La educación sentimental. Gustave Flaubert
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Akal / Clásicos de la Literatura / 33
Gustave Flaubert
LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
Traducción: Pilar Ruiz Ortega
La educación sentimental, retrato de una generación en Francia desde 1840 a 1867, es una novela con personajes mediocres protagonizada por un joven de provincias, Frédéric Moreau, que va a París a estudiar derecho, hereda una fortuna y puede vivir como había soñado. Pero está atrapado en un deseo irrealizable, deseo que gobierna su existencia, su relación con los amigos, las mujeres y con el dinero; vive obsesionado por un amor imposible, la señora Arnoux, que no le conduce a ninguna parte, porque ante todo Frédéric es un héroe pasivo y con la conciencia de que la sociedad tiene que darle lo que cree que se merece, sin hacer el menor esfuerzo. Todo ello tendrá lugar en un escenario esplendoroso, el París de mediados del siglo XIX, la capital de la burguesía emergente, donde la intensidad del placer se mezcla con el inevitable tedio y el resplandor de la Revolución de 1848. Sólo un genio de la talla de Gustave Flaubert podía escribir un texto lleno de matices, inacabable, intemporal, que siempre puede releerse para encontrar nuevos referentes, nuevas pistas, nuevos detalles.
Gustave Flaubert (1821-1880) está considerado como el introductor del realismo francés del siglo XIX. Su obsesión por el estilo, por la búsqueda del mot juste (la palabra justa), hizo que sus obras, consideradas como escandalosas por la sociedad de su tiempo, lograran un reconocimiento unánime por parte de la crítica y de sus compañeros de letras. Tímido hasta lo patológico y en ocasiones arrogante, Flaubert no se granjeó demasiadas amistades a lo largo de su vida. Su carácter, que podríamos calificar de inestable, le llevó a padecer crisis nerviosas que derivaron en una salud frágil. Flaubert, prematuramente anciano, murió de una apoplejía a los cincuenta y ocho años. Contemporáneo del otro gran genio de la literatura francesa, Charles Baudelaire, Flaubert nos legó una obra deslumbrante que arranca con Madame Bovary (1857), sigue con Salambó (1862), La educación sentimental (1869), La tentación de San Antonio (1874), Tres cuentos (1877) y se cierra, póstumamente, con Bouvard y Pécuchet (1881).
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RAG
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Motivo de cubierta: En el jardín, por Auguste Renoir (1885),
San Petersburgo, Museo del Hermitage
Título original
L’education sentimentale
© Ediciones Akal, S. A., 2021
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-5108-4
Introducción
Oigo a Flaubert leer en voz alta, en voz muy alta, tanto que los pájaros que reposan en el jardín a la hora de la siesta, alzan el vuelo, asustados siempre, ante las primeras palabras.
Desde hace cuatro días, ocho horas diarias, del mediodía a las cuatro, y de las ocho a medianoche, Flaubert lee, más bien grita, acostumbrado a escribir así sus novelas; de tal manera que, para contar a su amante y amiga, la poeta Louise Colet, por carta, siempre por carta, para comentarle que ese día ha escrito mucho y ha avanzado extraordinariamente en su obra, le dice que tiene la garganta destrozada: «Ma belle, hoy tengo la garganta destrozada».
Pero, desde hace cuatro días tiene oyentes precisos y atentos. Y esta vez, el silencio que provoca su voz en torno a la casa blanca de Croisset, a orillas del río, es mayor, y hasta las barcazas, e incluso hasta los grandes barcos que discurren por el Sena, en su ir y venir con mercancías y pasajeros, con la parsimonia de costumbre, no significan nada, y se vuelven silenciosos e invisibles, ante la voz atronadora y rítmica de monsieur Gustave.
Flaubert ha convocado a su amigo de infancia, el poeta Louis Bouilhet, y a su amigo de viajes y de literatura, el parisino Maxime du Camp, dandi influyente en los círculos de París, con rentas que le permiten vivir como dilettante, fundador de revistas de prestigio, escritor y fotógrafo, reconocido y admirado en su época, y que, siglo y medio después, pasa a la historia de la literatura por haber sido, sobre todo, el amigo de Flaubert.
Croisset es el pequeño refugio del novelista, entre el Sena y las suaves colinas normandas, donde las gaviotas y otras aves marineras que llegan del otro lado del canal, se mezclan en los pastizales con los patos de las granjas, al lomo, a veces, de productivas vacas que suelen ir a su aire, a sabiendas de su valía, de su empoderamiento ante los granjeros pensativos, llenos de esa seriedad melancólica de la gente del norte.
12 de septiembre de 1849. Flaubert termina la primera versión de La tentación de San Antonio, que había iniciado el 24 de mayo de 1848. Recibe a sus dos amigos en el gabinete de trabajo. «Una amplia sala, clara y acogedora, con tres ventanales que dan al jardín y a las colinas, y otros dos a la fachada, frente al Sena.» Así lo describe, mucho más tarde, Caroline, la hija de su hermana muerta en el parto, a la que criará y educará con todo su amor y esmero.
Y es en esta amplia sala luminosa, en el primer piso de esa casa refugio de Croisset, donde durante cuatro días, ocho horas diarias, lee en voz alta, en voz muy alta, la primera versión de La tentación de San Antonio, que no verá la luz hasta 1874, después de versión tras versión, retomada a partir de 1870.
Concluida la lectura, la opinión de los amigos no puede ser más demoledora. Flaubert se atusa el bigote. Tiene veintiocho años. Es alto y rubio, de una gran belleza en su juventud. Cierra los ojos, se recuesta en el sillón, y espera. A los quince años había conocido en Trouville a la señora Schlésinger de la que se enamora y cuya adoración romántica perdura a lo largo de toda su vida.
Du Camp, apoyando en la barbilla el bastón que sujeta con ambas manos, observa el río. El barco fluvial, que llaman El Vapor ha lanzado su último aviso y está a punto de zarpar hacia Le Havre. Bouilhet se remueve en el asiento. Se levanta, pasea a lo largo de la sala. El sol poniente de este septiembre se enciende de rojo, entre nubecillas moradas y rosas.
«Pensamos que habría que echar todo esto al fuego, y no volver a pensar en ello», dice Maxime du Camp, de acuerdo con Bouilhet. A lo largo de la lectura, enfrascado en su obra, Flaubert no percibe las miradas y los pequeños gestos de sus amigos, entre preocupados e inquietos.
Flaubert