, ¿ganas o pierdes algo?, ¿el dar y el recibir deben estar balanceados?
La noche pasó y con ella el licor en todos, en mí, en mis ex amigos y la molestia de mi esposa estaba un poco más baja; fue aquí donde dimensioné lo que había sucedido. Ya estaba excluido del grupo, era indigno de pertenecer, según la definición de pertenencia, no validaban que las mujeres de cada uno de nosotros fuera “grosera” con los demás; al parecer, estaban detrás de nosotros, la dignidad de cada uno de los integrantes del grupo no podía ser violentada por ellas; interesante ver esto, no había identificado que la dignidad de los integrantes del grupo estaba por encima de la de sus parejas, otra regla fuerte que hacía parte de ese muro invisible construido de requerimientos para pertenecer. Pasaron los días y por mi cabeza seguía rondando el mismo episodio, pero la gran conclusión a la que llegaba, la misma en la que hoy me mantengo, es que fue lo mejor que pudo haber sucedido, que ese lazo de amistad cesara, no era sano, habían muchos condicionantes que no compartía, que aceptaba por pertenecer, y que, desafortunadamente, se vieron expuestos en una situación dolorosa para que yo pudiera tomar la decisión de cerrar la puerta a continuar perteneciendo al grupo, fue en un momento extremo en donde mi dignidad personal afloro al máximo para hacerse respetar.
Ahora, el tema era cómo retomar con mi esposa el camino de ser digno de seguir construyendo una vida con ella, después de todo lo que había pasado; debo confesar que me sentía triste, desolado, con una parte de mi vida incompleta, se habían ido mis amigos de toda la vida, lo que me mantenía de pie era que había puesto por delante el respeto a mi ser como persona perteneciente al mundo, no permití que me invalidaran, transgredieran los límites del respeto en mi hogar y, sobre todo, había identificado que no permitiría que la regla invisible de anteponer los amigos por mi esposa, se aplicara, toda esta mezcla de cosas me llevó a priorizar lo construido con ella, por sobre los largos años de unión y amistad con mis amigos.
Lo importante de todo esto fue la conversación que tuvimos con mi esposa después, donde hablamos de lo ocurrido, donde analizamos la situación y llegamos a la conclusión de reafirmar los compromisos y características de poder ser dignos, de seguir construyendo un espacio juntos; definimos y fortalecimos la dignidad de ser pareja, incluimos más cosas de las que ya teníamos como reglas base y afirmamos una creciente y duradera relación; esto permitió terminar de separar lo vivido con mis amigos y definitivamente consolidar mi espacio como pareja. Con mis amigos, las cosas estaban claras, en el espacio que había sido el punto de encuentro de la amistad, se habían transgredido las reglas de pertenecer y yo no iba a permitir que mi esposa estuviera detrás mío o de ellos; rompí una regla invisible que era pilar de la relación, desde este día fui excluido del grupo sin un comentario adicional, también debo aceptar que no hice mucho para intentar volver a pertenecer, ya algo se había roto allí, pero en mí se había definido mi dignidad como ser por encima del pertenecer a un grupo, todo apunta a que decidí darle muchísimo más valor a mi dignidad que a la de pertenecer a ellos.
Debo rescatar varias cosas de este espacio, como definitivamente mi dignidad personal y la formada por mi hogar son más fuertes que seguir como borrego, cumpliendo mandatos de vida e historia grupales, pero lo que es claro es que de repetir algún tipo de suceso similar, no lo haría desde la efervescencia de la inconciencia y el extremo de la no razón que deja el licor y sus efectos; hoy, como adulto afrontaría la conversación con más responsabilidad y entereza para hacer cierres más adecuados y menos traumáticos.
Escribiendo esto, recuerdo la postura física de mi esposa frente a lo que sucedió: se mantenía erguida, con la cabeza en alto, su pecho salido y sus brazos firmes y fuertes, se veía empoderada, segura de sí misma, irradiaba una confianza increíble y a su vez una postura que demostraba dominancia, poder, empoderamiento, una forma de pararse ante el mundo desde su dignidad, la cual nunca dejó que fuera transgredida, ya que expresó sus comentarios, defendió su posición, no la negoció y se retiró, habiendo dejado en claro su punto de vista, y hoy la comparo con la que yo tomé en el momento de sacar a mis amigos de la casa, no muy distinta a la que tenía mi esposa, solo que en mi caso estaba un poco más volcado hacia atrás, a modo de defensa, por si tenía que defender mi postura, inclusive con violencia. Afortunadamente no sucedió, pero rescato de esto que manifiesto la probable y posible forma de pararse digno frente al mundo, una postura que da poder para valorar, validar y dar sentido a sentirse digno.
Habiendo visto esta experiencia puntual, quiero regresar a las preguntas que quedaron sin respuesta anteriormente, para recorrerlas una a una, ¿En dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa? ¿Qué define esa dignidad propia? ¿De dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? ¿Qué se siente ser digno?
Parándome desde la experiencia que mencioné, inclusive siendo participe de las frases enunciadas por las figuras públicas que tomé como ejemplo, al parecer la fuerza motivadora para ser dignos está en la definición de las características inviolables que cada uno de nosotros, como seres humanos, tenemos de nuestra propia dignidad, cada uno de nosotros damos un juicio de lo que definitivamente no permitimos sea transgredido, es allí donde está la fuerza, la energía, el poder como seres humanos, y estas características están formadas y construidas por las experiencias que vamos teniendo en la vida, en mi caso el respeto por el otro y por lo que es mío vino de mi sistema familiar, de mis padres y hermana en donde la frase estrella que se decía era “Cuando se pierde el respeto se pierde todo ”; esto es vital en todo lo mencionado, porque parece que si es el sistema en el que naces el que te pone las bases de la dignidad como persona y en el camino de la vida la vamos puliendo, con lo que para nosotros nos hace ser dignos, lo que nos da ese empoderamiento, el estar presentes en la vida, la energía y vitalidad para vivir en el mundo, de ahí que cuando una persona no puede defender su definición de dignidad, la que construyo como su elemento constitutivo de vida, pueda llegar al sin sentido de vida, a la no dignidad total, quizás a autoexcluirse y no merecer más pertenecer a ningún otro lugar inclusive a no seguir estando en este plano terrenal.
Después de todo este recorrido, quisiera finalizar indicando que todo apunta a que los límites de la dignidad