El Encargado De Los Juegos. Jack Benton

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El Encargado De Los Juegos - Jack Benton

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le dio una lista garabateada de contactos, añadiendo un asterisco a aquellos con los que era más probable que hubiera que hablar. En unas notas al pie explicaba que una cruz significaba que probablemente le dirían a Slim que se largara.

      El primer nombre en la lista era Clora Ball. Las notas de Croad la describían como «Parece vieja, huele mal, no sonríe. Exnovia de Den».

      Su domicilio estaba a un paseo de veinte minutos por un camino estrecho que acababa en un desmañado edificio de dos plantas en el que el piso inferior se usaba como garaje de maquinaria agrícola. Clora vivía en el piso superior, al que se accedía por una puerta a un lado de la casa. Slim se encontró pulsando un botón de un portero automático moderno sin tener idea de qué iba a decir.

      —¿Qué pasa? —oyó decir a una voz electrónica a través del receptor— ¿Sabe qué hora es?

      Slim miró la pantalla de su viejo teléfono Nokia. Las diez menos cuarto de la mañana.

      Le dijo la hora.

      —¿Puedo hablar con usted, por favor? Me gustaría preguntarla sobre Dennis Sharp.

      El receptor hizo clic y se apagó. Slim esperó unos largos segundos, pensando que ya había llegado a un callejón sin salida cuando sonó la puerta, abriéndose unos centímetros.

      —¡Aquí arriba! —gritó una voz desde una puerta en lo alto de una empinada escalera.

      Slim subió. Le llegó el olor a mitad de camino. La acritud familiar de una vida arruinada: comida precocinada, cigarrillos, alcohol barato. Se detuvo mientras esperaba a que su cabeza dejara de martillear, consciente de que su investigación podía resolverse este primer día y luego continuó subiendo.

      Clora Ball se había retirado a una butaca con brazos en medio de un reino de basura. Los elementos de una vida normal se expresaban en elementos de cocina, aparadores, mesas y sillas, pero parecía como si hubiera pasado una ola dejando basura en todas las superficies disponibles. Ella tomó el mando remoto del televisor y apuntó a este, que no estaba inmediatamente visible al encontrarse en medio de una pila de cajas, luego se giró hacia él con gesto de desafío como si empezara un episodio de La guerra de la basura.

      —No me ha dado tiempo a ordenar. ¿Quién es usted, de todos modos?

      —Me llamo Slim Hardy. Soy investigador privado. Quería preguntarla sobre un viejo conocido. Dennis Sharp.

      —Bueno, menuda historia, ¿verdad? Hacía mucho que no oía ese nombre, aunque no sea alguien a quien una quiera olvidar.

      Clora, a pesar de su aparente carácter esquivo, parecía contenta de tener compañía. Cuando Slim no respondió de inmediato, agitó una mano gordezuela en dirección a la cocina.

      —Acabo de hervir agua —dijo—. Si quiere hacerse un té, tráigame uno. Si hubiera querido matarme, supongo que ya lo habría hecho, así que supongo que no quiere hacerme daño.

      Slim se abrió paso obedientemente hasta la cocina y volvió con dos tazas de té. La leche estaba agria, así que dejó el suyo negro y añadió solo un poco al de Clora.

      Despejó un asiento y se sentó cerca.

      —Olvidó el azúcar —dijo Clora, como si Slim hubiera debido saberlo—. Supongo que debo tomar menos, así que déjelo. Sabe que Den está muerto, ¿no?

      Slim simuló sorpresa y empezó a crear la compleja mentira que había ideado para animar a la gente a hablar.

      —Trabajo para un fondo de inversión con sede en Londres —dijo—-. Mr. Sharp tenía unos activos que han vencido. El gestor de fondos ha sido incapaz de contactar con él, así que me han enviado para encontrarlo y, en su ausencia, a su heredero.

      —¿Cuánto dinero?

      —Una cantidad de seis cifras —dijo Slim, viendo cómo ella miraba al techo, frunciendo el ceño mientras trataba de calcular cuánto seria eso—. Es una cantidad importante. Las condiciones del contrato son que deberían pasar a las manos de su pariente más cercano en caso de muerte legal. Un tipo con el que me topé en el pueblo me dio su dirección. —Se removió en su asiento, preparando el cebo para que picara—. El gestor del fondo ha autorizado pagos menores para cualquiera que pueda darnos información fiable.

      —¿Cuánto?

      —Depende. ¿Cómo de bien conocía a Mr. Sharp?

      Clora se agitó. La silla chirrió bajo ella, así como el suelo. Sus brazos regordetes se levantaron como si contuvieran información y sonrió.

      —Éramos amantes.

      —¿Tenía una relación con Mr. Sharp?

      Clora se encogió de hombros.

      —Algo así. Ese Den era un rufián. Yo no era la única y lo sabía, pero no me importaba. —Volvió a sonreír, mirando a la lejanía—. Era uno de esos tíos duros a los que una mujer no podía resistirse. No me hubiera importado que se tirara a la mitad del pueblo mientras volviera a mí de vez en cuando. —De repente, su semblante se apagó—. Pero cuando oí hablar de Eleanor, pensé que se había pasado.

      —¿Eleanor? ¿Ellie Ozgood? ¿La hija de Oliver Ozgood?

      —Usted ya ha investigado —dijo Clora—. La hija y heredera de Ozgood.

      —¿Tenían una relación?

      —Eso decían. A mí me resultaba difícil creerlo. Den tenía menos de cuarenta años. Podía resultar atractivo para cierta edad, pero una chica rica de un colegio privado… no lo podía entender. Entonces se supo lo de la violación. Eso tenía más sentido.

      —Por supuesto, a usted le sorprendió lo que hizo.

      —¿La violación? —Clora rio—. Un montón de mierda, eso es lo que era. Den no era un violador, no tenía ese carácter. —Sonrió con suficiencia—. Con esa mirada, no lo necesitaba. No, era la palabra de ella contra la suya. El caso se habría sobreseído incluso si ella no hubiera retirado los cargos. Den habría sido absuelto de cualquier delito, como cualquiera con medio cerebro habría sabido. No, traspasó una línea desde el principio al acercarse a ella. Por ir con el enemigo.

      10

      Capítulo Diez

      Slim esperaba más detalles, pero Clora anunció abruptamente que iba a empezar un concurso televisivo que le gustaba y que debía volver en otro momento si quería hablar más.

      De vuelta en el exterior, caminó por el sendero hasta la encrucijada, tomando la dirección que llevaba al pueblo de Scuttleworth, con la cabeza bullendo de nuevas ideas. Cuando se suponía que tenía que encontrar a quien podía haber tenido el conocimiento para hacerse pasar por Dennis Sharp, se encontraba con acusaciones veladas de conducta inapropiada por parte de Ollie Ozgood y su familia.

      Scuttleworth constituía un cruce de caminos y se agrupaba como una tela de araña, aunque solo el camino del norte podía considerarse utilizable para el tráfico. Todas

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